Revista Opinión

Análisis Social de Chile

Publicado el 05 noviembre 2019 por Carlosgu82

La violencia y el descontrol se han apoderado de las principales ciudades de Chile. Son los llamados “vándalos” que destruyen las ciudades. Los llaman «vándalos», «encapuchados», «lumpen», «violentistas» y, de forma irónica, «blancas palomas».

Los apelativos van cambiando en el discurso público. Son los jóvenes que cada día protagonizan violentos incidentes en la icónica “Plaza Italia” de Santiago y en distintos puntos de la céntrica Alameda, principal foco comercial y político, donde se encuentran cerca del 90% de los edificios públicos de trabajo ministerial y estatal, durante o después de las multitudinarias manifestaciones pacíficas que comenzaron en Chile el 19 de octubre recién pasado.

Ellos toman ventaja de las marchas pacíficas que el pueblo ha comenzado a modo de cruzada, para atacar sin miramientos con piedras, bombas caceras y hasta armas de fuego a la fuerza policial chilena, forzándolos a responder de la misma manera. Están allí cuando comienzan los incendios y los saqueos, siendo en gran parte, los iniciadores de estos. Son parte de la violencia que se ha hecho visible en estos días de movilización, no sólo en la capital, sino que también en distintos lugares del país.

Es casi humorístico, como después de comenzar los hostigamientos, son los mismos que comienzan las denuncias por homicidios, golpizas, abusos sexuales y lesiones de distinta gravedad contra las fuerzas de seguridad. De esta forma, los autores de estas demandas, han logrado la respuesta de las Naciones Unidas, los cuales se han movilizado en una misión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, causando la preocupación de organizaciones internacionales como Human Rights Watch y Amnistía Internacional, desviando la atención del verdadero foco inicial de tales acusaciones, la violencia del “lumpen”.

Es así como la idea principal de cambio social que inspira hoy a miles de chilenos a salir a las calles, se mezcló con el vil afán de esta mala calaña de destruir todo lo que este a su paso, sin medir las consecuencias tanto físicas como psicológicas que su acción podría traer.

Rápidamente el prominente oasis de Latinoamérica, un país ejemplo a nivel mundial, se ha visto carcomido en 15 días por los violentos criminales que mezclados con las personas de esfuerzo se han apoderado de las calles.

Según distintos antropólogos, que han visto el actuar de esta clase destructiva, la mejor descripción de ellos es que su mayoría son hombres, jóvenes y adolescentes. Llevan la cabeza mal tapada por un trapo, provocan y se enfrentan en grupo contra Carabineros. Golpean la vereda hasta arrancar trozos de concreto con los que disparan a los carros «lanzaaguas». Escapan en piño, se lanzan al suelo en punta y codo, ataca por la espalda Tienen «panza de cerveza», a veces llevan el torso desnudo. Son «jóvenes populares», sin una real muestra de conciencia social.

Pero estos jóvenes sedientos de violencia, no provienen de otro país o de otro continente. Ellos son el reflejo de una cuestionada educación cívica, siendo el fruto de un sistema educativo que centra la calidad en el poder adquisitivo de los padres y apoderados.

Y es aquí, donde se viene a la mente la siguiente pregunta: ¿Qué se les ha hecho a estos jóvenes para destruir todo símbolo de progreso? ¿Por qué estos “pseudo” luchadores sociales, destruyen el pequeño “kiosco” de la esquina o la pequeña tienda de una anciana?

No debe sorprender que haya algo infantil en ellos. Llevan unos escudos improvisados, sacados de material de la calle, su ropa y su aspecto es muy precario, pero su armamento causa muerte, destrucción, heridas y la intensión de sus acciones es absolutamente lesiva no disuasiva. Tienen una capacidad muy certera de lanzar piedras y se mueven como si jugaran a la guerra. Si el carabinero no responde, es como si no hubiera manifestación. Buscan que les devuelvan la acción y se aprecia mientras más destrucción a la comunidad provocan, mejor están jugando. Sin lugar a dudas, ellos no han recibido una adecuada y concisa crianza en sus hogares.

Otro caso es el de los saqueos, en ellos pueden participar personas por imitación, por necesidad o por pobreza. Pudiendo existir un elemento de micro tráfico o personas que funcionan en el mercado informal, donde lo que obtengan de manera ilegítima será vendido posteriormente lucrando con ello.

Según las investigaciones de distintas fiscalías a lo largo de Chile, en los saqueos hubo gente que aprovechó la oportunidad para entrar a los locales una vez que una turba rompía los accesos, pero también grupos que parecen haber actuado de forma coordinada para sustraer lo que encontraban o para cometer delitos en los que ya tenían antecedentes, como el robo de cajeros automáticos.

Estas acciones también tienen un segundo significado, pues dentro del marco de lo que impulsa a esta gente, se cree que el Estado es el enemigo, que la democracia es represora y la propiedad privada es la culpable de todos sus males. Es así, como no solo las personas que participan en los saqueos lo justifica, sino que también, las personas que no ejecutan la acción, avalan el actuar, mencionando que es una forma de retornar el “robo” efectuado por las empresas por tantos años.

La violencia se ha visto retratada también en las graves lesiones ocasionadas a personal uniformado. Carabineros detalla que ha habido cerca de 900 uniformados lesionados en las protestas, algunos de ellos en estado grave. Recordemos, que en la búsqueda de que los Carabineros reaccionen a los ataques de los violentistas, estos son capaces, de atacar con armamento incendiario, el cual no tiene otro fin, que quemar la mayor superficie del cuerpo de la víctima.

Lamentablemente, haciendo un scanner a nuestra sociedad, la violencia está naturalizada, y eso hace que cueste más rechazarla, incluso en las manifestaciones. Pasa en el estadio de fútbol, por ejemplo, incluso entre hinchas que no son violentos hay violencia. Pasa en las calles, en cómo se conduce. La violencia es parte de la vida diaria.


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