Revista Cultura y Ocio
“Escribimos ruidosa y velozmente y para poder hacerlo de un modo físico.Por una cuestión del cuerpo, porque es del cuerpo y le cuesta al cuerpo.Escribir es derrumbarse.”
Andrea Cote
Como Goethe que creyó predecir la muerte del arte, como Adorno que consideró que era imposible escribir poesía después de Auschwitz o como Gombrowicz que alegó que había que matar a Borges para poder volver a narrar, aquí en Colombia algunos decidieron suponer y difundir la idea de que después de la generación del desencanto (estamos hablando de los años 70: Roca, Quessep, Mafla, Carranza y demás), ya no era posible hablar de poesía en el país. Aparte de ser completamente falso este supuesto y de considerarlo sobre todo, y por esto es por lo que vale la pena refutarlo, atrevido, vale la pena entonces, formalizar algunos interrogantes:
¿Dónde, después de la manifestación arriba anotada, deberíamos poner la poesía de los Restituidores: Jattin a la cabeza, Ospina, Márquez, Castillo?; ¿dónde dejar a los Anunciantes: Denis, Bonett, Guerra, Díaz, Granados, Robledo?; ¿cómo ocultar, estas expresiones que representaron todo un sentir poético en los ochenta y los noventa? y sobre todo, insisto: ¿cómo se puede mantener el comentario tan negativo y pesimista, después de encontrar dentro de las expresiones del nuevo siglo, grupos de jóvenes e individualidades tremendamente comprometidos con su quehacer poético?; ¿dónde, me cuestionó finalmente, ubicar a estos Auténticos Extraviados: Cote, Delgado, Estrada, Castellanos, Mendinueta, que a través de sus ejercicios líricos han demostrado tener una voz no sólo innovadora sino lo que es aun más significativo, vital ?
El grupo en cuestión ha manifestado a demás tener criterio; ha brindado reconceptualizaciones a la tradición y en consecuencia ha enriquecido el estudio que se ha hecho sobre los registros compositivos en Colombia. Labor no sólo de análisis sino de sistematización y de conservación absolutamente urgente y necesaria para la concepción de un archivo que de cuenta de las nuevas figuraciones literarias que tanto se han ignorado.
Considero que los rumores son sólo invenciones inocentes y que en el más delicado de los casos sólo se trata de la respuesta inmediata de seres desconocedores de la lírica colombiana. Lo único que dichas sentencias han permitido es reafirmar una de las más grandes citas del siglo pasado referida por el sabio mexicano, Mario Moreno Cantinflas y que a saber reza así: “El problema de nuestro siglo es que estamos muy bien informados pero muy mal comunicados”.
A partir del año 2000 el surgimiento de voces jóvenes en el panorama poético nacional parece multiplicarse, tal y como señalamos atrás, los noveles al intentar visceralmente dar cuenta de su forma íntima de existencia también han dejado al descubierto que en la memoria hay improntas, cosas obsesivas, palabras adheridas a alma como óbolos necesarios para subsistir a las desesperaciones, agotamientos y onirismos.
La mayoría de los intentos poéticos de esta estirpe se basan en ejercicios estéticos extensos de carácter versolibrista y en otros casos se fundamenta en composiciones que procuran una reflexión sólida de acontecimientos, sentires y dudas minimizados por un esquema fugaz de desplazamientos sustitutivos. Es la poesía intelectualizada con el sentimiento, buscan la imagen ya no como hacedora misma del poema sino como una herramienta alegórica para hacer creíble la impresión y la institucionalización del recuerdo. Saben que el poder del poema está en lo que no dice, en lo que hace sentir disimuladamente, en la ondulación seductora de la emoción que refiere.
Por eso sus poemas son cicloidianos y extratensivos. No se asiste en esta poética a una visión lárica o infantil, ni a una expresión lírica superrealista o vanguardista sino a una poesía recobrante; es la generación que transitoriamente podríamos definir como la de Los Auténticos Extraviados. Este aciago destino reverencia la poesía de unos jóvenes que han logrado una autenticidad en su palabra pero que dicha palabra transita entre el paisaje de lo extraviado, de lo que ellos desde su más recóndito paraíso infantil sienten como perdido o sustraído. Son goliardos entristecidos y lúcidos que enclaustrados en el mundo efímero se dan en generar cosas perdurables. Un ejemplo, de estas apreciaciones, se puede delatar fácilmente, por medio de los elementos recurrentes y la constante persistencia por recobrar el pasado, en toda la obra de la poeta Andrea Cote.
