Weeds concluye con un doble episodio final que compensa toda la temporada
Weeds, una de las series más veteranas de la parrilla, por fin ha terminado tras un recorrido que bien podría convertirse en el ejemplo perfecto de la curva decreciente de calidad que poseen la mayoría de las series de esta época dorada de la televisión, de la que fue precursora. Weeds ya es historia, y desde aquí solo podemos dar las gracias a su creadora Jenji Kohan. Gracias porque haya puesto fin al sufrimiento de los fans tras más de un par de temporadas completamente a la deriva, y gracias también por un episodio final cargado de magia, guiños, sorpresas y, en definitiva, que ha logrado lo que a cada emisión parecía mas complicado: que sólo nos acordemos de lo bueno cuando pensemos en la familia Botwin. Gracias.
En análisis completo del final de Weeds, tras el salto.
Es una concepción generalizada entre la base fan de la serie mas veterana del canal Showtime que los mejores tiempos de Weeds hace mucho que pasaron. Incluso no sería nada descabellado afirmar que sus primeras temporadas no sólo fueron apoteósicas, sino que incluso pusieron el granito de arena necesario para la gestación de esa bestia parda de la que hoy disfrutamos, Breaking Bad, acercando el mundo del narcotráfico, relacionado en TV con los suburbios de Baltimore (The Wire) o Los Ángeles (The Shied), a esa clase media que vive en zonas residenciales matemáticamente estructuradas al más puto estilo Mujeres Desesperadas. En 2005, Weeds era pura provocación y gamberrismo, pero envuelto con una pátina de elegancia y clase.
El paso de los años fue haciendo mella en esa fórmula y los cambios se hicieron necesarios. La zona residencial de Agrestic dio paso a México, Nueva York, e incluso hubo un año en el que vivieron en una caravana fabricando hachís en la lavadora y haciéndose pasar por una familia de predicadores. La serie no encontraba su lugar y la improvisación, siempre admitida por Kohan, se iba haciendo más evidente. El resultado era el desprestigio de una serie que en su día se mereció coronar todos los rankings de comedias catódicas y que agonizaba ante una audiencia siempre fiel que impedía tomar de una vez por todas la decisión de una terminación digna. Incluso el final de la anterior temporada, la séptima, con Nancy siendo tiroteada en lo que ya definimos en su día como 'el padre de todos los cliffhangers', sumado al secretismo en torno a su renovación, hizo pensar a muchos, aliviados, que ésa era la conclusión de la historia de la familia Botwin. Menos mal que desde Showtime le dieron la oportunidad a Kohan de enmendarse con esta octava entrega, aunque no fuera hasta los dos episodios finales cuando realmente la aprovechara.
Tras asistir a una temporada final en la que los desvaríos de una Nancy en recuperación ("que si no quiero ser narco", "que si ahora me monto un imperio") nos auguraban la entrega más desenfocada de todas, como decimos, en sus últimos episodios eso cambió y Weeds no sólo encontró un mensaje, sino que redescubrió sus orígenes rebuscando en los propios cimientos de la serie, que no son otros que la evolución de sus personajes de forma directa. Ese mensaje o testamento ha sido un alegato en favor de la despenalizacion legal y social del consumo de marihuama de forma responsable. Se trata de un tema que siempre ha estado implícito en sus tramas pero que nunca se había abordado tan frontalmente hasta el punto de imaginar un futuro en el que la planta se vende ya prensada en cajetillas de tabaco en cualquier estanco.
Ese contexto nos lleva de la mano hacia la evolución del personaje de Nancy, de ama de casa acomodada a traficante de medio pelo primero, y de amago de capo mafioso a empresaria modelo después. No vamos a negar que durante los primeros episodios de la ultima temporada ese cambio parecía terriblemente intermitente con las consecuencias y posibles daños cerebrales del disparo en la cabeza que sufrió la protagonista, pero al final supieron enmendarlo. Nancy terminaba la serie renunciando a su trabajo para dedicarse a lo que siempre quiso: a esa última oportunidad llamada Stevie y a ella misma.
