Con esto de estar siempre leyendo cosas de videojuegos, he desarrollado una manía que a día de hoy aun no se si es buena o mala. Cuando todo el mundo alaba a un juego, se deja llevar por el hype y lo glorifican como si se tratara de la mayor obra de arte de la historia , yo suelo esperar. Y ojo, que no es porque no me fíe de las opiniones de la gente, que uno ya sabe a qué árbol se arrima cuando lee algo, y hace ya tiempo que hice mi criba personal de opinólogos y me quedé con los que más se ajustaban a mis gustos. Intento, y no se si lo consigo del todo, no contagiarme de esa ola de alabanzas a la que tienta subirse, sea de forma merecida o no. Igual es postureo por mi parte, lo que queráis, pero el caso es que yo contaba esto porque este fin de semana he visto Hotline Miami en mi lista de pendientes y me he dicho: Venga, va, que ya va siendo hora.
Pero bueno, vayamos al lío, que yo he venido aquí a hablar de mi libro, como diría Francisco Umbral, que en paz descanse. Hotline Miami. Un juego de acción con gráficos pixelados y estética viejuna, que enamorará a los nostálgicos y a los que vivieron un poquito los finales de los 80 y alguna vez han querido protagonizar una de esas películas chuscas ambientadas en las playas de Florida...
Y podría terminar aquí, porque en realidad es todo lo que nos ofrece el juego...pero no estaría siendo justo, ni os estaría transmitiendo bien lo que he experimentado jugando. Porque, aunque todo lo de arriba es cierto palabra por palabra, necesito unas cuantas más para explicaros por qué Hotline Miami es un juego cojonudo, y una de las experiencias más auténticas que he tenido el placer de probar recientemente. Y ojo, todo eso con el prejuicio de "este juego le ha flipado a todo el mundo, no será para tanto".
Primero, y antes de hablar de su estética, de su banda sonora, de su ambientación, de su historia... hay que decir que Hotline Miami es una experiencia directa, primaria, básica, casi visceral. Recibimos una llamada, vamos hasta una dirección, y allí reventamos a todo el que se nos cruza por delante, con lo primero a lo que podamos echar mano, o con nuestros puños si no hay otra cosa. Así fase tras fase, sin descanso, con un ritmo frenético que no baja en casi ningún momento, y nos hace querer más y más, aunque desde fuera pueda parecer algo simple y repetitivo.
Y engancha porque, entre otras cosas, dar ostiejas es extremadamente gratificante. El sistema de control es intuitivo y responde perfectamente a nuestras indicaciones, aunque se muestra inmisericorde cuando eres demasiado lento o dudas. Cada golpe con el bate, cada portazo en la cara de un enemigo o cada disparo de recortada lo sentiremos como nuestro, algo muy difícil de conseguir con tal contundencia, y más teniendo en cuenta que el juego luce un acabado artístico que lo aleja bastante de la realidad que conocemos.
La "aventura" (si se puede llamar así) de nuestro personaje transcurre en un año 1989 deformado, exagerado y sometido a una transformación estética que mezcla todos los clichés que alguien del siglo XXI pueda imaginar sobre esa época y obtiene un resultado que sorprendentemente funciona: Colores chillones, coches horteras, macarrismo de playa y una banda sonora que penetra en tu cerebro y hace que la glándula que se encarga de secretar la sustancia que hace que las cosas molen se ponga a pleno rendimiento. Recomiendo fervientemente jugar diez minutitos a Hotline Miami antes de salir de fiesta por la noche. Si no sales del portal de tu casa moviendo la cabeza al ritmo de la música y creyéndote el rey de reyes, te devuelven el dinero.
¿He dicho ya que la banda sonora es una locura? Lo es. Y es así porque, entre otras cosas, te hace quererla mucho a pesar de que antes de encender el juego ni siquiera pensabas que ese tipo de música te podía gustar. Te gana la batalla del género, te entra sin que te des cuenta y se convierte en tu banda sonora durante unos cuantos días. Cojones, si la estoy tarareando ahora mismo mientras escribo esto. Se nota que hay un curro importante detrás, y de hecho, si llegáis a ver los créditos, podréis ver que en la sección reservada para la música hay más nombres de los esperados.
Y digo "si llegáis a los créditos" porque Hotline Miami tiene una dificultad no apta para todo el mundo. Bueno, no es para tanto, pero se muere mucho. Muchísimo. De hecho te avisa el mismo juego. "Don't be afraid to die", te pone en los consejos que aparecen entre carga y carga de misión. Y es un consejo que más vale la pena tomar. Morir es parte de la experiencia de juego, y todo está pensado para que caer a manos de los mismos secuaces de esa maldita habitación una y otra vez no te haga tirar el mando por la ventana. Podríamos decir que la curva de dificultad es exigente pero muy bien conseguida, lo que se traduce en que el juego es muy puñetero pero cuando te quieres dar cuenta te has convertido en una máquina de esparcir sesos y eres capaz de hacer cosas que hace un ratito te costaban un montón.
En cuanto a la historia...bueno, a sabiendas de que he leído por ahí que hay gente que la considera una obra de arte, tanto por la trama en si como por la forma de contarlo, yo os puedo decir, en mi humilde opinión siempre, que ni mucho menos. A pesar de que funciona muy bien como medio conductor del juego, a mi parecer no es más que una pequeña paja mental con lagunas dejadas a propósito para que los jugones de la interpretación videojueguil se dediquen al onanismo juntando las piezas a posteriori y haciéndose sus cábalas. Vamos, que la cosa da para paja mental si te esfuerzas, imaginas cosas y aprietas mucho los ojos, pero a mí la historia me ha parecido correcta sin más.
Resumiendo: Hotline Miami te da un par de tardes de diversión absoluta, hortera, sangrienta y exigente, y a cambio sólo te pide que te dejes llevar. No va a ser la pareja de tu vida, y si has llegado hasta él probablemente no vayas buscando eso, pero es esa fea con morbo que te mira desde el fondo de la barra y te promete una noche difícil de olvidar. Al final los del hype desmedido tenían algo de razón.
Nota: 8