La obra de esta mujer, todavía en construcción, ofrece uno de los registros líricos más sobresalientes dentro de la nueva generación de poetas. Aunque ganadora ya de varios premios nacionales e internacionales, la poesía de Andrea no tiene todavía un archivo de estudios que promueva un sistema crítico a saber.
Sin embargo, dicho examen es posible raizarlo y es necesario debido a la influencia que su imagen está comenzando a tener dentro del ámbito literario.
Toda la escritura de Cote está concebida desde un principio topográfico de la saudade. Sus versos se remontan a etapas felices de la condición humana pero que generan al recordarlas una nostalgia inconcebible que no puede contenerse en el ser.
Sus composiciones devienen de cómo ella misma lo señala: “la lentitud […] característica netamente provinciana”, pero esta cualidad no sólo obedece a su crianza en un pueblo sino a la influencia de sus lecturas.
Hoy en día Cote ha logrado desligarse ya un poco de la luz tutelar y como todo hijo que se respete se ha dado en la tarea de proporcionarse una independencia y autonomía admirables.
Su trabajo de grado fue más que un manuscrito al servicio de una necesidad universitaria; en este documento se advierte la fuerte autoridad que ejerció la poeta peruana Blanca Varela en la evolución de los primeros intentos poéticos de la barrameja.
La imagen poética: esa geometría con la que enuncia Varela muchos de sus poemas y que se basa en un encuadre regular de los versos en un nivel concreto de métrica mínima y que imprecan una lentitud melodiosa es absorbida por Cote; Influencia de ritmo y de tensión. Poemas tales como “A media voz”, o “Canto villano” no sólo revelan una similitud en el procedimiento perceptivo con el que se concibe el poema sino que denotan también el reflejo de fórmicos, tal es el caso de la expresión: “plato de cebollas” que encontramos en el poema “La merienda” de Andrea Cote y que recuerda la composición de la peruana titulada “Canto Villano” donde en la mitad del poema encontramos la misma imagen así:
“hacerlacomo quien abre los ojos y eligeun cielo rebosanteen el plato vacíorubens cebollas lágrimasmás rubens más cebollasmás lágrimas.”
Otro ejemplo de replica de fórmico lo encontramos en “Canto villano”:
“y el hueso del amortan roído y tan durobrillando en otro platoeste hambre propioexistees la gana del almaque es el cuerpo”
Andrea lo vuelve a concebir en su poema canción para la noche así:
“Yo sé del animal que te devorapero el amor es un huesoque rompe todos los lados del cuerpo”.
Otro recurso brotado por influencia en la poética de la colombiana obedece al recurso de la deprecación que tan maravillosamente se ve manejado por Varela en muchos de sus poemas, tal es el caso de “Casa de cuervos” o “Curriculum vitae” solo por cita algunos ejemplos.
Cote enriquece esta figura convirtiéndola en el sello de su posibilidad lírica. Por eso su primer poemario “Puerto calcinado” y al que seguirá: “A las cosas que odié” sólo será y estás son palabras de la autora: “un boceto, la búsqueda de una voz propia.”
Los elementos constitutivos de la poeta Blanca Varela: el cuerpo, el silencio, la casa, el vacío, la hierba, se concentran en el universo de Cote. Pero ella no se queda en el rol de ser una simple recolectora de estilo, sino que a través de su oficio se da en generarse elementos retóricos representativos de una individualidad poética en madurez.
El sello por antonomasia de su oficio esta, ya dijimos, encuadrado en la figura de la deprecación, ejemplos:
“También acuérdate Maríade las cuatro de la tardeen nuestro puerto calcinado.”
