Es con el tío Vili, de ya más de ochenta años, en la propiedad que éste tiene en Surrey (Inglaterra), con quien al inicio del libro el autor dialoga. Las lagunas que André Aciman tiene sobre lo acaecido a su familia antes de que él naciera en 1951, así como atar debidamente algunos cabos sueltos de la historia familiar es el motivo por el que el autor narrador está en Surrey hablando con este hombre proteico, multifacético, camaleónico, conquistador..., que a las preguntas sobre Alejandría, la familia, la tía Flora y tal, le dice:
«Tonterías. Yo vivo el presente, Siamo o non siamo?»La familia de André Aciman es una familia judía bien situada, con posibles. Una familia a la que no se le caen los anillos por tener que ponerse a practicar oficios poco avenidos a su condición si es que hay que levantarse de alguna operación fallida, salir de una mala época. Así los abuelos de André se dedicarán a su llegada a Alejandría a un negocio de billares, el paterno, y de bicicletas, el materno.
«el degenerado turc barbare llamó al juif árabe sucio judío sinvergüenza. Atónito, el dueño de la tienda de bicicletas, que era bastante devoto, dijo gracias, gracias, que era la manera en que el insultado le daba al insultador una lección de buenos modales y le recordaba al dueño de la sala de billares que estaba en verdad tentado de devolverle el insulto, pero había decidido no hacerlo, en vistas de que la propia esposa del turco, tal como el barrio entero podía oír con claridad cuando la princesa perdía los estribos, lo hacía mejor que nadie en el mundo.»Fueron precisamente las esposas de estos dos judíos de distinto origen -turco, el uno, y sirio, el otro- aunque misma ascendencia -las dos familias eran sefarditas- las que entablarían en 1944 relación en Alejandría. Esta amistad daría paso al matrimonio entre Henri (hijo de Esther y de Albert, el turc barbare) y Gigi, la hija sorda de Adèle y de Jacques, el juif árabe. Estas dos mujeres se odian y simpatizan a partes iguales. Esther es apodada «la princesa» por su comportamiento y cultura elevada que la lleva a considerarse más que otros; por su parte Adèle es denominada «la santa» dado que la familia es más practicante de la religión, aunque su cultura es similar a la de Esther. Las dos mujeres se saben comunicar, o al menos farfullar, en seis idiomas, amén del ladino que se les escapa en cuanto se salen de sus casillas y que revela su origen español. Las dos, por este motivo, se dicen italianas, dado que muchos judíos europeos para esconder su origen se decían de Liorna (Livorno), ciudad portuaria próxima a Pisa a la que arribaron a finales del XV e inicios del XVI muchos judíos expulsados de España.
«—Pero nosotros somos de Liorna.—¡Y nosotros también! Qué maravillosa coincidencia.El mundo era de veras un pañuelo, dijeron en ladino (las dos se empeñaban en llamarlo español), una lengua que ambas habían descubierto que la otra hablaba porque, en el puesto del pescado, cuando una intentó explicar por qué ese día los salmonetes no estaban frescos, a las dos les pasó que de los seis o siete idiomas que cada una hablaba de modo fluido ninguna supo decir "salmonete" más que en ladino.»La novela es muy entretenida y contiene puntos de humor indudables. El primero, sin lugar a dudas viene de la dispar procedencia cultural que tienen los padres de André: Henri es judío con una familia practicante y muy numerosa (su madre Esther, sus tíos Vili, Nessim, tía Elsa,…) y Gigi, su madre, es judía árabe y además es sorda. Esta dispar condición cultural y auditiva provoca una serie de situaciones la mar de simpáticas especialmente en la relación suegra - nuera. También hay mucho humor en comentarios y actitudes de los hombres de la familia. Así Albert, el abuelo de André y marido de la `princesa', le dice a Flora que lo visita:
«Me estoy haciendo mayor —dijo él—. Paso mucho tiempo en casa. Me aburro cuando me quedo en casa, me aburro cuando salgo. Voilà. Y duermo mucho —agregó, como si hubiese olvidado un detalle importante—. Cuando me llegue la hora de dar la cara allá arriba, me acercaré a san Pedro y le diré, "Disculpe, Santo Padre, pero estas últimas semanas he dormido tanto que me resulta imposible dormir más. Tal vez puedo volver dentro de unas semanas"».A propósito de Albert, muerto y enterrado en Egipto, Jacques, el abuelo materno de André, le dice a éste:
«Odiaba Egipto y está enterrado en Egipto. A menudo me preguntaba, "¿Hay algo peor que el hecho de que a uno lo entierren en un cementerio donde no conoce a nadie, monsieur Jacques?"»Y aunque actualmente no todo el mundo estaría de acuerdo conmigo hay clara intención humorística en las palabras que el tío Vili pronuncia a propósito de su consumada y habitual infidelidad a su esposa Lola:
