Ildefonso Moriones, ocd
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Un episodio significativo de los primeros tiempos
El convento de Beas se fundó, el 24 de febrero de 1575, en una casa contigua a la iglesia, con la que comunicaba mediante una ventana con reja. Francisca de la Madre de Dios, novicia de Ana y testigo del suceso, lo recodaba así tras la muerte de la Madre:
El mayordomo de la iglesia, “tenía mucha ojeriza con nuestras rejas. Al fin se fue a Madrid y sacó del Consejo Real una provisión para hacer cerrar nuestras rejas […]. Llegó aquí sábado en la noche, muy ufano con la provisión que traía. Y domingo por la mañana se puso a las puertas de la iglesia muy contento; y, dándole todos sus amigos el bienvenido de Madrid con la provisión, y los demás que se juntaban allí al rededor de él, todos a oír lo que mandaba la provisión, se la leyó y dijo que dentro de tres días había de cerrar las rejas con cal y canto. Díjole uno de los que estaban allí: ‘Pues mire vuestra merced lo que hace; no se tome con estas santas y le cierren ellas a vuestra merced los ojos’. Rióse mucho el clérigo y alzó más la voz y dijo: ‘Sean vuestras mercedes todos testigos cómo de aquí a tres días verán las rejas cerradas y a mí tan sano y bueno como me ven’.
El domingo en la tarde, cuando él pensaba venir a cerrar las rejas, a lo menos a notificar al convento la provisión que traía, le dieron escalofríos y calentura; y el lunes siguiente, a las cuatro de la tarde, que fue a la misma hora que le dio el domingo, le dio más recia y más angustia; y martes siguiente expiró a las cuatro de la tarde; y miércoles por la mañana le enterraron, con tan grande asombro y espanto de toda esta villa, que se les pusieron los rostros desfigurados, y todos temblando decían: ‘No se tome nadie con Dios ni sus esposas, mirá, mirá lo que pasa; escarmentad en cabeza ajena’.
Entrando yo a ver a nuestra muy venerable y santa madre Ana de Jesús me hizo una muy grande venia y me habló con muy grande respeto. Yo, considerando que no merecía tanta honra, me postré a sus pies y le dije que, siendo mi prelada, que para qué me hablaba con tanta humildad y llaneza, y díjome: ‘Oh hija mía, ¿cómo no he de estimar yo a las que son lumbre de los ojos de Dios? Yo no soy sino basura’. Díjome entonces: ‘No diga nada a nadie’. Yo le respondí: ‘Yo se lo prometo a V.R.’ y díjome que cuando vino el mayordomo de la iglesia mayor con la provisión aquel domingo, acabando de comulgar, le dijo a nuestro Señor que cómo consentía que unas almas que habían dejado todos los pasatiempos y regalos por su amor y que de noche y de día le estaban amando y sirviendo, una cosa sola que tenían de alivio, que era oír los sermones, consentía que se la quitasen; y que entonces la miró con unos ojos muy hermosísimos y le dijo: ‘Tú y las almas que están en tu compañía sois la lumbre de mis ojos; Alonso de Montalbo ¿podrá él cegarme a mí la lumbre de mis ojos? Por ventura –le dijo más Nuestro Señor– ¿podrá él llegar a la lumbre de mis ojos?’ Y que le respondió la Santa: ‘No, Señor mío’; y entonces le respondió nuestro Señor: ‘Pues menos os cerrará las rejas’. Y el día que murió hizo que tomásemos toda la comunidad disciplina, y que rezasen mucho por su alma y que comulgasen por él. Y díjome la Santa, cuando me contó esta merced que nuestro Señor le había hecho, que había menester hacerse fuerza mucha para no mostrar grande respeto a las religiosas y más amor, porque, de que consideraba que eran lumbre de los ojos de Dios, querría besar la tierra que pisaban, y, de que no la veían, lo hacía, y que después que Su Majestad le hizo esta merced, amaba mucho a las religiosas, mucho más que a su mismo corazón y que a su vida”.