La muerte de la cantante inglesa Amy Winehouse ha coincidido con la vuelta a los toros del mítico José Tomás, cogido nuevamente en su reaparición en Valencia, quince meses después de su última actuación en Aguascalientes, México, donde casi lo mató un toro.
Se salvó en esta reaparición. Pero buena parte del público no gozó totalmente cuando el toro lo volteó y corneó, porque esta vez quedó herido de poca gravedad.
Parece que no tienen mucho que ver la cantante y el torero, ella de 27 años al morir, él de 36 al reaparecer. Pero, sí, hay algo que comparten: el morbo, la emoción homicida de su público que querría verlos agonizar en su escenario.
Los expertos dicen que a los últimos conciertos de Amy iba gente que no amaba su música. La mayoría sólo esperaba verla derrumbarse y acabar borracha o con sobredosis de drogas en el escenario. Fue lo que ocurrió el 18 de junio pasado en su último concierto.
En Belgrado, Serbia, donde quedan aún las adictivas emociones monstruosas de las guerras balcánicas, el público se ensañó con la artista incapaz de cantar, tratando de que se suicidara en el escenario inyectándose heroína y vergüenza.
Hay otros expertos, los de los toros, que afirman que gran parte del público que va a ver a José Tomás desconoce el espectáculo. Gente que paga fortunas buscando emociones. Morbosos que van a ver sucumbir al torero, que sufre tantas cogidas que debe tener más partes del cuerpo recosidas que limpias de cicatrices.
Tomás sufre la furiosa embestida del toro y la sortea tan cerca que parece imposible que no muera cada día ante ese público tan suyo, y de nadie más, que algún día conseguirá, por fin, gozar la cornada definitiva.
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