No hay nada que me guste más que unos elegantes y estilizados tacones. Cualquier look mejora con unos stilettos de tiras o unas preciosas cuñas de plataforma de ante. Entonces, ¿cuál es el problema? Pues que cada día invento una excusa para no usar tacones.
Soy consciente que mis zapatos altos quedan cada vez más arrinconados en el fondo de mi armario. Mi opción zapateril tira cada día más hacia la comodidad. Y no es que mis pies no estén acostumbrados a los talones, lo que pasa es que su uso se ha convertido en una cuestión mental para mí. Es calzarme zapatos altos y correr por mi cabeza pensamientos tal que -¿Estaré más sentada o de pie? ¿Cuando me los pondré quitar? ¿Tendré que correr hoy?-...
Es sentarme en el metro con mis zapatillas e irse los ojos tras los tacones de otras mujeres. Su piernas se ven superfinas y las mías como un par de columnas jónicas. Sin embargo tras una sacudida inesperada, la chica con tacones a mi izquierda lucha para mantener el equilibrio y yo sonrío maliciosamente...
Y cuando llega la tarde mis pies maltratados en otros tiempos parecen susurrarme un agradecimiento infinito. Por mucho que me encanten los zapatos altos la humillación dolorosa simplemente no vale la pena.
Aunque por la noche, a menudo me duermo ideando looks imaginarios con unos lindos zapatos de tacones...