Revista Libros
Ángel Olgoso.Las frutas de la luna.Menoscuarto. Palencia, 2013.
Dos espléndidos relatos de Ángel Olgoso –Jueces del Valle de Josafat y Reliquias-, contiguos, muy distintos en técnica, en ambiente y en puntos de vista y con dos finales en los que alguien enciende una luz, resumen la maestría, la variedad de registros y el dominio de la voz narrativa de uno de los autores más interesantes del panorama literario español.
Forman parte de Las frutas de la luna, un conjunto de veinte nuevos relatos de Ángel Olgoso que publica Reloj de arena, la imprescindible colección narrativa de Menoscuarto.
Presente en las mejores antologías del género (Sea breve, por favor o La familia del aire) y autor de otra excepcional colección de microrrelatos (La máquina de languidecer), todos ellos en Páginas de Espuma, Ángel Olgoso es dueño de una poderosa voz narrativa y de una prosa de extraordinaria calidad que han hecho de su obra una referencia ineludible en el panorama del cuento español actual.
Como en el resto de su obra, en estos relatos Ángel Olgoso realiza una incursión en lo fantástico, una exploración iluminadora de otros mundos ocultos tras la apariencia y la rutina, en una trayectoria que sigue la inagotable vía abierta por Poe, Kafka o Cortázar, lo que José Mª Merino propuso como fin y método de la literatura: hacer una crónica de la extrañeza.
Con una suma de precisión y sutileza, dos atributos propios del narrador eficiente que es Olgoso, los cuentos de Las frutas de la luna despliegan una enorme potencia imaginativa para darnos una perspectiva inédita del mundo a partir de la intromisión del misterio en lo cotidiano.
Estos relatos, exponentes de una voluntad visionaria que los hace ir más allá de lo visible, iluminan las zonas de sombra de la realidad con una mirada que viene de los maestros del XIX y que persiste en Arreola, Marco Denevi o José Mª Merino, referentes fundamentales en el cuento contemporáneo en español.
Cada vez menos secreto, siempre minoritario, Ángel Olgoso explora en toda su obra la veta del relato fantástico en todas sus variantes, se mueve en un territorio de frontera entre lo real y lo soñado, entre lo posible y lo imposible, entre la locura y la cordura para lograr en el lector un deslumbramiento o una iluminación como la de las bombillas que se encienden al final de esos dos relatos.
Ese deslumbramiento procede por partes iguales de la presentación extrañada de la realidad y de la brillantez de un estilo hipnótico en el que todo es exacto, matizado y preciso, todo cumple una misión crucial en el ajustado mecanismo del relato.
Ángel Olgoso es un maestro en la difícil tarea de equilibrar fondo y forma, de fundir tensión narrativa y altura estilística, imaginación y experiencia, vida y literatura; un autor dotado de una inusual capacidad para contar esas historias de frontera entre la realidad y el sueño con densidad y exigencia verbal sin caer nunca en los peligros de la prosa poética, porque aquí la prosa se pone al servicio de la construcción narrativa y se orienta a crear en el lector un estado de ánimo que le permita entrar en los universos paralelos que proponen estos relatos tan deslumbrantes como El síndrome de Lugrís o tan turbadores como La pequeña y arrogante oligarquía de los vivos.
Santos Domínguez