Desde la Plaza de Isabel II, más conocida por todos como “Plaza de Ópera” se puede disfrutar de unas de mis miradas preferidas de Madrid. Apoyados en la barandilla que da a la Calle de la Escalinata se contempla una bonita perspectiva de esta calle que, flanqueada por fachadas de colores, se termina por bifurcar en dos. Es precisamente en esa división donde nos topamos con nuestra protagonista.
La callejuela que nace a mano izquierda es la Calle del Bonetillo. De finísimo cuerpo, por ella apenas hay espacio para que confluyan un coche y un peatón bien arrimado a la pared. Casi siempre cubierta de sombras esta calle adoquinada vive recostada sobre una marcada pendiente. La superpoblación barrotes en los pisos a ras de suelo y la ausencia total de comercios le dan un aspecto lúgubre y mustio. Da la sensación que ha sido relegada como un mero trámite en el callejero de Madrid. Se cruza rápido, sin detenerse en ella, haciéndose casi invisible. Su zozobra es más que evidente.
Resulta sorprendente que incluso esta escueta calle, que al otro lado comunica con la Plaza del Comandante Las Morenas arrastre sobre su nombre dos teorías. La primera nos cuenta que en este lugar se ubicó una de las primeras fábricas de sombreros de Madrid. Por lo visto en dicha sombrerería a modo de muestra, sobre la puerta había un bonetillo, ya que este producto era la especialidad del negocio.
No obstante hay una segunda versión, mucho más rocambolesca que también es necesario escuchar. Ésta nos refiere a un tal Juan Henríquez, un clérigo que tenía su casa en esta calle y que, por lo visto, llevaba una vida un tanto distraída y alejada de los votos que sus labores le encomendaban, siendo mucho más asiduo a las tabernas que a las iglesias. Tanto fue así que el Cardenal Espinosa optó por darle una lección que no olvidaría jamás: organizar y fingir su propio entierro.
Dicho y hecho. Una noche de tantas que Henríquez llegó a casa a horas intempestivas encontró una comitiva fúnebre portando antorchas a la puerta de su casa. El clérigo atónito preguntó qué pasaba pero lo más sorprendente fue la respuesta que halló por parte de los vecinos, él era el muerto al que acudían a despedir. Al acceder dentro de la vivienda vio todo dispuesto para su despedida y por más que preguntaba a la gente que allí se agolpaba la respuesta no variaba. Estaban allí para dar su último adiós a Juan Henríquez.
El clérigo, apoderado por el pánico, corrió asustado por las calles de Madrid, tratando de olvidar lo que había visto pero al llegar a la Iglesia de la Santa Cruz se encontró con otra prueba más que lo indujo al delirio, su propia acta de defunción. Apresado por el terror montó una enorme escandalera por lo que fue detenido y acusado de varios delitos que lo obligaron a permanecer cuatro años en prisión. Casi un lustro de reflexión que le sirvió para replantearse muchas cosas y salir de su celda más que corregido. Durante todo este tiempo, sus vecinos a modo de burla colocaron en la puerta de su casa, un bonete, una señal y recuerdo de aquel escarmiento. Un detalle que, según algunos apuntan, hizo que la calle pasase a ser conocida como la Calle del Bonetillo.
Nota: foto de la entrada de Yanko Pla
Si quieres recibir automáticamente todas las actualizaciones de Secretos de Madrid, subscríbete a mi RSS« Post Anterior
Las apariencias engañan, la Calle de los Irlandeses