Un día, en Asilah, Marruecos, caminábamos por la medina cuando Aldana decidió entrar a ver el precio de unos collares y pulseras que quería comprar. No era un negocio distinto a otros donde ya habíamos entrado alguna vez, tanto en ese viaje como en otros. Era el típico lugar donde sabíamos que el precio de lo que íbamos a comprar se definiría, sí o sí, regateando. Aldana elige algunos, mira otros, compara éstos con aquellos y se decide por varios. Durante todo ese tiempo el vendedor, que hablaba español, sólo nos miraba o se dedicaba a seguir con sus cosas. Cuando llegó el momento de pagar, nos dice el precio de uno de los collares al que por supuesto nosotros nos negamos y le ofrecimos una cifra mucho más baja. En ese momento, Abdul (llamemos así al vendedor) me dice: “Ahh, ¿a ti te gusta regatear? ¿Tú crees que sabes regatear?” No era la respuesta a la que estábamos acostumbrados de un vendedor de este tipo de puestos de mercado, por lo que me sorprendió. Mi respuesta fue un “sí”, no muy enérgico, a ambas preguntas. Ya lo habíamos hecho en mil lugares, siempre creyendo que habíamos obtenido un buen precio por la mercancía en cuestión, motivo por el cual mi respuesta estaba fundamentada. Al menos para nosotros.
Acto seguido, Abdul descuelga un objeto, no recuerdo bien qué era, y a continuación sucedió, resumiendo, lo siguiente:
Abdul: ¿Cuánto pagas tú por esto?
Dino: Dígame usted primero cuánto quiere por él.
Abdul: No, no, dime tú cuánto pagas.
Dino: Usted es el vendedor. Usted dígame el precio primero.
Abdul: Bien. Dame 25 Dirham por él.
Dino: No, eso no vale más de 10.
Abdul: No niño, tu estás completamente equivocado. Si quieres llevártelo dame 20 y ya que no tengo más tiempo para peder contigo.
Dino: No, no lo llevo, es muy caro. Le doy 12 o nada.
Abdul: Mira. Mi última oferta, te lo dejo en 18 y ya.
Dino: Mi última oferta es 15.
Abdul: Ok. Es tuyo por 15 Dirham.
Inmediatamente Abdul da vuelta el objeto y el precio real estaba pegado en una etiqueta. Decía 5 Dirham. Mi sorpresa fue tal que lo miré y él apenas dibujó una sonrisa cuya interpretación queda a gusto del lector. Yo ya tengo la mía.
Lo peor de todo es que uno cree que siempre compra a buen precio y claramente el vendedor jamás pierde. Pero en este caso, además, me llevé una clase magistral de experiencia gracias a las raíces de comerciante de Abdul.
Este es uno de los primeros consejos cuando uno va a regatear: nunca el vendedor va a perder dinero. Lo importante es que el precio que paguemos sea también conveniente para nosotros. Para lograr esto, una buena opción es tratar de conocer el precio “original” de antemano.
En algunos países del mundo, como India, muchos del sudeste asiático o de América Latina, el regateo es algo común y hasta obligatorio en determinados centros turísticos, pero esto no quiere decir que sea así en todos los comercios del país en cuestión. Si uno no quiere regatear, es mejor que elija comprar todo fuera del circuito turístico. Si se quiere hacerlo, es bueno tomárselo con calma, paciencia y como si fuera un juego. Puede llegar a ser my divertido. El tema es saber cuándo parar.
Los vendedores de mercado, al menos muchos de ellos, son muy histriónicos. En el mercado turístico que estaba en el hutong donde nos alojábamos en Beijing, el regateo parecía un deporte nacional, que todos los extranjeros tenían que practicar. El solo hecho de pasar caminando por ahí ya era muy entretenido. En una oportunidad, una señora me ve que yo apenas le puse el rabillo del ojo a uno de sus relojes y fue suficiente para que salte de su silla y comience a tironearme del brazo. La situación era cómica, pero la verdad es que yo no tenía intención de comprar nada en ese momento. Por lo tanto, como consejo, es bueno tratar de evitar los mercados más turísticos si no tenemos el propósito de comprar. Y si solo queremos pasear, sepamos que nos podemos encontrar con este tipo situaciones.
Algunos tips más:
- Todos venden lo mismo, por lo tanto, muchas veces el buen humor del vendedor hace la diferencia.
- Siempre es bueno esperar que el vendedor diga el primer precio, ya que así tenemos una noción desde dónde podemos comenzar el regateo. Del precio que te digan, podés pedirle menos de la cuarta parte para entrar en acción. Otra opción es, como dijimos, saber cuánto querés pagar y ofrecerle la mitad de ese valor. Así sabés que después de algunas idas y vueltas podés llegar a ese precio.
- En algunos mercados, sobre todo en los que el regateo es “obligatorio”, una técnica que suele dar sus frutos es optar por irte del local, haciendo que ya no te interesa el producto y que no vas a pagar lo que te piden por él. Probablemente, a los pocos minutos, el vendedor te esté llamando o haya corrido hasta tu posición para aceptar tu última oferta.
En algunos países, el tema del regateo ya se transforma en algo “pesado”, sobre todo si estás viajando por mucho tiempo. Fue nuestra experiencia en las ciudades más grandes de Vietnam: Hanoi y Ho Chi Minh. El regateo en estas ciudades me aburrió. Porque no se regatea solo en los mercados turísticos, sino que es un regateo permanente, hasta para comprar una botella de agua. Esto hace que se vuelva agotador y para nada divertido. Para muestra basta un botón: la dueña de la casa en la que estábamos alojados nos dijo que el kilo de mangos costaba 15 Dongs. En todas las fruterías nos pedían 45 Dongs por un solo mango chico. Si ya arrancaban con un precio tan alto, ¿cuánto tiempo nos llevaría llegar al precio real? Si hubiera sido por un recuerdo, en un mercado turístico, lo entendemos, pero en una frutería de un barrio… no… Lo que terminábamos haciendo era no comprar en la calle o comprar lo menos posible porque además, si le decías que el precio era muy alto, te decían que te vayas.
En otros países, como Bolivia, nos sorprendió que pudimos regatear hasta el precio de algunos buses. No es algo muy común, pero puede pasar.
Si les gusta, disfruten de esta actividad, siempre con respecto y humor.
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Buen viaje!!! y mucha MAGIA para todos!