El pasado domingo, 16 de mayo, se cerró la admisión de originales al I CONCURSO arquiRelato, que convocamos hace unas semanas.
Se han presentado treinta arquiRelatos, que, para haber sido una convocatoria surgida espontánea e improvisadamente de la nada, nos ha sorprendido muy gratamente a los organizadores.
En las propuestas ha habido de todo: Ironía, sarcasmo, mala leche, humor, seriedad, broma, lirismo... y en muy distintos enfoques y estilos literarios. La verdad es que los miembros del jurado, Ekain Jiménez Valencia y yo, hemos debatido bastante. A ambos nos gustaban unos cuantos, pero tras ir reduciendo el número de preseleccionados, el relato que siguió hasta el final sin caerse y que nos siguió gustando a los dos fue el que transcribiré más adelante.
Su autor es EDUARDO SOLANA, arquitecto, dibujante y escritor "aficionado" (lo de "aficionado" es porque creemos que no se gana la vida con la escritura, pero escribir sí que escribe, y muy bien).
Entresaco esto del acta del jurado:
Por la gran capacidad evocadora del relato, que nos traslada a tiempos pretéritos de la historia de la arquitectura, concretamente a un gran momento que tal vez pudo suceder; por lo bien redactado del escrito; y porque el autor ha sabido traspapelar, darle la vuelta al tipo de arquitecto, ya que en este caso quien redacta la carta es un arquitecto clásico y trasnochado al que el cliente le niega el encargo, el ganador es:
Eduardo Solana
Se pedía un correo electrónico de un arquitecto a un cliente tóxico, pero como Eduardo ha ambientado su relato en 1952 le ha dado forma de carta, muy similar a la que tendría hoy un mensaje por e-mail.
(Si por ser una carta y no un e-mail os sentís impelidos a impugnar el fallo os remitimos a la base nº 4, que viene a decir: "Me llevo el balón, que es mío").
En una próxima entrada pondré algunos relatos que nos han parecido muy buenos (lo cual no es excluyente respecto a los demás), pero hoy el protagonismo es de Eduardo (con quien nos pondremos en contacto en breve para hacerle llegar el fabuloso premio).
Aquí va su relato:
Mr. XXXX [tachado, ilegible]
ArquitectoChicago, febrero 1952.Estimada doctora Farnsworth,
Sinceramente, dudo que las reglas del buen gusto aprueben exhibir impúdicamente a la calle el interior del dormitorio de una dama. El que fuera solo haya árboles no es excusa.
Esta carta no puede ser un catálogo de las ofensas al decoro que tienen lugar en su nueva vivienda, recientemente publicada; necesitaría docenas de páginas para ello. Parece haber abandonado usted toda cultura desde que dejó de interesarle mi proyecto, más precisamente cuando conoció a ese bárbaro germánico (¡sí, bárbaro, a pesar de lo que digan los críticos!). Recuerdo las largas madrugadas de discusión sobre la simétrica planta, cómo diseñamos cada capitel, cada moldura, mano a mano usted y yo, apasionadamente, a solas en su gabinete. Quizá usted ya lo haya olvidado; puede que incluso hayan ardido en su chimenea (¿tiene chimenea esa especie de pecera en la que dice habitar ahora?) los hermosos alzados que le dibujé.
Oigo por conocidos que su relación con este llamado arquitecto es ahora complicada. No puedo decir que me alegre, pero un cierto sentido de la justicia poética me hace pronosticar su pronta mudanza de ese horror transparente y obsceno que podría haber sido un edificio de verdad, un hogar; acaso, nuestro hogar.
El tiempo deja a cada cual en su sitio. Ni una página —recuérdelo usted dentro de veinte años—, ni una sola página quedará escrita en los libros de Arquitectura sobre ese engendro.
Atentamente,[De nuevo, ilegible]
P.S. como yo sí me considero un caballero, renuncio al cobro de las facturas que me debe, pero si alguna vez desea volver por la senda del buen orden arquitectónico, recuerde que mi estudio ha cambiado de dirección. Venga usted cuando quiera.