Revista Cine
A sus escasos cuarenta años el director francés Julien Duvivier estaba rodando la que sería su película número treinta y nueve, segunda que estrenaría en el glorioso año 1937 que inició con otra en la que Maurice Chevalier, gran artista francés de la época, lucía como protagonista, una comedia titulada L'homme du jour que hasta ahora se ha mostrado esquiva y huidiza.
Esa segunda película también parte de un guión iniciado por el propio Duvivier basándose en una novela de Henri La Barthe que asimismo trabajó como guionista bajo el seudónimo de Detective Julien Ashelbé y la colaboración inestimable de Jacques Constant y Henri Jeanson encargado de pulir los diálogos: un grupo de franceses más que acostumbrados a escribir guiones de cine, no en vano Duvivier interviene en sesenta y seis películas de las setenta y una que dirigió en su carrera hasta fallecer en 1967.
La película se titula como la novela Pépé le Moko y Duvivier, que ya era una figura del cine francés, tuvo la suerte de contar con Jean Gabin como protagonista y cabe suponer que el actor estaría encantado de volver a trabajar por quinta vez con un director que como otros genios del cine gozaba de fama de exigente, meticuloso, tiránico con todos sin excepción y muy capaz de lograr películas excelentes.
Pépé le Moko es un personaje del hampa parisina que después de haber dado un provechoso golpe a un banco consigue escapar del cerco policial y se desplaza hasta Argel, entonces bajo dominio francés, escondiéndose en la casba, barrio antiguo de Argel conformado por callejuelas estrechas, empinadas, llenas de vericuetos y escaleras que suben y bajan de diferentes azoteas que se comunican las unas con las otras, un verdadero laberinto digno de inspirar los dibujos de Escher, un lugar inaccesible para la gendarmería sin contar con la necesaria complicidad de los habitantes del barrio, todos ellos congraciados con el esquivo Pépé, los unos por considerarlo un héroe contra los franceses y los otros simplemente por temerle.
Lo que en manos de otro hubiese devenido en película de crímenes, ladrones y policías, en las de Duvivier se convierte en estudio psicológico de una serie de personajes cuya complejidad les aleja del maniqueísmo simplificador de relatos de malhechores sobre cuyos hombros se carga toda la trama de la película, bien que acompañándolo de una galería de personajes con sus propias características espléndidamente mostradas gracias a los detalles de la cámara de Duvivier que exprime con naturalidad pasmosa todos los resortes que halla en esas callejuelas, esas habitaciones que tienen diversas entradas y salidas, verdaderas guaridas en las que atrapar al huidizo Pépé resulta imposible: como dice y repite una y otra vez el astuto detective Slimane (una creación asombrosa de Lucas Gridoux) tan sólo cuando baje a la ciudad podrán capturarlo, y él lo hará descender, asegura, pero no dice ni cómo ni cuándo.
Pépé le Moko se ha ocultado en las casba porque sabe que allí la policía no tiene medios bastantes para detenerlo: en varias ocasiones han ido todos los gendarmes, corriendo de un lado a otro y él les ha disparado desde diferentes azoteas, moviéndose como pez en el agua. Pero Pépé no es argelino ni descendiente y se cuida mucho de mantener su apariencia de francés e incluso más aún, de parisino, vistiendo con sus mejores ropas,trajes elegantes y corbatas vistosas, chocando con los atavíos de sus vecinos naturales de la casba, no así con los esbirros que le acompañan y algún otro delincuente francés escondido como él mismo para evitar su detención.
Sin embargo, pronto Duvivier nos va ilustrando de la forma de ser de todos esos personajes y comprendemos que Pépé ni siquiera intenta mimetizarse en la casba porque no se plantea su inclusión en ese microcosmos que le salva la vida a diario.
Sí, Pépé incluso está amancebado con la gitana Inés (Line Noro) hace dos años ya y la aprecia porque reconoce en ella un amor apasionado pero le recuerda que él es libre de marchar y mira desde la azotea el horizonte marino sintiéndose preso de la casba que le permite vivir en una libertad acotada por los límites del laberíntico entramado de callejuelas, temiendo pisar lo que llaman la ciudad, remarcando la cámara de Duvivier la sensación de pájaro enjaulado que tiene su protagonista al que muestra triste oteando una lejanía que no puede alcanzar.
Slimane sabe mantener una situación privilegiada en la casba: todos le conocen, saben que es policía y no le cuentan nada, aunque tampoco es que pregunte mucho: pero anda por todas partes con libertad, no molesta a nadie, pero mira mucho y advierte que Pépé flirtea con cualquier joven coqueta que se le pone a tiro, para desespero de Inés. Slimane se vale de una voz suave, queda, una pose aduladora y unas palabras en ocasiones francas para conseguir acercarse a Pépé como si fueran amigos mientras le asegura que tarde o temprano conseguirá detenerle, porque él mismo se pondrá en sus manos un día.
