Este texto no es para vosotros. Si tenéis cosas que hacer, será mejor que lo dejéis aquí. Este texto es para ti, Javi, que no me lees.
Quizá no te interese nada de todo esto y me leas, exhausto, después de un polvo salvaje con otra o, no lo descarto, ahora mismo estés devastado en el suelo del baño, secándote las lágrimas de dos en dos con una toalla de mano, mientras sujetas con la otra el teléfono y dejas que te arrase el drama del amor. Todo puede ser.
Teníamos catorce años, esto hay que tenerlo presente. No pretendo justificarnos diciendo que no sabíamos lo que hacíamos, porque a día de hoy sigo haciendo todo igual de mal. Pero, Javi, no me falta razón, vivíamos en plena adolescencia y estábamos muy feos. No me malinterpretes, no al mismo nivel, tú estabas algo más feo que yo. Todo era cuestión de espinillas: las mías nunca se portaron del todo mal y siempre le robaba un poco de maquillaje caro a mi madre, pero se notaba que las tuyas iba a joder, pero a joder mucho. Era nuestro cuerpo, qué cabrón, cambiando de la noche a la mañana: mamá, ¿quién ha puesto aquí estas caderas?; mamá, ¿todas estas tetas son para mí?; mamá, si soy buena persona, ¿por qué me tiene que venir la regla?
Sé que fuimos novios. O al menos eso decían todos, pero yo no recuerdo que nadie me preguntara, ni siquiera tú. Aquel día que quedamos para hacer los deberes de inglés en tu casa fue todo raro, reconócelo: nadie queda para hacer los deberes de inglés y se pone medio litro de Brummel de su padre. Mi padre también la usó durante unos años, por eso la reconocí cuando entré por la puerta. Las palomitas para merendar no ayudaron. Yo no meriendo palomitas, Javi, y sospecho que tú tampoco, por eso estaban un poco quemadas, se notaba que habías quitado las peores, pero se te quemaron y decidiste llevarlas a la habitación igualmente. No fue un toque elegante.
Empezamos a hacer los deberes del Workbook en la mesa de tu habitación. Te pillé varias veces mirándome las tetas de reojo. Creo que fue la primera vez que alguien me miraba aquellas tetas, totalmente nuevas para mí. Eso tampoco ayudó. Seguimos trabajando un poco más y, justo cuando estaba explicándote cómo hacer el presente simple, decidiste complicarlo todo. Me miraste fijamente, igual tú no lo recuerdas, Javi, pero aún tengo escalofríos recordando cómo eras capaz de no pestañear y de pensar muchas cosas a la vez. Se te notaba que luchabas por dentro. Fue un silencio muy largo e incómodo, joder, muy incómodo.
Entonces me besaste, pero raro, porque estábamos sentados en dos sillas de escritorio y no llegabas bien y tampoco se te ocurrió levantarte. A mí no me pareció del todo mal, no quiero que pienses eso, pero me resultó incómodo y húmedo. Lo hiciste muy rápido, como si te fueran a cerrar la tienda. Descubrí que en algún momento furtivo habías decidido tomar alguna pastilla de menta y, por la infusión de saliva mentolada que recibí, pude calcular que serían entre cinco y diez mentoles, así que todo estaba frío. Y olía a Brummel y a palomita quemada. Fue un primer beso maravilloso.
Creo que en algún momento de la tarde decidiste que éramos pareja, mientras yo hablaba del orden de las palabras en inglés, y para cuando salí de tu casa estabas tan convencido, que, mientras me ayudabas a ponerme el abrigo y yo ponía cara de “tenemos catorce años, Javi, ¿qué coño estás haciendo?”, me invitaste a comer con tus padres el sábado al mediodía. Salí de allí confusa y con los deberes sin terminar.
Yo del amor no tenía ni idea, pero estaba contenta. Ni extasiada, ni eufórica. Contenta. Le conté todo a mi mejor amiga, que ya había tenido dos novios, se pintaba la línea del ojo, leía la Vale y la Superpop y veía a diario Al salir de clase. Eso, por aquel entonces, te convertía en una experta al instante. Me dijo que tenías un problema a la hora de expresar tus sentimientos, que sólo te interesaba mi físico (mis tetas, vaya) y que estabas acelerando todo porque estabas lleno de inseguridades. Yo no estaba convencida de lo que decía, sólo sabía que no quería comer con tus padres.
Estar a solas contigo me gustaba, pero ocurrió muy pocas veces. Después de la comida con tus padres, vinieron tus partidos de fútbol, algunos entrenamientos, cumpleaños de tus amigos y más reuniones familiares. Sólo habían pasado tres semanas y yo, que quizá fuera la chica más tímida de todo el instituto, no había querido hacer nada eso y actué mal.
Fallo mío, lo admito ahora mismo, no haberte dicho cómo me sentía. Fallo mío, también lo reconozco, haberte dado plantón en la puerta del cine. Fallo mío, no lo niego, no devolverte los mensajes ni las llamadas durante los siguientes cinco meses.
Ayer me dio por pensar en nuestra relación, por eso todo este texto, y llegué a la conclusión de que tú y yo nunca lo hemos dejado, así que seguimos siendo novios. Sé que no siempre te he tratado con cariño y respeto y que, durante los últimos dieciséis años he estado algo fría y distante, pero esta vez quiero hacer las cosas bien.
Javi, tenemos que hablar.
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