Tampoco vamos a negar que el recurso de avanzar siete años (aproximadamente) en el tiempo en la series finale esté exento de sutilidad, pero se trata de una artimaña que ha resultado tremendamente agradecida en su doble función de paliar la enorme sensación de desgaste y de aportar a la vez esa satisfacción, rara vez encontrada, de apreciar sin lugar a dudas que en este último punto los personajes con los que empezaste el camino hace ocho años son ahora personas que han cambiado tanto como tú mismo.
Aunque la evolución de la protagonista haya sido finalmente satisfactoria, más lo han sido la de la mayoría del resto de personajes a excepción de Silas, sobre el que poco podemos decir tras asistir al mayor de los tópicos, regresando con su ex-novia y teniendo churumbeles. Los que se llevan la palma son Andy, Doug y, sobre todo, Shane. El cuñado enamoradizo de Nancy siempre fue el personaje más estable de Weeds, el que siempre ponía el hombro sobre el que el resto del reparto lloraba cuando había necesidad, siempre pendiente de los deseos de Nancy e impidiéndose a sí mismo cumplir sus sueños. El suyo ha sido también un cambio radical más que progresivo tras los hechos del penúltimo episodio, en el que consumaba su pasión por Nancy en el mismo lugar en el que fallecía su hermano una década atrás (¡toma metáfora de renacimiento!). Tras comprobar que el amor que se profesan el uno al otro tienen poco que ver, Andy tomaba la determinación de alejarse de Nancy para formar su propia familia junto a un camarera (como no) y una pequeña Botwin.
El cambio en Shane sí que ha sido el más trabajado y progresivo de todos. Nuestro pequeño Dexter, ahora convertido en detective de policía, regresa en este último episodio a la casa familiar con la psicopatía de la que siempre ha hecho gala totalmente fuera de control, deparándonos uno de los momentos más divertidos del episodio con la dependienta rusa y equilibrando esa sensación de jappy ending en la que casi cae el capítulo. Por supuesto, unas palabras de cariño y preocupación por parte de Nancy es lo único que Shane necesita, ya que por muchos asesinatos que lleve a sus espaldas y aunque le cuelgue del brazo una mujerzuela que le dobla la edad, en el fondo nunca ha dejado de ser el niño de mamá. Por su parte, Doug, que ha llegado al episodio final por pura inercia, reaparecía reconvertido en la cabeza de una secta (NaNaNaNa...¡Lí-der!) con él mismo como ídolo de culto. Vamos, la broma suprema de un personaje que siempre estuvo ahí cuando faltaron las risas, por no hablar de la lectura tremendamente continuista con el análisis contemporáneo de la serie en el que un tipo como ése es capaz de convertirse en un líder de masas.
Y entonces llegaba el clímax, esa primera conversación desde aquel coito furtivo entre Andy y una exhausta Nancy, ahora finalmente preparada para descansar junto al hombre perfecto tras haber criado a Stevie como no pudo hacer con sus hermanos. Pero el tiempo ya había pasado. Andy hace mucho que aprendió cual era su lugar en esa familia. No el del padre, el colega o el del novio de la madre, sino, simplemente, el del tío que siempre está ahí cuando se le necesita. Con esa sensación de calidez y cercanía llegaba el fundido en negro precedido de una imagen de grupo final, canutillo incluido, en la que las situaciones que han tenido que afrontar como familia para llegar a donde están van ligadas al rostro de cada personaje, que existe por encima del conjunto y forma una parte indivisible de él. No ha sido el final perfecto porque Weeds hace tiempo que dejó de ser la serie perfecta, pero sí una despedida capaz de recordarnos a base de originalidad, humor y ternura por qué se ha ganado un lugar privilegiado en nuestra memoria a pesar de reflejar las luces y las sombras de la época dorada de la ficción televisiva.