Revista Opinión

Amoríos y fast food.

Publicado el 04 diciembre 2012 por Bc
Amoríos y fast food. Hay, o al menos la había hasta hace poco, una creencia en el mundo femenino que indica que nosotros otrora hombres de pelo en pecho, y ahora amorosamente depilados “Solo pensamos en eso” y que del amor y el matrimonio nos olvidamos hace ya muchísimo tiempo. Quien se atrevería a opinar en contrario ? en verdad muy pocos, aun tomando en consideración que el mercado de candidatos y candidatas se ha ampliado notablemente por aquello del “vale todo” Haciendo zaping por la web me encontré con el texto que en forma reducida inserto a continuación y que pertenece a un escrito que Groucho Marx escribiera con el título “ Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo” en el cual divaga sobre el amor marital. “El amor abarca una multitud de emociones y de actitudes. Creo que puedes amar a Dios, a un niño, al vecino (o a su esposa, elegir uno o el otro), e incluso a un chucho. Pero el amor matrimonial nunca se define con claridad. Cuando la gente ve a una pareja joven paseando sin rumbo tomados del brazo, ajena al mundo entero y tan apretada como dos plátanos en la misma piel, invariablemente exclama: -¡Oh, que pareja más encantadora! Que enamorados están ¿Verdad que es bonito? ¡ Bueno, aquí es donde el viejo Groucho, experto en nada, saca fuerzas de la flaqueza y descubre su alma ante un mundo hostil. Lo llaman amor, pero, para ser sinceros, en la mayoría de los casos no lo es. Solo se trata de dos personas que se encuentran sexualmente atractivas y que esperan, si hay suerte, estar pronto uno en los brazos del otro. En la cama, claro. Me gustaría saber lo entusiasmado que este Romeo se mostraría acerca de esta Julieta si ella fuese patizamba, un tanto despistada y su busto estuviese manufacturado en Akron, Ohio. Supongamos que ella como él tuviesen patas de gallo. Me pregunto la suerte que sería su amor en este caso, a menos, desde luego, que resultara que ambos fuesen gallos, en cuyo caso se sentirían irresistiblemente atraídos. No niego incluso que las personas poco agraciadas se casan (tómenme a mí por ejemplo), pero la mayoría de los jóvenes se casan por qué siente avidez por esa sublime experiencia sexual que han estado acariciando en su subconsciente desde que iban a la escuela, alentada por sus amigos, por las películas y por la novelas baratas. En “La gata sobre el tejado de zinc", Tennessee Williams hace que la madre señale una cama y diga: -Ahí es donde se deciden los matrimonios,- Si el señor Williams cree que en el matrimonio no hay más que esa cama, le sugiero que repase de nuevo la obra y la escriba otra vez. No hay duda que el sexo es la fuerza responsable de la perpetuación de la raza humana. Si no existiese, la vida desaparecería en pocas décadas, lo que tal vez no sería mala idea. Creo, sin embargo, que el verdadero amor aparece cuando se han amortiguado las primeras llamaradas de la pasión y quedan solo las ascuas. Este es el verdadero amor, que guarda sólo una relación remota con el sexo. Sus partes integrantes son la paciencia, el perdón, la compresión mutua y una larga tolerancia hacia los defectos ajenos. Creo que esta es una base mucho más firme para la perpetuación  de un matrimonio feliz. Pero ¿por qué he de divagar acerca de esto? Pongámoslo todo en manos del maestro, G.B.S.(Shaw para ti), a quien cito: "Cuando dos personas están bajo la influencia de la más violenta, la más insana, la más ilusoria y la más fugaz de las pasiones, se les pide que juren que permanecerán continuamente en esa condición excitada, anormal y hasta agotadora, hasta que la muerte los separe". Ahora que el señor Shaw y yo hemos definido el amor y hemos hecho con él un paquete pequeño, primoroso y superficial, prosigamos. Creo que la soledad es responsable de más matrimonios que el tan traído y llevado sexo. Un amigo me dijo una vez con cierto arrepentimiento que si durante los días de noviazgo hubieran existido la televisión y las comidas en lata, nunca se hubiera casado. Hay suficiente verdad en su afirmación para hacerme creer que hubiera deseado no dejarse atrapar jamás; pero el muy tonto no comprende que, prescindiendo de cuantas comidas en lata tragara o de cuantos televisores tuviera en casa, seguiría estando solo. Las comidas rápidas son un recurso maravilloso, pero no pueden reemplazar a una mujer enamorada que cuida a su marido.” G.M. Como se ve no solo pensamos en “eso”; el estómago también cuenta. Para mí sin kétchup, plis.  Amoríos y fast food.

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