Andrea Fuentes abraza a Ona Carbonell en los Juegos de Londres - Reuters.
No hay antídoto contra el odio, la envidia, el fardar y la polémica, esos aromas corrosivos que se esconden hasta debajo de las baldosas y mueven el mundo. Bajezas que restan y que han acabado con una carrera deportiva dorada como la de Andrea Fuentes (Tarragona, 1983), que deja la natación sincronizada (y 36 medallas, cuatro de ellas olímpicas) no porque se lo pida el cuerpo ni porque sienta dolor físico, sino por desmotivarse viendo cuanto acontecía a su alrededor. No estaba dispuesta a combatir en una guerra sin fin entre quienes defendían a su mentora, la ex seleccionadora Anna Tarrés, a la que se cesó y se señaló por sus métodos, y los partidarios del presidente de la Federación y de su apuesta por contar con un nuevo equipo técnico.
En su emotiva rueda de prensa Fuentes, que tiene un discurso sólido escrito desde el corazón y revisado por la cabeza, dijo haber sufrido una “nube de negatividad”. Ése no era el ambiente adecuado para afrontar una cita tan ilusionante como los Mundiales de Barcelona de verano para alguien que ve el deporte como un oficio vital y no una profesión burocrática. “Si no disfruto del camino, no quiero estar. Estos meses no me compensan por una semana”, añadió horas después, ya más relajada, en Teledeporte, donde contó que quiere viajar y ver “cómo es el mundo terrestre” y que tiene proyectos relacionados con la naturaleza y los animales, además de profundizar en su adiós sin ensuciar a terceros. De hacerlo, Fuentes hubiese contradicho su mensaje: “Hay que eliminar esa guerra e ir en el mismo sentido”.