La aplicación de los principios liberales hasta las últimas consecuencias, sobre todo los de la escuela austriaca da lugar al anarcocapitalismo, cuyo máximo exponente es Murray Rothbard. En pocas palabras el anarcocapitalismo se podría definir como un sistema donde el Estado no existe, todos los bienes y servicios son generados de forma privada e intercambiados de la misma forma.
Ahora bien, quedándonos un paso antes, lo que se conoce como Estado mínimo o minarquismo, dicho Estado tiene las funciones de defensa, leyes y justicia. Por tanto, en un sistema anarcocapitalista la defensa se quedaría repartida tanto en individuos mediante la libertad de armas y la legítima defensa y empresas de seguridad privada, mientras que en un Estado mínimo ésta función la tiene el Estado.
Es más, un Estado se puede definir en palabras de Weber como el monopolio de la violencia legítima dentro de un territorio, aunque dentro de dicho territorio se permita la libertad de armas a civiles o empresas de seguridad privada, dicha función está muy limitada por el propio Estado.
Llegados a este punto, podríamos diferenciar entre un sistema de empresas de seguridad y otra en un sistema de Estados mínimos. Entonces, si al primero llamamos anarcocapitalismo, ¿no sería el segundo un anarcoestatismo?
¿Acaso hay un órgano central que ordena y mantiene los Estados en un estado de paz y armonía? Ahí tenemos los ejemplos de la ONU y demás sirven para poco, más bien para ocultar a tiranos y ladrones y de paso, vivir con grandes sueldos a costa de los contribuyentes a nivel mundial, un chollo, ¿no cree?
Además, cuando las empresas de un sector aumentan o disminuyen sus cuotas de mercado o se generan nuevas, se produce de forma pacífica, ¿se han producido guerras entre Microsoft y Google o Apple? No, ¿verdad? Pues solo hay que echar un vistazo atrás para comprobar qué ocurre cuando los Estados cambian de tamaño, aumentan, disminuyen o se segregan, sin embargo, a este anarcoestatismo no le tenemos ningún miedo.
Por último, y como he mencionado de pasada, mientras que las empresas pueden convivir en el mismo territorio, los Estados no lo hacen, de modo que a día de hoy puedes tener un móvil coreano, unos tenis americanos y una botella de agua española, además cada una de ellas fabricadas a saber dónde. Sin embargo los servicios estatales no puedes cambiarlos salvo que el que emigre seas tú.