Revista Diario
Hace cinco años, un compañero mío, el Dr SuperLópez, decidió trasladarse a vivir a Huelva. Y, como se había comprado unos nuevos palos de golf, dejó en casa los palos con los que había aprendido, con la sana intención de que los utilizáramos nosotros. Hasta este año, los palos han estado acumulando polvo en una de las estanterías del garaje. Pero, en Junio, unos amigos nuestros nos animaron a apuntarnos a un curso de iniciación con ellos, sin saber el monstruo que alentaban. Porque mi santo es muy de obsesionarse. A la semana, había comprado zapatos para los dos. A las dos semanas, cada vez que me asomaba a su ordenador lo veía investigando sobre la Copa Ryder o sobre palos. Ahora, no hay día libre que no diga: "¿Y si vamos a echar unas bolas?". Lo cierto es que estos días, aprovechando que estoy de Rodríguez (por esas cuitas de los contratos de tres meses y los recortes), he aprovechado para ir yo solita a dar unas clases. Os aseguro que la visión de verme enfundada en pantalones y zapatos de golf manejando el palo como si fuera un azadón es digna de contemplación ( y de cachondeo, todo sea dicho). Y ha sido en esas solitarias clases, mientras el profesor me pedía que girara y "degirara" (cosa que estoy convencida de que no viene en ningún diccionario), cuando me di cuenta del enorme parecido entre jugar al golf y anestesiar. Veámoslo: - Se empieza la partida - o la cirugía - con un golpe largo (swing) que necesita la coordinación de 124 músculos para que la pelota - o el paciente - no caigan en terreno espinoso. - Todo el mundo - mientras tanto - piensa que lo único que estás haciendo es darle a una pelota con un palito ( o inyectar un poco de propofol). Y que, total, todos los golpes son iguales. (Una anestesia general es una anestesia general y punto). - Cuando una empieza a jugar - o a anestesiar - le parece que jamás será capaz de controlar tantas cosas a la vez. - Tanto en una como en otra, el atuendo es antilujuria total. - A medida que una practica, mejora su handicap. - Y, después de pasar horas al sol (o en el lado oscuro del quirófano), sorteando mil escollos, no hay mayor satisfacción que terminar de un modo elegante, como si no costara esfuerzo ninguno.