Prácticamente desde que tengo uso de razón he escuchado poemas de algunos autores latinoamericanos recitados o comentados por mi papá y por mi mamá, varios de ellos contenidos en un libro llamado Repertorio Poético de Luis Edgardo Ramírez, quien al parecer fue un locutor y poeta sumamente popular en la Venezuela de los 60's gracias a su programa radial en el que se dedicaba a recitar poesía de grandes autores de habla hispana. Andrés Eloy Blanco, Federico García Lorca y Gabriela Mistral, son algunos de los nombres presentes en esas páginas.
Y aunque soy un ignorante de esa corriente literaria (entre muchísimas otras), hay varios poemas que han permanecido flotando de manera borrosa, pero indeleble, en mi mente, uno de ellos contenido en ese libro, que de vez en cuando abro y repaso por encimita. Se trata de uno escrito por el puertorriqueño Fernando R. Cesteros (1868 - 1945), oscuramente romántico:
Anatomía Lírica
Llegamos al salón triste y sombrío,
abrimos los estuches de escarlata,
y fuimos todos, sobre el mármol frío,
poniendo el vario instrumental de plata.
Y trajeron la muerta, rebosante
de juventud, espléndida y radiosa,
desnuda como Venus, deslumbrante
y suave como un pétalo de rosa.
Sobre un grueso cristal brillante y duro
Quedó tendida como estatua fría;
Nos llamó el profesor, y a su conjuro
La cátedra empezó de Anatomía.
En profundo silencio nos quedamos;
En tanto que el doctor nos contemplaba,
Vestimos los mandiles y rodeamos
La mesa en que el cadáver reposaba.
“¡Corte el fémur usted con firme pulso!…”,
me dijo el profesor en tono quedo,
y me puse a temblar como un convulso,
con una extraña sensación de miedo.
“Reléveme, doctor, de este martirio
que me llena de insólita tristeza;
pero no puedo ensangrentar un lirio
ni yo sé mutilar tanta belleza".
"Perdóneme, doctor, si yo a su ruego
me porto como un mal disciplinado;
pero amo a Aspasia como bardo griego
y a Friné con pasión de enamorado".
Fue motivo de mofa y de murmullo
en toda el aula mi actitud incierta.
El doctor me miró con noble orgullo,
y con dulce piedad la virgen muerta.
Me quedé contemplando la hermosura
de aquella Niobe pálida y yacente,
cuando sentí por la escalera oscura
ligeros pasos y rumor de gente.
Eran todos alegres estudiantes,
forjadores del chiste inoportuno,
que venían con otros visitantes
a profanar el esplendor de Juno.
Entonces yo, que siempre he respetado
el pudor en sus últimos destellos,
le tendí su cabello destrenzado
como un tapiz sobre los muslos bellos.
Alguien quiso después con mano impura
cobardemente descubrir lo oculto
y comentar con mágicos destellos,
como el que intenta profanar un culto.
Pero ante los sátiros fui diestro
y logré defender la Venus yerta,
di dos pasos delante del maestro
y besé con amor la Circe muerta.
La turba estudiantil, atea y loca,
desató contra mí torpes agravios,
y yo, poeta, me llevé en la boca
la rosa fría de los muertos labios.
Me acerqué para ver sus ojos muertos
y como un niño me incliné temblando,
miré fijo sus párpados abiertos,
y ella también se me quedó mirando.
Después de aquella escena emocionante
reinó grave silencio por la sala
donde estaba tendida y deslumbrante
como una diosa la rival de Atala.
Respetó la cuchilla cortadora
la eucarística flor de su hermosura,
y llenóse el recinto en esa hora
de un magnífico ambiente de ternura.
Y se cambió el aspecto de la clase;
nos miró el profesor con raro ceño;
pero abstraído, ni vertió una frase,
como el que se hunde en la quietud del sueño.
Se terminó la clase, y en la puerta,
al salir del salón de Anatomía,
volví los ojos para ver la muerta.
¡Y me estaba sonriendo todavía!…
publicado el 10 enero a las 10:44
yo hice el borrador de este poema para el repertorio poetico de luis edgardo ramirez