Analema es el dibujo que genera el sol si se le fotografía cada día del año desde el mismo sitio y a la misma hora. Crea la figura de un ocho. Tengo ganas de contarle esta curiosidad a alguien, pero no sé a quién. No quiero parecer rara y no saber explicarlo y que no me entiendan y que me miren como si me hubiera vuelto loca o como si hubiese contado algo sin importancia.
No puedo decir muchas de las cosas que pienso porque me juzgarán, aunque yo también juzgo a la protagonista de esa novela. Su madre le cortó las pestañas de pequeña porque le tenía envidia. No le gusta comer sola, como a mí me pasaba de Erasmus. Ahora ya no me pasa, a veces lo agradezco incluso. Dice que siempre se debe tener a alguien con quien compartir que la comida está buena. No le gustan las mujeres, habla mal de ellas y eso no me gusta. En el fondo, creo que me aterra sentirme algo identificada.
Stalkeo el perfil del chico que conocí el sábado. Le busco en LinkedIn y Facebook. No sé por qué. Supongo que porque me aburro. Y entro en mi perfil y veo todas mis fotos y los comentarios de J. y me entra la nostalgia. Me quería mucho, yo era su mujer, me admiraba y valoraba. En una en concreto, un amigo comenta que es muy poco casual la foto, que se nota que me he puesto de espaldas y he pedido que me tomen la foto. Y J. responde que en realidad estaba enfadada y me río porque no me acordaba. Yo era su enfurruñada y él era la única persona que conseguía sacarme el enfado de encima. Él me abrazaba y yo al principio hacía ver que me resistía, pero enseguida me dejaba hacer y su calor me cubría el cuerpo y el corazón.
El chico del sábado también es J., pero en catalán. Su amigo se lió con mi compañera de piso y ahora le escribe. Ella no quiere volver a quedar con él y J. no quiere volver a quedar conmigo. Quizá le recordé a la protagonista, dije todo lo que pensaba.
-¿Qué pasaría si se cayese la copa ahora mismo?
Se debió pensar que estaba loca y era capaz de soltar la copa de agua y dejar que se hiciese añicos contra el suelo de su cocina.
Me abrazan rápido sin casi conocerme, me enseñan, me guían. Siento que en este lugar aprendo cosas nuevas.
En la playa, veo los pies de los pakistaníes que venden mojitos y pareos muy cerca de mi toalla, pasan rozándola y levantan granos de arena que me caen encima. Me molesta que me invadan, que no me dejen en paz ni en un lugar al que he venido a estar sola y tranquila. La mujer de los masajes me insiste, nunca me insisten, creo que ha detectado que tengo dolor de cervicales solo con verme. Y estoy a punto de acceder, pero solo por dentro, en la cara no se me puede notar.
Siempre que aparece mi madre en sueños acabamos discutiendo o acaba abriendo la puerta de mi habitación mientras estoy a punto de follar con alguien.
Me acuerdo de A., a quien no di un beso ni el día que nos conocimos ni nunca. Nos bañamos en el mar en ropa interior y nos secamos al sol abrazados. Yo iba con mi bici, recuerdo que me puse la camiseta sin sujetador para no mojarla. Fui de empalme a comer a casa de mi amiga, pero pasé por casa para coger el postre del congelador.