Revista Educación

Analfabetos emocionales

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Analfabetos emocionales

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Soy muy curiosa en todo lo que respecta al funcionamiento del cerebro y a las emociones. Me gusta leer sobre psicología, neurociencia, inteligencia emocional, coaching… La experiencia de casi cuatro décadas de vida también son un grado. Pero nunca se sabe ni lo suficiente. Todos estamos aprendiendo.

Fue buena noticia saber que este curso académico se iniciaba en las escuelas canarias la asignatura Educación emocional y para la creatividad. Sentar unas buenas bases desde la infancia sin duda les ayudará en el futuro. El mismo Gobierno de Canarias definía su principal finalidad como: “el bienestar personal y social de la persona (…) educar niños y niñas para que aprendan a ser felices”. Ojalá sea así.

En realidad creo que lo complicamos, que nos esforzamos más de lo que la vida nos exige, que saboteamos sin querer nuestra felicidad. Seguro que es más sencillo. Pero todos arrastramos heridas emocionales y creencias que nos dañan o nos limitan. Y qué difícil resulta desaprender y reaprender.

Tenemos una desconexión cerebro-corazón brutal. Actuamos conforme a lo que creemos debemos sentir y no según lo que realmente sentimos (bueno, en ocasiones ni sabemos distinguir entre ambos) y terminamos yendo contra nuestra esencia y hasta enfermando por somatización. Y sin saber entender lo que nuestro cuerpo nos está revelando. Inconsciencia absurda.

Somos muy críticos con los demás y con nosotros mismos. Aún cuando sabemos que no existe la persona perfecta… ni la relación perfecta… ni el momento perfecto… Uno casi nunca elige lo que sucede ni cuándo sucede. Pero puede elegir con qué actitud tomarlo y valorar y aprovechar las ventajas, porque todo tiene su lado positivo -como mínimo aprender y crecer- y hasta el día más duro, tiene algo por lo que estar agradecido.

Nos cuesta reconocer lo que nos hace daño y alejarnos de ello. Y nos privamos a menudo de lo que sabemos que nos hace bien, de la compañía de las personas a las que queremos, actividades y entornos que nos gustan, incluso de alimentos que nos nutren y nos sientan bien o de música, olores, colores… que nos agradan (todo cuenta). También está en nuestra mano dirigir la atención hacia lo positivo y lo útil, es increíble lo que somos capaces de filtrar en función de las gafas que nos ponemos. Asumir que nosotros llevamos las riendas y somos responsables de lo que pensamos y de lo que sentimos, por tanto, podemos cambiarlo si así lo queremos.

Huimos de las emociones negativas, pensando que ésa debe ser la mejor estrategia, pero todas las emociones son útiles. Dice un proverbio budista: “en verano hace calor y en invierno, frío”. Es normal que se nos presenten situaciones que nos hagan sentir miedo, tristeza, enfado, estrés… Y es sano, constructivo, vivirlas también. Sólo no se deben llevar al extremo ni permitirnos alojarnos en ellas. Quedarnos en el pasado puede llevar a la depresión y anticipar el futuro y preocuparnos constantemente, a la ansiedad. Luego descubrimos que la mayoría de posibilidades que nos atemorizaban nunca ocurrieron, que el pasado no se puede cambiar y que la culpa es el más inútil de los lastres. Debemos hacer un esfuerzo por vivir en el presente, por ir paso a paso y disfrutar del camino.

Todo pasa y todo llega, lo malo y lo bueno, ya nos lo ha enseñado la vida. Así que el tiempo -aparentemente tan exacto y objetivo- es relativo. Toca ser paciente en las horas bajas, confiado de que acabarán. Y exprimir los buenos momentos, porque, lejos de lo que pensamos, no sabemos cuánto durarán o si se repetirán. No estoy de acuerdo con que “el tiempo lo cura todo”. Claro que lleva tiempo asumir un hecho, cambiar o recomponerse. Pero no es sólo dejar que los días pasen. Al contrario, lo que está mal suele ir a peor y hacerse mayor si no hacemos nada por cambiarlo. Tendríamos que ser capaces de ver el plano emocional como el plano físico. Una herida o una enfermedad debe curarse, aunque duela (más aún si duele), porque con el tiempo sólo puede complicarse. De la misma manera, deberíamos aprender a cuidar de nuestra salud emocional y a pedir ayuda cuando no nos encontremos bien. Todos vamos a la peluquería, al médico, al dentista, al gimnasio… Pero ir al psicólogo sigue siendo tabú en este país. Por supuesto que todos tenemos un amigo que ha ido, no le hemos juzgado y hasta le hemos animado a ir. Pero dar el paso de admitir que podría venirte bien a ti, coger el teléfono y pedir tu primera cita, eso es otra historia… Ahora, ese único paso supone ganar la mitad de la batalla. Hazlo, prueba. Sólo tú puedes intervenir en tu vida, pero los psicólogos son profesionales que están ahí para hacer más breves y menos dolorosos los procesos difíciles. ¿Qué pierdes?, ¿qué podrías ganar?

No está mal el consejo que dan algunos de mirarse al espejo cada mañana y decir en voz alta: “qué guapo soy”, “hoy voy a comerme el mundo”; pero yo votaría por decirse:
“Tengo derecho a equivocarme.
Tengo derecho a volver a intentarlo.
Tengo derecho a ser feliz”.

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