La familia en Egipto siempre vivió bien. No se puede decir que pasase penurias de ningún tipo, salvo las derivadas de las comunes a todos durante los años de la primera y segunda guerras mundiales en que vivirán todos en el apartamento de la bisabuela, así como de las propias del momento de nacionalismo egipcio exacerbado de Nasser y la crisis de Suez. A la nacionalización del canal siguió la expulsión de extranjeros europeos, considerados colonialistas, y judíos, considerados enemigos. A la familia de André le venían los ataques por los dos lados. Por ello tras el final de la Guerra de Suez:
- «Convertido ya en un ciudadano respetable, volvió a lo que más le gustaba: las mujeres casadas. Se dice que algunas de sus amantes quedaban tan destrozadas cuando las dejaba que se presentaban ante su esposa para suplicarle que intercediera por ellas, algo a lo que la pobre tía Lola, cuyo corazón era el órgano más grande de su cuerpo, accedía a veces.»
- «¿Somos o no somos hombres que comparten —dice el tío Vili amusgando los ojos—, hombres que exigen los máximos sacrificios, hombres a los que las mujeres adoran?»
«Una semana después, varios miembros de la familia fueron expulsados de Egipto.Tres meses más tarde, otros cuatro se marcharon voluntariamente.Seis más los siguieron casi de inmediato. Todos ellos se establecieron en Francia.Dieciocho meses más tarde, la santa y su marido también partieron en dirección a Francia,Para entonces sólo quedábamos ocho: la tía Elsa, la tía Flora, la princesa, el tío Nessim, mi bisabuela y nosotros.»Como digo, el nivel de la familia era elevado. En la novela se percibe el "arriba y abajo" vivido en las casas familiares, en especial en la de la 'princesa'. Junto a los miembros de la familia vive el mundo de la servidumbre con la que se establecen fuertes lazos. Estos lazos son especialmente visibles en la relación del narrador con criadas y sirvientes. El sentido elitista de la abuela Esther no aprobaba esta relación con los miembros del servicio. Ella quería que su nieto pasase más tiempo en su casa porque así se puliría y además escaparía de la casa de los padres llena de tullidos, según decía aludiendo con muy mala idea a Gigi, sorda, y a varios de los criados de ésta: Hisham, manco; Abdou, con lepra en la pierna; la planchadora Margherita, algo retrasada; o Fatma, la recadera, coja.
«Cada vez que vengo aquí es como si entrara en un asilo. Siempre me topo con algún deforme. Que esto no es un bestiario, es la casa de mi hijo.»Igual que existe este "arriba y abajo" que acabo de señalar, también en la novela se percibe un estar en el mundo distinto de los hombres respecto de las mujeres. Los hombres viven sus relaciones con ellas siempre buscando sus satisfacción personal, mientras que las mujeres se comportan con los hombres casi siempre movidas por alguna intención más o menos altruista como la protección, la enseñanza, el mero afecto. Esta distinta actitud es patente en la relación de la tía Flora, hermanastra de Aldo, el marido de la tía Martha. Cuando ella llega a la casa procedente de Francia donde los alemanes los persiguen por judíos, los hombres se sienten atraídos por ella y quien más quien menos echará su cuarto a espadas para conseguir sus favores. Flora, por su parte, lo que quiere es hacerles la vida más agradable a través de la música que toca al piano, aunque luego sea complaciente con ellos sabedora de los intereses masculinos
«no había sido mi abuelo sino mi padre quien había amado a Flora aquellas noches del verano de 1942.—Deberías habernos visto entonces —prosiguió [el tío Vili que habla con André adulto]—, todos le pedíamos que tocara el piano, todos bebíamos más coñac de lo habitual con la esperanza de que los demás se cansaran y se fueran a dormir»
En realidad si consideramos la narración desde el punto de vista del yo narrador estamos ante una novela de iniciación, de paso de la niñez a la madurez del propio escritor-narrador. Y es que además de conocer los hechos más relevantes acaecidos a la familia antes del nacimiento de André, lo nuclear del relato está en lo vivido por el niño narrador hasta su acceso —prematuro, sin duda alguna— a responsabilidades propias de la madurez. Hasta que llegue ese momento, ya hacia el final de la obra, vemos el modo como los mayores le ocultan no pocas situaciones a fin de no traumatizarlo o herirlo. Para André la vida en Alejandría es grata: se baña en la Corniche, come en casa de sus abuelas, habla y juega con la servidumbre, participa en las celebraciones judaicas, va al cine con mucha frecuencia, escucha las conversaciones de los adultos aunque muchas veces no las entienda, y disfruta escuchando a la tía Flora tocar al piano composiciones musicales.
