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‘En tu ventana sonido de agua, en mis oídos viento, golpes como lluvia latiendo’ -recordé aquella estrofa del ‘poema de Paulina’. Paulina sólo tenía dieciocho años cuando la escribió pero ya sabía lo que era la decepción amorosa y no pudo expresarlo mejor con tan pocas palabras. La coincidencia me alarmó ¡Era una señal que hubiera recordado aquel poema! Había dejado de creer en el amor platónico, desconfiaba ya de los deseos desproporcionados, desconfiaba hasta de la belleza magnética que forma ilusiones y metáforas en los pensamientos. Y de pronto otra vez, con esta fuerza, surgen corrientes de fantasías de un amor troyano en el que uno se ve como un lindo guerrero, un sabio seductor que cree que puede atrapar a una divinidad, que se escapa en los momentos corrientes y que te atrapa justo en el balance melancólico del crepúsculo. Entre el sabor de la derrota en el balance del día se descubre, sin embargo, la dulce miel del Eros en el remedio de la comunicación a distancia. Y sientes el impulso de sacar el móvil del bolsillo para temblar de placer con alguien que te saque de la norma, de la postura de misionero y del tiempo que avanza sin caricias en la piel. Entonces enciendo el móvil, Platón, y acudo a un banquete, en un discurso sobre el amor tecnológico, y hablo con cuerpos divinos que me cuentan de la vida real y del sexo de invierno.