En estos tiempos de partidas sin retorno, de selfies cinéticos y de llantos interrumpidos por la última llamada de un vuelo hacia cualquier parte; quiero detenerme a pensar de qué manera terminaremos de procesar como sociedad este mayúsculo nudo en la garganta que humedece nuestras pupilas y nos obliga a replantear el afecto en la distancia.
¿Cuánto de apego y de amor viajan en un lágrima? En ese egoísta y muy humano sentimiento de posesión que nos define como seres gregarios.
Parejas que decidieron darse un beso y tomar rumbos diferentes, padres dispuestos a inmolarse en este pandemónium para mandar a sus críos hacia otras posibilidades, y amistades destazadas por la distancia. En resumen, un rosario de abrazos eternos y corazones rotos que se multiplican por miles como una epidemia incurable.
Ojalá algún día, esas almas que marchan por el pasillo de salida con la vida en 20 kilos y un tricolor a cuestas; vuelvan pronto a este suelo y se sienten nuevamente en nuestra mesa a preparar las hallacas.
Espero que Venezuela no se convierta en el Ortiz de Otero Silva y que un mal día solo queden en este pueblo algunos seres sin esperanza y un puñado de padres huérfanos.
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Photo: loveparadiseforyou.com
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