La guitarra destilaba su música. Rango la tocaba con el cálido color cobrizo de su piel, con la pupila de carboncillo de los ojos, con la espesa fronda de sus cejas, derramando en la caja color miel los sabores del camino abierto en el que vivía su vida de zíngaro: tomillo, romero, orégano, mejorana y salvia. Derramando en la caja de resonancia el vaivén sensual de su hamaca colgada en la carreta gitana y los sueños nacidos en su colchón de crin negra.
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