Viajó por tierra de Ecuador a Estados Unidos: vio poblados destrozados por la guerrilla colombiana, pasó cerca a una pantera en la selva panameña, y hasta durmió arma en mano en San Pedro Sula; ahora jamás renunciaría a la democracia.
Ana Olema es artista visual, activista social en defensa de los derechos humanos, y una migrante. Es un cóctel de experiencias y la confirmación de que ella es, sin lugar a dudas, una sobreviviente. Sus gestos, ropa, peinado, su acento al hablar, y su semántica, son una perfecta muestra del Caribe.
Pero ella, sin embargo, se define como “una ciudadana del mundo y una cubana”. Esa dualidad la explica de manera muy simple: “los cubanos nos aferramos a la ciudadanía por una razón de resistencia”. Recuerda que “el que se iba del país fue considerado un traidor por mucho tiempo, y esa proyección psicológica persiste hasta la actualidad”.
PanAm Post conversó con la multifacética Olema sobre sus casi seis meses de viaje —aunque la palabra quede corta— desde Quito, Ecuador, hasta la frontera de Matamoros, México, con Brownsville, Estados Unidos. Un recorrido que hizo sin papeles de viaje, ya que en todos los países pasó encubierta por no poder cumplir los requerimientos de visa para los cubanos.
Nos habló de coyotes, de guerrilla, del Ejército, de robos, abusos, y hasta de dormir con un arma en la mano. Como ella, entre 2010 y 2014, 53.423 cubanos cruzaron la frontera sur de Estados Unidos para residenciarse en el país. Y la cifra parece ir en aumento: solo en el último trimestre de 2014 entró por esa vía el 37% de los cubanos que ingresó al país en todo el año fiscal anterior.
El comienzo de un viaje interminable
“Yo entraba y salía de Cuba por el arte. Había tenido la experiencia de salir de Cuba. Cada vez menos, a medida que crecía mi activismo”, señala Olema; pero aclara que lo hacía por sus propios medios, “no porque recibía algo del régimen”.
Su novio en aquel entonces intentó escapar por quinta vez de Cuba en balsa pero lo atraparon y lo multaron. “Además lo acusaron de algo incorrecto, porque todos sabemos que en Cuba no funciona el sistema legal”. Luego se complicó la situación de su pareja, y con una alta probabilidad de que fuera preso, les surge a ambos la posibilidad de volar a Ecuador a grabar un disco de rap.
En abril de 2012, luego de varios meses en Ecuador, ella y su novio decidieron emprender el largo camino hacia Estados Unidos. “Es una experiencia que me cambió la vida y que me conectó con Latinoamérica”, relata.
La travesía Ecuador-México
“El viaje entre Ecuador y Colombia lo hicimos en un taxi”. Cada uno pagó US$50 al conductor y cruzaron agachados y escondidos en un auto a territorio colombiano. De la estación de bus cerca de la frontera viajaron a la ciudad de Cali.
Allí dio charlas y una conferencia en una universidad local, pero su preocupación se centraba en cómo atravesarían el territorio colombiano que era “bien peligroso” sin papeles.
“El coyote que los llevaría hasta Guatemala le entregó una pistola a cada viajero para que durmieran seguros”.
Cubanos y otros migrantes le fueron pasando la información de por qué frontera debían ir pasando, qué bus tomar o a qué coyote contratar. Es una información que se pasa de boca en boca. “Hay una red armada actualmente que transfiere el conocimiento de unos a otros”.
Existen tres formas de cruzar a Panamá desde Colombia. Por mar, por tierra, o por avión. Sin embargo, para aquellos migrantes sin documentos, solo quedan dos vías, por velero, vía las islas San Blas, o vía terrestre cruzando la selva del Darién.
La pareja decide ir por mar. Para ello se encuentran con la persona que los cruzaría por barco a Panamá. “Esperábamos, pero el velero no llegaba y viene esa persona y nos dice que deberíamos irnos por tierra porque quien estaba a cargo se iba a demorar mucho”.
Con solo una mochila a cuestas (con un par de libros y una computadora) se metieron a campo travieso con rumbo al norte para cruzar la “Montaña del Tigre”. Se vieron de pronto en un grupo de 40 personas. “Éramos siete cubanos, otros de Nepal y el resto somalíes”.
“Éramos siete cubanos, otros de Nepal y el resto somalíes”
Ella la define como “la ruta de la guerrilla”. Describió a ese trayecto como el lugar donde ves “lo peor y lo mejor del ser humano”. Era todo supervivencia: “cambiamos toda la ropa por un dulce o un poco de leche”. Con un imparable ritmo, la joven cubana cuenta que le pasó “hasta una pantera por al lado”.
