Ildefonso Moriones, ocd
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Ana de Lobera nació en Medina del Campo el 25 de noviembre de 1545. Algunos meses después de su nacimiento falleció su padre, Diego de Lobera, natural de Plasencia, por lo que la madre, doña Francisca de Torres, oriunda de Vizcaya según algunos testigos, tuvo que cargar con toda la responsabilidad de la familia. Junto con sus padres le esperaba un hermanito llamado Cristóbal. Tenía nueve años cuando perdió también a su madre; y la abuela materna recogió en su casa a los dos huérfanos.
A los 12 años Ana hizo voto de virginidad. Al saberlo la abuela, que ya estaba pensando en prepararle un casamiento honroso, le dijo que era demasiado pequeña para hacer el voto y que ella, como tutora, se lo podía anular. La niña le respondió: “Yo le haré tantas veces que valdrá”. Es la única frase de su infancia que ha llegado hasta nosotros, y que revela ya la firmeza de carácter que la distinguirá durante toda su vida (Beatriz de la C., Lettres choisies, pp.15-16).
La insistencia de la abuela en buscarle un buen esposo, y la perseverancia de la nieta en mantener su propósito de no admitir a otro esposo que a Cristo, creó una situación que Ana pensó podía solucionarse solo cambiando de ambiente. En 1560, cuando iba a cumplir los 15 años, de acuerdo con su hermano que compartía su vocación y sus ejercicios de piedad, le expuso a la abuela de Medina del Campo el deseo de hacer un viaje a Plasencia para conocer a la otra abuela. Al presentarle la ida como una visita a los otros familiares y con intención de regresar, la abuela no pudo decir que no y les dejó marchar a los dos, junto con un tío que había venido para acompañarlos en el viaje.
Pero resultó que en Plasencia se encontró con que no bastaba cambiar de ambiente, pues la abuela paterna pensaba igual que la materna, y Ana tuvo que recurrir a su firmeza de carácter. El 6 de diciembre de 1560, recién entrada en los 16 años, cuando todos los invitados estaban ya sentados a la mesa con ocasión de la Primera Misa de un pariente suyo, se presentó vestida de beata, con una túnica negra y un velo hasta las cejas y el pelo cortado. Pasada la sorpresa, todo el mundo entendió que la decisión de Ana de entregarse a Dios era definitiva, y la dejaron seguir en paz su camino. En 1561 Hizo voto de entrar en la Orden más estricta y prometió no buscar el propio gusto en nada (Positio, pp. 302-304).
Justo por esas mismas fechas estaban fundando los Jesuitas un colegio en Plasencia y su hermano Cristóbal se sumó a ellos ya en 1560. Entre los fundadores llegó el padre Pedro Rodríguez, santo varón que en 1558 había entrado en la Compañía ya sacerdote con 34 años de edad. A él acudió Ana a los 17 años exponiendo sus deseos y pidiéndole fuera su director. Manrique cuenta que se presentó diciendo: “Que arrancase de su voluntad todas las yerbas malas que conociese haber y la plantase de todas las virtudes; que supuesto que de parte suya no había de hallar en nada resistencia, lo que faltase, faltaría por él y le pediría Dios estrecha cuenta” (Positio, pp. 306-307).
De los 17 a los 24 años, vivió Ana en Plasencia, dedicada de lleno a la vida de oración y al servicio a los demás, visitando enfermos y colaborando en la parroquia, hasta que su director —destinado a Toledo— le escribió: “Aquí he hallado una mujer santa que con autoridad apostólica funda monasterios con la religión que vos deseáis. Es natural de Ávila y llámase doña Teresa de Ahumada”, añadiendo a continuación un resumen de lo esencial de la Regla y Constituciones. “A mí me satisfizo tanto —prosigue la madre Ana, que es quien nos ha transmitido las palabras de su director— que luego escribí a este Padre, que se llamaba el P. Pedro Rodríguez, que diese cuenta a la santa Madre de mis deseos […]. Él la mostró mi carta, y al punto me recibió, diciendo que de tres o cuatro casas que entonces tenía fundadas me viniese a la que quisiese, aunque a ella le daría más gusto me viniese a tomar el hábito a la de Ávila, por ser la primera que había fundado y ser ella de allí Priora entonces, que, aunque andaba por allá fundando, se había de venir luego allí a Ávila” (BMC 18, p. 461).