Era una pequeña vivienda llena de historias cruzadas. Quinto sin ascensor, dos dormitorios reconvertidos en tres, en uno de los barrios nuevos, ya viejo, aunque quizá uno de los más populosos de la Córdoba de los setenta.
Cuando mamá sacaba el álbum familiar y empezaba a comentar anécdotas de la vida y obra de aquellos personajes que yo nunca había conocido, y que figuraban con poses y peinados extraños, vestidos como los de las películas mudas, apenas presté atención, estando inmersa en mis mundos imaginarios de primera infancia.
En cambio, ahora quisiera haberlo hecho, haber tomado notas, haber construído un esquema capaz de sustentar todas estas incógnitas que ahora me mortifican. Parecía una familia normal, al uso y bien avenida; con sus sonrisas y sus lágrimas. Una familia unida, fuerte y sin resquicios, pero nada más lejos de la realidad...
Muertos ya los padres, vivos los tres hermanos, olvidado el álbum, la extraña historia que dio origen a esta familia era pasto irreconocible del desconocimiento, la fragilidad de la memoria y el olvido.
Ahora todo cabe en una enorme caja de cartón repleta de fotos de personajes extraños que trato de reconstruir sobre las figuras conocidas de mis padres y hermanos. Abuelos, bisabuelos, tatarabuelos; sus vidas, sus historias, sus pasados, sus problemas, sus amores, sus dramas plagados de guerra en ocasiones, y otras de oscuros secretos imposibles de descifrar...
¿Qué fue de sus vidas? ¿Cómo fue que se las tragó el hondo remolino del tiempo? ¿Cómo poder reconstruir el rompecabezas de aquel pasado? Me pregunto si acaso alguien querrá algún día rescatar las cenizas de este presente...
Indagué incansable en los archivos, iglesias, comunidades heráldicas; hablé con aficionados a la genealogía y busqué datos en las páginas especializadas, Los avances fueron mínimos y la fiabilidad, frágil. Por eso, hace seis días decidí viajar en busca de nuevos datos a una pequeña localidad, apenas una aldea, al norte de Ciudad Real.