“Horas antes de que nosotros llegáramos a la frontera panameña la guerrilla había violado a todas las mujeres, inclusive a las embarazadas y a algunos hombres según pudimos constatar”.
Continúa su relato. Deciden encarar desde allí el viaje a Ciudad de Panamá. “Mi novio llegó con un short sin camisa y yo con un short pequeño y una blusa y tenía una bufanda que me tapaba un poco más porque el short era demasiado corto. Lo habíamos dado todo en el camino”.
En cuanto a su financiación, su padre la iba ayudando con dinero que le enviaba desde Estados Unidos, donde actualmente vive, pero se lo iba entregando de a poco, para evitar que se lo robaran.
Inmersa en la violencia centroamericana
Centroamérica es todo otro capitulo. Si bien aseguró que el trayecto en Costa Rica fue “muy fácil” se les complicó en Nicaragua y en Honduras. “En Nicaragua nos cogió el Ejército. Nos tiraron al piso con armas largas. Y empezaron a tocar a las mujeres, porque nosotras escondemos el dinero donde queramos”. Pero la situación se puso aun más tensa: “un oficial me dice que yo estaba bien bonita y me hace ser revisada por otros dos agentes. Me quisieron poner de rodillas pero yo no me arrodillo ante nadie”.
“Me quisieron poner de rodillas pero yo no me arrodillo ante nadie”
Les robaron la computadora y el dinero. Y les volvieron a robar en Honduras. “Ya no teníamos nada más de dinero pero me asusté porque me apuntaron directamente a la cabeza”.
La tragedia no terminó allí. Cuando llegaron a San Pedro Sula, una de las ciudades mas inseguras del planeta, el coyote que los llevaría hasta Guatemala le entregó una pistola a cada viajero para que durmieran seguros.
“Dormimos con un arma en la mano. El coyote tenía un contacto que fue quien nos proporcionó las armas”.
Lograron cruzar Guatemala y una vez en México el coyote los abandona en el DF, en vez de llevarlos a la frontera, como había prometido. “Tuvimos que llegar a la frontera solos. Nos sacamos pasajes en el mejor bus, en el más caro. Pero ahí sí andábamos con miedo, por que si nos cogían allí nos enviaban de vuelta a Cuba”.
Ana dice que no apreciaría tanto la democracia de Estados Unidos si no hubiese tenido que pasar por esta travesía.El bus que se dirigía a la frontera frenó; les pidieron documentos a todos. “Pero no iba a dejar que nos llevaran de vuelta. Les dimos todo el dinero que teníamos encima”. Cuando llegaron a la frontera, ya al final de todo el camino, los volvieron a parar. Olema explica, ahora ya con calma, que los cubanos no tienen necesidad de cruzar el desierto.
“El muchacho cubano que venia con nosotros cometió un error. Hizo una llamada que no tenia que hacer y esa llamada nos delató”. “Nos meten en una oficinita ya en la frontera en México y nos piden dinero”. “Nos pedían US$600 por cada uno. Pero todo era un juego de poder. El hombre aceptó los $600 del cubano compañero y nada de nosotros porque nosotros sabíamos que a él le iba a costar más trabajo llevarnos de vuelta a la ciudad que dejarnos seguir”.
El agente migratorio esperó a un hombre mayor que venía con un coyote para mandarlos a cruzar la frontera. “El viejito decía que se iba a Estados Unidos a darse la última afeitada. El había pagado US$10 mil por todo el paquete”.
Llegaron a la frontera y a los molinetes donde hay que poner unas monedas en la ranura y pasar al lado estadounidense.
“Cuando llegó mi turno, le dije al oficial: ‘yo me acojo a la ley de ajuste cubano’, pero era un error. El oficial mi miró y me dijo ‘¿tú decir ajuste o refugio?’. En realidad, en Cuba hay tanta desinformación que los cubanos no saben qué decir cuando llegan. (…) Es importante que los cubanos cuando lleguen deben decir que piden refugio o asilo político”.
Si bien asegura que no volvería a hacer el viaje otra vez, sentencia: “Yo nunca hubiera apreciado tanto vivir en Estados Unidos, un país que es un monstruo democrático, aun con sus imperfecciones, sino hubiese hecho ese viaje. Me cambió la vida”.
Publicado originalmente en: PanAmPost por Belén Marty