“…he observado a mis anchas al obrero, que acaba de saltar de su cama. Está con su compañera, una joven correctora de pruebas de la Pravda. No tienen hijos ni son casados. Su unión data de un año. ¿Se aman? ¡El amor!... ¡Qué contenido tan distinto posee esta palabra en Rusia! Entre nosotros, el amor, en realidad, no existe sino muy raramente. Llamamos amor a una simple simpatía, hija directa de un interés económico o de cualquiera otra especie, pero que nada tiene que ver con el mundo afectivo (…) Esa cualidad puede ser la riqueza, la posición mundana o la simple posibilidad de obtener, tarde o temprano, una u otra cosa. Dentro de las relaciones burguesas, sólo excepcionalmente nace esa simpatía fuera de estas perspectivas. (…) Amar a un descamisado, a una persona que apenas gana para no perecer de hambre o que carece de nombre y brillo social, o que no llegará nunca a conseguirlos, ni a mejores entradas económicas, constituye una locura o un desplante.
Las más de las veces, los sujetos de este «amor» no se dan cuenta exacta de estos verdaderos basamentos de sus relaciones. El hombre o la mujer, en estos casos, creen descubrir en la persona amada un conjunto de encantos y atractivos personales, y, al parecer, propios y entrañables de su contextura espiritual e íntima. «Yo no le amo —se dicen sinceramente a sí mismos— por su situación social o económica, sino por sus prendas morales. Si un día se quedase sin dinero o sin nombre mundano, yo le seguiría amando».
¿Por qué se desfigura y se desnaturaliza así el amor en el mundo capitalista? Ello obedece posiblemente al individualismo desenfrenado de las gentes. Este individualismo ha engendrado un sinnúmero de apetitos y preocupaciones egoístas: el afán de distinguirse de los otros, aventajándolos a todo precio; la vanidad, la concupiscencia, el sibaritismo, la pereza con todos sus vicios y cobardías. Obedeciendo a estas preocupaciones, el amor —si así puede llamarse entre nosotros este apetito— es clasista, es decir, que el hombre y la mujer de una clase social se unen únicamente a la mujer y al hombre de su misma clase; nadie quiere descender de posición. Sólo de cuando en cuando, repito, se salta de clase. Mas en este caso no es la persona de clase elevada la que desciende, sino que es la de clase inferior la que asciende. Lo que no quita que a la primera se la juzgue, como hemos dicho ya, como una insensata o amiga de lo raro…”
De "Rusia en 1931". Cesar Vallejo