Revista Cultura y Ocio

Andrés garcía cerdán

Por Acalvogalan
ANDRÉS GARCÍA CERDÁN








Mencionado por:
Antonio Aguilar Rodríguez
Angel Paniagua
Rubén Martín
Menciona a:
Cristina Morano
Rubén Martín
Luna Miguel
Antonio Aguilar
Angel Paniagua
Félix J. Velando
Martín López Vega
Pedro Casariego Córdoba
Matías Miguel Clemente
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Constantino Molina Monteagudo
Antonio Rodríguez Jiménez
Lucía Plaza
Julián Cañizares
Javier Lorenzo
Arturo Tendero
Bio-bibliografía
Andrés García Cerdán (Fuenteálamo –Albacete-, 1972) es doctor en Literatura por la Universidad de Murcia y profesor de educación secundaria. Ha publicado los poemarios Los nombres del enemigo (Aula de Poesía, Universidad, Murcia, 1997), Los buenos tiempos (Ciudad Real, 1999), La cuarta persona del singular (ERM, Murcia, 2002), Curvas (Celya, Salamanca, 2009) y Carmina (2011, en prensa). Ha sido fundador de las revistas Thader, Los deseos y Magia Verde. Entre otros, ha obtenido los premios Barcarola, Antonio Oliver Belmás, Ateneo de Alicante y Ciudad de Pamplona. Su obra aparece en antologías como Mar interior, Ardentissima, Trazado con Hierro, Aula de Poesía o Generación fanzine. Publica el blog Un cántico cuántico- http://dylanismo.blogspot.com/
Poética
Las lunas
jamais réel et toujours vrai
La mañana de un día que no importa
encontré una brecha en el cuerpo
del poema, esa boca
secreta,
escrita en un costado,
con que soñaron Swedenborg y Borges.
En mis propias brechas hurgué
y excavé y traduje.
Las esquirlas de sangre me abrazaron
y ahora vivo dentro,
encantado en la herida,
soñando luz de huesos, nervios, venas, latidos.
Cada día que pasa
me muero en una fiesta.
Cada día que pasa nazco en una palabra
maravillosa.
Bajo lunas de carne soy
tejido biológicopara un poema más que amanece y amanece.
Poemas
Verde
Las cosas van muy bien últimamente.
La casa está ordenada. El corazón
late a un ritmo brutal. Tus sueños tienen
el desenlace ágil que quisieras.
Has encontrado algunos libros nuevos
y aprendes y descubres y despiertas.
Disfrutas de tu tiempo. Te dedican
canciones en los bares y te buscan
para sitios de culto. Desayunas
en Londres o en Venecia. Te protegen
de la desdicha y de la soledad
las musas, que además pagan las copas.
Tú lo agradeces todo. Las palabras
se presentan sin avisar y dicen
esas cosas hermosas de la vida.
Y la gente te quiere. También tú
te entregas a los otros como nunca.
Hay una chica que te ama y vas
a esa orilla del mar como una ola
de alegría. Te ven llegar las calles,
se echan a tus pies sin ningún límite.
Stars
Tenemos fe en el veneno. Sabemos dar nuestra vida entera todos los días.

Todos los días das tu vida entera.
La das como quien da
por ganado su tiempo
y no regresa ya nunca a la muerte.
Quien vive como si la vida fuera
el encuentro salvaje, el veneno
fértil de una luz nunca vista
aprende a respirar en el lenguaje
de cobre de la flor de la mañana
y en el lenguaje azul
de las alturas sobre las cabezas
y en el lenguaje puro y enigmático
de la tarde que cae –nadie sabe
desde dónde– sobre la noche.
Todos los días das tu vida entera
como quien le hace al cielo
una ofrenda de estrellas extinguidas,
un sacrificio innecesario,
un altar increíble de palabras.
Firenze
[Laura Noccioli]
Spettacolo Firenze: el jazz, los jonkis,
la fachada de Santo Spirito en las sedas de Gucci,
la fuente donde los heridos beben,
los perros sobre el escenario de un concierto,
las columnas de mármol, los árboles frondosos,
junto a los setos y los santos, enamorado
de los puentes, las puertas, los mosquitos –cabrones–
y los pasos de peatones despellejados.
Viene la noche. Las torres de los campanarios
vuelan por la penumbra azul del aire.
En la plaza los heridos gritan “¡Domenico!”
mientras bailan al ritmo de la hierba.
Mis ojos grandes miran la ciudad,
la que eternamente se desencuentra.
Entre adoquines, brillantez y hastío
de siglos, yo me desencuentro y floto.
Si llego a la ciudad desde el abismo
luminoso de las cerezas, todo el paisaje
es un lienzo de agua. Todo pasa a mi lado
con el sosiego transparente de otro verano,
con la paz verdadera y el orgullo
de haber sido una vez inmensamente feliz.
Lejos
[Antonio Rodríguez y José Antonio Ramírez]
Vuelves ahora al libro y al momento en que abriste,
entre desorden y ambición, el fruto del tiempo
que sólo existe en la lectura. Viajas a muerte.
Viajas hacia el fondo de ti mismo, y lo haces
ganando en un instante lo que pierdes después.
Entre una estación y otra apenas quedan
los países que el tren de tu poema ha escrito,
los santuarios donde depuso su coraza
un héroe, las palabras que fueron el deseo
de amar una ciudad y luego abandonarla.
Lees en el silencio intenso de un vagón
sin rumbo y a tu encuentro viene la voz total
de aquellas estaciones donde fuiste feliz:
el velo de la reina Mab y su luz de sueños
en el acto primero de Romeo y Julieta,
de las manos de un William Shakespeare demoledor;
la idea mágica de Dylan Thomas: alzar
hasta más allá de la muerte una columna
viva, donde el dominio de la muerte acabe
muerto; la travesía transiberiana de Blaise
Cendrars, que apura la nieve en su viaje
al este de todas las tierras, todos los mares;
el desencanto erótico de Anaïs, que peina
sus cabellos ante un espejo, vuelve a mirar
su rostro y sólo halla la nostalgia de un dios
parisino al que llamaremos Henry; la herida
descomunal que don Quijote clava en los ojos
de lo real, que ya nunca será lo que era;
el regreso de Modigliani y Jeanne a un cuartucho
que los espera ardiendo -como un sol de verano-
entre pinturas, elegancia y vasos de vino
y dolor y desdicha y sangre; el delirio azul
de Jean Michel Basquiat, que duerme en Central Park
entre cartones, discos, caballos y graffitis,
y se pierde como una burbuja en una copa
por la boca negra del metro, siempre downtown;
la canción de Anne Sexton, la sed de Massachusetts,
que desea morir en los brazos del gas -
cualquier día de éstos- y que habla con ángeles;
el silencio en una película de los Cohen
y después la devastación y el ruido del odio;
el fatum de Lou Reed, dormido en la película
de Warhol, y su larga noche de terciopelo
en la otra orilla; el salto a los andenes helados,
al mundo de la ofensa y la ignominia, al raíl
desencajado de Dostoievski, el jugador;
ese tránsito absurdo y salvaje de Machado
cuando llora cantando su balada del tren,
la tos ferina y la esperanza de otra vida
mejor, lejos, muy lejos de España y su indecencia.
(De Carmina)

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