Adrián ha terminado sus exámenes y se marcha unos días a Asturias, a descansar (no mucho, porque este año construyen dos Fórmulas 1: el normal y otro eléctrico).
Nico, sin embargo, empieza los suyos enseguida. Me gustaría escaparme a Berlín y facilitarle algo las tareas domésticas y darle alguna alegría gastronómica: flanes, tortilla de patatas, fabada, arroz con leche y demás.
Pero yo aún ando enredada con mis exámenes. Y además, en casa de Nico hay overbooking, porque me he enterado que lo van a visitar su amigo Adriano (instalado en Ginebra) y su prima Laura (que me ha asegurado que le llevará chorizos y jamón, ¡faltaría!), con lo que a ver qué resulta... (quiero decir... resultados).
No puedo ir a Berlín y me conformo releyendo las Crónicas berlinesas de Joseph Roth, editadas por la imprescindible editorial Minúscula, y de las que ya os hablé en alguna ocasión.
Y al leer la titulada "Filosofía del gabinete de figuras de cera", me acordé de un lejano viaje a Amsterdam, que hice con dos niños: Nico (11 años entonces) y mi sobrino Yuri (de 9).
No era la primera vez que iba allí, pero casi. Porque de joven, y a pesar de Jacques Brel, me resistía a hacer un viaje "seriado" al que se entregaban eufóricos buena parte de mis amigos, en verano y bla, bla, bla.
Yo empecé a ir un invierno, con dos niños. Visitamos el Museo de la Tortura (¡ya me diréis!), la casa de Anna Frank y la Casa-Museo de Rembrandt, y el Rijsmuseum. Compramos tulipanes y paseamo por los muelles, y cruzamos una y otra vez los puentes sobre los canales pero no montamos en bicicleta porque era invierno.
Vivíamos en la histórica Vankrij.
Y también visitamos el Museo de Cera (¡qué remedio!). Sólo había visto el de Barcelona, al poco de llegar a esta ciudad, experiencia que me inmunizó contra cualquier posibilidad de repetirla, pero en Amsterdam sucumbí (fácilmente) a la insistencia de los niños.
Y aquí es donde viene a cuento la crónica de Joseph Roth, cuyas palabras expresan a la perfección el rechazo (¿la repulsión?) de aquella niña:
La paradójica filosofía del gabinete de figuras de cera hiuzo que la grandeza y el horror terrenales resultaran ridículos con sólo inmortalizarlos en cera. Hasta entonces ninguna industria de la memoria había despojado tanto a sus objetos de toda solemnidad como el gabinete, que creó monumentos sin el pathos del respeto [...]. El único mérito del gabinete de figuras de cera fue la ridiculez involuntaria con que compensó el pathos de este mundo y lo transformó en una especie de cuarto de la risa.
Y es que la intención del gabinete -lograr un espantoso parecido con la vida- conduce necesariamente al ridículo. Es la intención, contraria al arte, de presentar una verosimilitud exterior en lugar de una verdad interna: la intención de la fotografía naturalista y la "copia". Un asesino múltiple de cera resulta grotesco. Pero no menos ridículo es un Rothschild de cera. El material hizo que uno perdiera su crueldad y el otro su nobleza. (pp. 161-2)
Sin duda, han mejorado mucho los Museos de Cera desde las impresiones de Roth, fechadas en 1923, pero aun así...
El histrionismo de Nico rompía una y otra vez a Yuri, impidiéndole posar comme il fault.
El futuro estadista, en plan compadre.
Esta foto se la colamos a mi padre, mezclada con otras tomas "reales".
Aun recuerdo la nerviosa emoción que le embargó al verla y preguntar: ¿Os lo encontrásteis?
(Luego se dio cuenta, claro, pero la ceguera culé le pudo al primer golpe de vista).
P.D. ¡Ay! ¡Quién le diría a mi querido padre que el Barça de Guardiola (heredero del de Cruyff) sería capaz de proezas tan grandes como la de propiciar al menos tres "clásicos" en una sola temporada! Y luego dicen que ya no hay emoción.