Todo comienza a torcerse para el niño con el antisemitismo e hipernacionalismo instaurado por Nasser. En especial le empieza a ir mal en el colegio que, pese a ser el mismo para extranjeros al que antes asistía, ahora está inmerso en una enseñanza muy ideologizada que se le hace cuesta arriba: aprendizaje obligatorio del árabe, contenidos antijudíos, y castigos físicos, muchos castigos por cualquier cosa. Sólo su madre se opondrá a los mismos e irá al centro a protestar; el padre reconoce que es lo que hay, que en ese momento histórico no hay vuelta de hoja. Para enfrentar el problema los padres le pondrán varios profesores particulares (Monsieur Al-Malek, Madame Nicole, madame Marie, signor Dall’Abaco...) de los que el niño aprenderá no pocas cosas que le servirán en el futuro.
Y así hasta alcanzar la madurez cuando con sólo catorce años su padre que es detenido temporalmente por la policía le encarga una serie de acciones que André ejecutará como el adulto en que prácticamente se ha convertido ya. Estamos en 1965. André con du hermano Robert y su madre salen de Egipto hacia Roma. Su padre se reencontrará más tarde con ellos en París. Egipto ya queda sólo en el recuerdo, está lejos definitivamente.
Para finalizarSi algo me ha gustado especialmente de Lejos de Egipto es el sabor mediterráneo que desprenden sus páginas. Olores, sabores, colores, tiempo bonancible, noches apacibles, viento agradable, la playa, el sol... Todo esto es lo que más destacaría de la novela. André Aciman logra transmitir al lector este cúmulo de sensaciones que son vida, que animan a vivir, a disfrutar del momento que nos ha tocado vivir por duro que este pueda parecer. Especialmente el colorido, la sensualidad, el amor y la alegría que emana de estas páginas me han hecho evocar el Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell y la Trilogía de Corfú de su hermano Gerald, que inspiró la serie televisiva Los Durrell que con tanto gusto vi hace unos dos años.
Es un libro del que se aprenden muchas cosas: cómo se vivió el nasserismo en el propio Egipto; la maldición secular que parece perseguir a los judíos desde hace cinco mil años, aunque siempre están dispuestos a levantarse como sea («Al final, también [los alemanes] se llevaron todo lo demás. Y nosotros dejamos que ocurriera, como los judíos siempre han dejado que ocurrieran estas cosas, porque, en el fondo, sabemos que perderemos cuanto poseemos al menos dos veces en la vida.»); la progresiva secularización de no pocos judíos...
Pero sobre todo he disfrutado mucho con toda esa serie de términos que designan prendas de vestir (galabiya), dulces (halawa), vientos (jamsin), cargos políticos (jedive, bajá...), tipos de personas (alborayco, goyim, catamito...), celebraciones hebreas (Séder, Janucá, Pésaj...), arquitectura (hassiras), tipos de lenguas (pidgin, ladino...). Por todas estas cosa Lejos de Egipto es una obra la mar de interesante.
Solo pondría un "pero" a esta novela memorialista de André Aciman: Que es tal el número de nombres propios y de relaciones entre los muchos miembros que componen esta extensa familia que a veces se produce en el lector aturullamiento, incomprensión o equívoco a la hora de adjudicar determinada acción a este o a aquel personaje. Es cierto que en cualquier obra memorialista como ésta suele ocurrir lo mismo, lo que no quita para que el autor se hubiese esforzado un poquito para solucionar esta cuestión.