Tendría que comprobarlo, pero creo que todos los años, cuando nos acercamos al 28 de febrero, escribo un artículo sobre Andalucía. Reincido, nuevamente, este 2011. Y tal vez esta reincidencia de hoy sea la más justificada de cuantas he llevado a cabo. Nunca he creído necesario reivindicar mi andalucismo. Lo soy, me siento. De hecho, no creo que exista un andaluz, con conciencia de ser andaluz, que necesite hacerlo. Se es andaluz, se siente, se padece, se ama, simplemente. Acepto todas y cada una de las calificaciones que se le quieran dar a Andalucía: Comunidad, Espacio, Autonomía, Región, Patria, Tierra, Nación, Nacionalidad, País, Universo. Todas me sirven, todas respeto, ninguna desprecio, y, sin embargo, tengo la sospecha que, de alguna manera, cada una de ellas cuenta con una deficiencia, con una carencia, que no terminan de explicar con precisión lo que es Andalucía. Andalucía en su inmensidad, en su esencia, en su propia naturaleza, Andalucía desnuda. Razonarlo me cuesta, al menos con palabras, porque tal vez los sentimientos habitan en otros espacios, en otros lenguajes, y el pelaje que construyen las palabras no termina de ser el más adecuado para cubrirlo. Se equivoca todo aquel que intenta trazar las coordenadas de la geografía de lo intangible: una recta no une dos sueños, la pasión no se puede recluir en un círculo, los ángulos, da igual el grado, no representan la intensidad de una emoción. Se equivoca todo aquel que trata de encasillar en la cuadrícula de una definición un suspiro, un color, un instante mágico, un olor, esa caricia que creímos sentir una vez.
Andalucía, otra vez, sí, y más que nunca en este 2011. Han pasado algo más de treinta años desde que los andaluces decidimos, ese 28 de febrero visionario y providencial, seguir sintiéndonos cómodos en nuestra particular y universal idiosincrasia; decidimos que nos gustaba la Andalucía que siempre habíamos soñado, que nos gustaba sentir y vivir como andaluces. En este tiempo, Andalucía ha cambiado y evolucionado como nunca antes lo había hecho en su historia, en infraestructuras, en servicios, en equipamientos, en protección social, en oportunidades. Puede que aún hubiéramos conseguido avanzar y crecer más en estas más de tres décadas, claro que sí, aunque también cabe la posibilidad de que nos hubiera ido peor, que fuéramos menos, menos todo. De lo que no tengo duda es de que este crecimiento no hubiera sido posible sin el desarrollo estatutario que hemos llevado a cabo, que han sido circunstancias paralelas, que una ha llevado a la otra y viceversa. Poner en cuestión esta realidad, intentar retroceder el camino, regresar al pasado, no es la mejor táctica, es la menos acertada, y supone la demostración de que no confiamos en nosotros mismos, en esta tierra. Un magnífico ejercicio de coherencia, y de respeto, sobre todo, sería el apartar de la confrontación política determinadas circunstancias y planteamientos.
Día de Andalucía, otra vez. Blanco y verde, y azul de ese cielo que no es el mismo en Cabo de Gata que sobre el Guadiana, en su desembocadura en Ayamonte. Y el verde de la sierra de Cádiz no se parece en nada a ese océano de olivos que cubre Jaén, de la misma manera que el olor del abril sevillano no es idéntico al granadino. Más incluso, sin salir de Córdoba, el acento, los sabores o los colores de Lucena se transforman en otros completamente diferentes en Pozoblanco, por ejemplo. Y es que esa es la gran peculiaridad de Andalucía, su maravilla, su pervivencia, su alma, su contradicción. Soy consciente de que es una metáfora o un símil muy recurrente y muy recurrido, pero que se adapta perfectamente en nuestro caso: Andalucía es un enorme mosaico constituido por cientos de teselas de muy diferentes colores y tamaños. Sólo se cuenta con una visión objetiva cuando se contempla desde la distancia, cuando se tiene la capacidad de asimilar Andalucía en su totalidad, sin zonas oscuras, sin transparencias imprecisas, sin falsos brillos. Precisamente por esta grandiosa diferencia, sin la raíz común de nuestro Estatuto, sin este sostén unificador, pero tranquilizador al mismo tiempo, no me cabe duda de que Andalucía y los andaluces habríamos podido ver menguadas nuestras señas de identidad, todo aquello que nos define como pueblo, como patria, región, comunidad o como se quiera llamar. Día de Andalucía, otra vez, y que vengan muchos miles más. Un buen día, como cualquier otro, como ayer, como mañana, para sentirse privilegiado y orgulloso, andaluz.
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