Quizá hay una pregunta que siempre duele cuando se lanza al aire y llega a nuestros oídos. Y es esta: ¿hay algo oculto en tu vida que sólo conozcas tú? De pronto notamos que nuestro corazón se inquieta. Normal, la debilidad es algo tan humano en la vida. Puede que en ese momento se ande en verdad, es decir, de cara, en orden, en luz, en humildad; pero siempre queda la duda, el revisar y confrontarse. Es cierto aquello de que los demás son espejos para uno mismo pues toda esta reflexión nace de una pregunta que lanzó una persona hace una semana y de una historia ajena que llegó a mi conocimiento. La pregunta fue: ¿qué te hizo elegir quedarte aquí? (se refería a una comunidad católica). La historia no la voy a contar por privacidad, pero tiene que ver con vivir aquello que provocaba conflicto interior por ser contrario a lo que se quería vivir antes.
Puede que oír hablar de vivir en verdad nos haga creer solamente en ser personas auténticas o que nuestra vida esté en orden. Pero no; vivir en verdad también es ser quien eres si es que tienes esta u otra debilidad, mostrarse así sin esconderlo, vivir lo que uno es sin miedo a lo que los demás puedan pensar o decir. Nada de doble vida, de querer vivir una cosa y hacer otra. O, peor aún, de decir o mostrar vivir una cosa y por dentro y a escondidas otra. Por algo es tan popular aquel dicho de "antes se coge al mentiroso que al cojo". Pero a veces podemos actuar tan bien y sumirnos en la más natural de las normalidades que hace difícil reconocer actitudes incoherentes y acalle nuestra conciencia.
Podemos caer en una doble vida cuando no entendemos lo que es vivir en verdad y, por tanto, no lo llevamos a nuestra vida. En ese caso nos pasaremos años así: "yo me lo guiso, yo me lo como", creyéndonos fuertes y que podemos salir de ello o convivir con ello. Pero, tarde o temprano nos daremos cuenta de que cada vez se vuelve más costoso de reconocer lo que nos está sucediendo, cada vez es más profundo de raíz y cada vez es más difícil volver atrás. Entonces, seguimos como estamos y no movemos ficha aun saber en nuestro interior que algo anda mal. Entonces aparece cierta envidia al conocer historias de otras personas que tienen la valentía de ser verdad para ellos mismos y para los demás. Hay, también, cierta envidia de poder hacer eso que los demás son capaces de hacer: vivir lo que son aunque sea en esa debilidad. Pero todo empieza por reconocer... reconocer nuestra incoherencia. Este primer paso es el más duro.
Duele reconocernos en nuestra historia metiendo la pata. La verdad parece que asusta. Lo parece cuando la vemos en la distancia o la pensamos desde ahí por todo lo que supone el escándalo. Pero no es así; no asusta si sabemos con quién y ante quién revelarla. Si nos enfrentamos a nuestra verdad solos sí que asusta verse ahí: ante algo que no hacemos o vivimos bien, ante algo que no está bien en nosotros, ante algo que crea tensión en nuestro interior. A fin de cuentas estábamos viviendo una cosa contraria a lo que las personas de nuestro entorno viven, una cosa que llamaba la atención y una cosa que sabíamos nos rompía por dentro, pero las emociones fueron más fuertes que nosotros. Sí, duele reconocer que estamos ahí y mostrarlo con nuestras pobres vidas; y duele también esconderlo en una doble vida.
¿En qué nos afecta no andar en verdad o, lo que es lo mismo, ocultar? Al principio es poco notorio y se da en pequeñas cosas, pero poco a poco va afectando a más cosas y áreas de nuestra vida. Podemos reconocer en nosotros una confusión interna que va haciéndose más profunda a medida que pasa el tiempo y por ello nos cuesta reconocernos y saber realmente quiénes somos. Notamos que las emociones guían nuestra vida, se hacen dueñas de nuestra libertad y con ello de nuestras acciones. Nos sentimos atascados y como consecuencia se acabó nuestro crecimiento personal en todos los sentidos. Dejamos de ser nosotros mismos y esto se ve claramente porque nuestra personalidad se va diluyendo. Y, lo más importante, nos jugamos la confianza de los demás y nos sentimos rotos por dentro al estar engañando.
Sólo cuando tocamos fondo, cuando estamos en lo profundo del pozo empezamos a despertar y pedimos ayuda, o soltamos todo porque no podemos más... ¡pero esta vez lo hacemos nosotros! Nos delatamos, nos descubrimos sin dejar que sean otros o las circunstancias las que muestran la verdad. Ha pasado mucho tiempo, hemos cargado con mucho, nos hemos metido en tierras fangosas. Y, ¿qué nos hizo despertar y ponernos en camino hacia el cambio? El anhelo de sencillez y claridad en nuestra vida que nos permita vivir de cara a las cosas. La necesidad de control en nuestra vida sin depender de nada ni de nadie. El querer crecer en compromisos porque si no, no avanzamos ni nos pueden tomar en serio. La llamada interior de ser nosotros mismos porque estamos cansados de interpretar un personaje o de cumplir expectativas. El anhelo de ser transparentes y confiables de nuevo para vivir junto a otros. Y, lo más relevante, el necesitar tener paz en nuestro corazón y ser de verdad lo que queremos ser y vivir lo que queremos y estamos llamados a vivir.
Es doloroso el camino de andar en verdad, pero es una bendición durante (aunque no la sepamos reconocer o palpar) y después (para nosotros y para los que nos acompañaron a recorrerlo). Sobre todo es una bendición poder echar la mirada para atrás y recordar cómo salimos de ahí, lo que supuso para nuestra vida y para tantos otros. ¡Y es curioso que se pueda ser testimonio así! Que seamos testimonio cuando antes hemos sido tan antitestimonio. Es una pena que de lo que anda bien sin más no se hable (aunque esto habría que cambiarlo porque ser fieles cuesta). Ahora se habla más o es más noticia lo que no fue o no dejamos ser (por debilidad o pecado) y cómo ahora sí es o dejamos ser (por mostrarnos débiles y pedir ayuda). Quizá sea porque no aprendemos a vivir en la verdad de otra forma si no es dándonos de bruces y decidiendo levantarnos. O quizá sea porque la condición humana es débil y necesita ver iguales que se muestran débiles para poder vivir aquello de "se siembra debilidad, resucita fortaleza".