Es harto frecuente el que, tras una ruptura amorosa y, en vista de estar sumido en un profundo estado de tristeza, se acuda al médico esperando que se le recete algún antidepresivo o tranquilizante porque alega encontrarse “en un estado depresivo”. Hay que tener muy en cuenta la diferencia entre un estado de tristeza ocasionado por un duelo (o ruptura) de una depresión. La diferencia reside en que en la depresión se encuentran los síntomas de tristeza, apatía, ideas relacionadas con la muerte, pérdida de sueño, de peso... En cambio, la tristeza supone un estado de ánimo que va fluctuando según el momento del día o la evolución en el tiempo. Una buena salud mental implica el poder sustituir unos objetos “amorosos” por otros (o bien otra persona, un trabajo, alguna actividad). Es el ser humano cuando entra en la situación edípica hacia los padres que aprende a renunciar a ese estado omnipotente de completud con el significante madre y puede ingresar en el mundo. En psicoanálisis, hablamos de que no existe la teoría del “trauma”, es decir, no por una ruptura amorosa, se ha de enfermar con depresión. Tal vez, en lugar de tomar medicación o entrar en un estado de sopor continuado en la identificación con el objeto perdido, convendría pensar cuál es nuestra manera de entender el amor. Nuestra vida es producto de nuestros pensamientos y si hay una exagerada resistencia a renunciar a lo anterior, es un síntoma de que algo ocurre en nosotros que nos impide entrar en el mundo.
Laura López, psicóloga-psicoanalista
Revista Psicología
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