“Pero a pesar de todo,tu lo sabes,habríamos querido convidar a Diospara que presidiera nuestra mesa”
“Si supieras que afuera de la casa, atado a la orilla del puerto quebrado”
“Tú no sabes,pero yo alguna vez lo he visto”
“María, hablo de las montañas en que la vida crece lentaaquellas que no existen en mi puerto de luz”
“Verás, es tu ciudad o mi ciudad que no descansa,en la que siempre hay algo apunto de venirse abajo.”
“Y tú no atinas a pensar que yo llegaría así, sin trueno, sin disparo”
Este recurso no se agota en la confesión, la plegaria y el diálogo sino que se ve enriquecido por un sinnúmero d figaras de pensamiento la mayoría de las veces patéticas, oblicuas y descriptivas, tal es el caso del manejo excelente que hace Andrea de la perífrasis:
El poema “Poética” esta signado como un ejercicio claro de este recurso, “Lección única sobre cosas viejas”, “Chinatown a toda hora” o “Si supieras” son piezas que se basan estrictamente en esta herramienta retórica.
En Andrea también se cifra una necesidad por generar a través del poema funciones de resumen que sean enfáticos, muchos de sus ejercicios se establecen con base en la epifonema y la lítote. Por ejemplo “La merienda” finaliza con una magistral epifonema que reza:
“yo te descubra, María,que no es tu culpani es culpa de tu olvido,que es este el tiempoy este su quehacer.”
el final contundente que encontramos en el poema “Laberintos”:
“No ignoras que para Ariadnael hilo era una forma de llegar adentro.”
O el maravillosa conclusión que nos ofrece en su poema “Las huestes”
“Me muevo porque existe una cosa incomunicable
Y porque he visto cuanto amas las cosas que regresan”
La figura de la lítote lo podemos ilustrar por medio de uno de los poemas mejor logrados de Cote y que a continuación citaré completo:
La noche en ti queda
Y si la cama es ancha es porque eso es el pavorque noque el sueño no es que el cielo te cae en la cabezala noche en ti quedao el horizonte rojo sangre,verde botella.Que qué será de timi melindrosa,que sí,que el tiempo aunque tiempo no acumulano seas zánganani pérfidaaprende a cerrar los ojos adentro de los párpados.Que hagas casomi mimadaque en mejor duérmete mi niña se ahogan todas las infamias.Que no,que la cama no es sólo para el sueño,que la noche no es Dios con los párpados cerrados.
Estas figuras demuestran dos cosas a saber: primero; que un poeta puede prescindir de tropos y figuras de dicción y aun así crear una bella obra y segundo; que el manejo eficaz de las figuras de pensamiento a veces pueden generar expresiones sumamente trascendentales.
La obra de Cote está repleta de apotegmas certeros, la franqueza con que promueve estas sentencias dentro de todas sus composiciones develan una mente atenta, preocupada constantemente por ensayar comprender sus propios signos fórmicos a saber: la soledad, el tiempo, las metáforas de la casa, la noche y la tierra o sus obsesiones por el olvido y el drama individual.
Algunos de los apotegmas más bellos son: “ya sabemos que no somos, fuimos que se está siempre detrás de ser.”
“Temo que el Infierno sea tan largo como el silencio de Dios”
“Escribir es nuestra manera de creer.”
“la muerte es un juego que perdemos.”
Para Andrea Cote la infancia y la nostalgia son plataformas que le ayudan a conferir una lírica que busca carbonizar todas las cosas que duelen; en sus versos se catapulta la sensibilidad por la desolación existencial.
El arte de Andrea es, con palabras de Saúl Yurkievich: “meter la mano en las vísceras, penetrar hacia la entraña deseada y deseante, descender para habitar el cuerpo” y es desde ese propósito donde nace una escritura que contradice la imagen tradicional de la vanguardia contemporánea yuxtaponiendo sobre ella una expresión intimista.
La poesía Coteana genera una ruptura e impugna por una visión del mundo basada en la reflexión axiológica; exhorta por una expresión-monologo; propugna hacia el testimonio visceral y se arriesga apostándolo todo por el descubrimiento y el cultivo de una sensibilidad ubicada en la añoranza humana.
Por eso, como Vallejo o Pizarnik para Andrea Cote, “Escribir será siempre Derrumbarse”.