La protagonista de este blog se llama Amy. Apareció en mi vida un sábado de agosto en el año 2011. Un mes antes había empezado como voluntaria en una protectora de mi ciudad, Oviedo, llamada Másquechuchos. Todos los sábados iba al refugio a ayudar con el cuidado de los perros. Ese día nos habían avisado de una clínica en un pueblo cercano para recoger a una perra que llevaba una semana vagando por allí. Hacía poco de la muerte de Amy Winehouse así que le quedó el nombre. De camino al refugio me senté a su lado en el coche, Amy metió la cabeza por detrás de mi espalda, tímida y temerosa. A partir de ahí no hubo marcha atrás.
Siempre había querido un perro, tenía 15 años y me los había pasado (desde que aprendí a hablar) aprovechando toda ocasión para pedirles a mis padres un perro pero nunca lo había conseguido. Empecé a sacar a Amy cada sábado de paseo. Buscábamos un cachito de prado donde sentarnos las dos para, simplemente, disfrutar del tiempo juntas. Llegaba a casa y le hablaba a mi familia de Amy. Mi madre fue la primera en darse cuenta de que era especial y tarde o temprano iba a acabar en casa. El dos de enero de 2012, la llevamos a pasar el día a la playa y después de comer, cuando había que llevarla de vuelta al refugio, fuimos incapaces. Amy se echó en una esquina del sofá y se puso a dormir totalmente convencida de que no se movería de ahí para ir a ningún sitio. Si hubiese podido hablar, no habría podido expresar tan claramente que se sentía en casa.
Amy se quedó en casa a condición, como les dije a mis padres, de que no se fuera nunca mordiera lo que mordiera, liara la que liara, pasara lo que pasara, para el resto de su vida. Lo recuerdo como el momento más feliz de mi vida.