Hay un detalle que conviene no olvidar: en 1937 Argel llevaba 107 años de colonización francesa y a nadie en su sano juicio se le ocurriría liquidar como si nada a un policía que no hace más que mirar y de vez en cuando soltar alguna frase en voz baja, porque la entrada del ejército en la casba hubiese sido inmediata y no quedaría negocio capaz de renacer antes de un año, así que Slimane se mueve escurridizo cual serpiente que puede aplicar una mordedura venenosa si se la molesta.
En medio de un follón y con la policía pisándole los talones, Pépé se encuentra en un tugurio a la bella Gaby (Mireille Balin) que con su marido y una pareja amiga se ha trasladado desde Paris hasta Argel en vacaciones y buscan en la casba emociones rústicas y exóticas y se dan de bruces con Pépé que se queda tan fascinado por Gaby como por las joyas que esta luce y teniendo a Slimane pegado a su sombra, éste queda pasmado al comprobar cómo el afamado ladrón desestima hacerse con los aderezos de la dama y se despide insinuando un nuevo encuentro.
Gaby que pronto nos da a entender Duvivier que casó por el atractivo patrimonial del esposo, centellea la mirada sobre Pépé y al día siguiente se ven de nuevo, escamoteando al hábil Slimane la posibilidad de estar cerca de ellos.
Duvivier construye un triángulo de amores y desamores apasionados porque Inés bebe los vientos desaforadamente por Pépé como si no hubiera un mañana, viviendo el presente intensamente, capaz de perdonarle deslices e infidelidades con tal de tenerlo en casa, cerca de ella: él le tiene gran cariño, pero ha conocido a Gaby : ésta es una mujer guapa, elegante y refinada que en realidad no ama a su marido y siente la pasión de la aventura amorosa de una forma erótica y trasgresora con ese Pépé canallesco y guapo y no le importaría mandar a paseo al marido y cambiarlo por el joven aventurero.
Duvivier nos muestra a un Pépé enamorado de Gaby por unas razones que ella misma no alcanza a comprender: para Pépé ella es la encarnación de Paris, de su añorado barrio parisino, sus calles, sus bulevares, sus plazas; si hasta nacieron como quien dice en la misma calle: cuando ve a Gaby, ve la libertad, la vuelta al hogar, el fin de la profunda añoranza que le domina desde que puso los pies en la casba, ese quinto protagonista siempre presente.
Para reforzar la nostalgia del Paris abandonado a la fuerza, Duvivier se vale, como secundaria, de la estrella que fué de la chanson Fréhel y constando como amancebada con un colega de Pépé, le oculta en su casa y le explica su dolor por la lejanía:
Uno no puede menos que acordarse de la diabólica urdimbre tejida por la serpiente en el principio de los tiempos bíblicos cuando Slimane se mueve rápidamente para mover voluntades buscando beneficiarse y sorprende la facilidad de Duvivier de contar una trama compleja de la forma más diáfana posible mostrando las debilidades humanas exacerbadas por unos amores locos que nublan toda inteligencia avocando a todos a un final que no podía ser de otra manera. Slimane juega con los deseos y lo hace con dados trucados y como consecuencia no obtiene lo que él quería.
Duvivier aprovecha escasos 94 minutos para escarbar en el interior de su protagonista que presenta una apariencia chocante [+/-] (como anécdota, fijarse en las iniciales de la camisa de Pépé en la foto insertada, muestra de lo bien vestido que aparece Jean Gabin)con su entorno y más aún con su propio pesar, oculto a todos los demás para evitar sensación de debilidad, tanto como el desarrollo del personaje de Slimane que retuerce acciones y motivos de una forma maquiavélica y también el paroxismo apasionado de Inés que sufre en soledad la ausencia de su ídolo. No deja Duvivier ningún cabo suelto y todos los secundarios son tratados con detenimiento, pues con ellos logra conformar el submundo hampón en el que Pépé domina la situación pero además les otorga un sentimiento de camaradería que refuerza algunas acciones que sucederán en ese lugar tan prieto y enrevesado que es la casba, tratada con la importancia que merece, no en vano alcanza la categoría de guarida y cárcel a un tiempo.
Pépé le Moko fue un éxito internacional, situó a Jean Gabin en las pantallas mundiales y provocó una nueva versión hollywoodiense al año siguiente y hay quien asegura que los responsables de Casablanca la vieron varias veces.
Lo cierto es que es un modelo de concisión cinematográfica y emplazamiento de las cámaras en lugares angostos de la casba manteniendo el ritmo de forma constante, sin decaer y sin precipitarse, contando mucho más de lo que cabría esperar de una película sobre un delincuente huído.
En definitiva, una imperdible muestra del mejor cine francés y por extensión europeo y mundial, una película que no ha envejecido en nada más allá de lo accesorio, porque nos muestra relaciones humanas entendibles todavía hoy. Imprescindible verla en v.o.s.e., naturalmente.