Revista Cultura y Ocio

Angela Merkel y el fin de la luna de miel intercultural

Publicado el 17 octubre 2010 por Evagp1972

  

Angela Merkel y el fin de la luna de miel interculturalAngela Merkel y el fin de la luna de miel intercultural       (fotografías de Eva Gutiérrez Pardina (CC BY 3.0)
Anotación dedicada a Fabio Gallego y Camilo Monroy, agentes interculturales

Como en el caso de las políticas respecto de los gitanos rumanos en Francia, el  reciente  discurso de Ángela Merkel frente a las juventudes de su partido ha reavivado el debate sobre la multiculturalidad, entendida como la situación de una sociedad plural en la que conviven comunidades culturales con identidades diferenciadas. Un debate que ha existido siempre, pero cuya intensidad actual está íntimamente ligada a la situación de crisis económica global en la que estamos inmersos. 
Los sentimientos de frustración y miedo causados por la crisis encuentran fácilmente su proyección en el rechazo a determinados grupos étnicos. La educación recibida desde niños en nuestro entorno (“vas hecho un gitano”), la presión de algunos políticos que azuzan a la población nativa contra la inmigrante por un puñado de votos; algunos medios de comunicación que a veces, parapetados en la libertad de expresión, contribuyen de forma consciente e irresponsable a extender mensajes de odio; la falta de criterio de la población en general que, como el público en los programas de televisión, aplaude o abuchea cuando se lo ordenan, en lugar de detenerse, pensar y decidir por sí mismos con criterio... Todos estos elementos generan un caldo de cultivo tóxico que, manipulado por según que manos, puede estallar y provocar terribles consecuencias.  
Los estereotipos sobre las personas extranjeras, como sobre cualquier otro grupo humano, son necesarios porque simplifican el mundo, pero lo hacen a cambio de distorsionar la realidad. A pesar de ello, tienen una gran fuerza, se instalan profundamente en nuestra mente y les damos crédito hasta confundirlos con lo real. Los estereotipos, prejuicios y tópicos se expresan normalmente en frases que se inician con el indefinido “Todos/as”. Por ejemplo, todos los gitanos roban. Un dos tres, responda otra vez. Todos los ingleses son unos reprimidos que vienen aquí a emborracharse. Todos los rumanos están metidos en mafias. Todos los franceses son unos bordes. Todos los árabes son sucios, mentirosos e ignorantes. 
Quienes extienden este tipo de rumores no tienen en cuenta que es imposible conocer a “todos” los gitanos; a los que hacen cola en los servicios sociales y a los que cuentan con un trabajo, autónomos o asalariados, y no hacen cola en esos servicios porque no los necesitan. Dudo mucho que alguien conozca personalmente a los millones de súbditos del rey de Marruecos. ¿Conocemos también a todos los rumanos? Ciertamente no. Pero aunque nos avergüence reconocerlo, a veces estamos convencidos de la verdad de estas afirmaciones. Las creemos y las difundimos constantemente. Quizás en alguna ocasión nos hayan robado en el metro, y nos basemos en esta única experiencia para condenar a toda una nación. A mí, particularmente, han intentado robarme italianos. También sudamericanos. Y la única vez que lo consiguieron, eran españoles. Por cierto, sin rastro de acento andaluz. El robo es universal y la maldad no entiende de razas ni de colores; algo que se nos olvida con demasiada facilidad, quizás porque nos basamos en otro tópico: que todos los inmigrantes son pobres. Por tanto, ladrones. Todos. Naturalmente, en ese “todos” no incluimos a los noruegos, por ejemplo. Porque, como todo el mundo sabe, todos los noruegos son buena gente, ricos, modernos, inteligentes, atractivos. Qué suerte tienen las noruegas. Todas ellas.
¿Sabéis qué piensan de los españoles en algunos países del norte de Europa? Pues que son una pandilla de vagos. Anda, incluso los catalanes. Tan trabajadores que son todos en Cataluña- porque lo son todos, ¿no es cierto?-. Pues sí, parece ser que para algun@s los españoles son impuntuales, borrachos, machistas ellos, primarias ellas, sin excepción ni matices. Si nos parece ridículo saber que en algunos países están convencidos de que los españoles son así y que todas las mujeres españolas van con mantilla y traje de faralaes por la calle... ¿Por qué no nos parece igualmente ridículo pensar que todos los sudamericanos son unos vagos, todos los árabes son sucios y unos ignorantes, todos los rumanos unos mafiosos?
Fijaos en lo dicho por un marroquí que lleva 15 años aquí, trabajando como autónomo y pagando sus impuestos, respecto de otros marroquíes que han llegado a España hace poco: llevan aquí cuatro días, copan la sanidad y los servicios sociales y nos están robando el trabajo. ¿Os suena? ¿Y no os parece que esto, dicho por alguien de su propia etnia que hace quince años era tan inmigrante como ellos, es algo ridículo, absurdo, kafkiano?  Más aún en España, conquistada por romanos, visigodos, árabes y, más recientemente, por Norteamérica y el manga japonés. Tal es la fuerza del prejuicio y del rumor.
También tú, un día, puedes ser un emigrante. Imagínate por un momento  como una mujer blanca, occidental y en Japón. Tendrás que aprender otra lengua, otros códigos sociales, otra cultura del trabajo. Sabrás qué es ser mujer y occidental en la cultura japonesa, como lo supo Amelie Nothomb en Estupor y temblores. Quizá vivirás constantemente preocupada por llamar tanto la atención, aunque sólo sea por tu peinado, tu forma de vestir, tu forma de saludar, tu tono de voz, tan normal para ti, estridente para ellos. Puede ser que vivas en un estrés permanente  durante los dos, tres primeros años de tu estancia allí. Tal vez te sientas marcada por falsos rumores sobre las españolas, prejuicios y tópicos anteriores a tu llegada y con los que no te identificas ni por asomo. Incluso alguien podría echarte en cara que has ido a Japón a robarle el trabajo a las mujeres japonesas. Pregúntate, por un momento, cómo querrías que te trataran si ella fueras tú. La extranjera. La Otra.
El discurso de Merkel es la constatación de que la comunicación intercultural es algo muy delicado y de una gran complejidad. Escarmentados por el horror nazi, el pánico a caer en la xenofobia nos ha hecho caer en otra forma de racismo: creer que no hay razas. Considerar ingenuamente que todos los seres humanos somos iguales, que no existen diferencias culturales y que, por tanto, no hay conflicto. Pues sí lo hay. La integración no siempre es fácil. Cuestiones como la ablación femenina, el reciente asesinato de mujeres pakistaníes o africanas por cuestiones de honor familiar y el burka nos han dado pruebas de ello. No es fácil, de acuerdo. Ni podemos ni debemos negarlo. Pero tampoco debemos olvidar las bondades de la mediación y el diálogo. Lo peligroso, precisamente, es no intentarlo, y las ventajas incontables para ambas partes, si el proceso se realiza correctamente. Somos distint@s, sin duda. Pero podemos trabajar para  comprendernos y convivir en paz.
No creo que la mejor vía para lograrlo sea la integración forzosa, mediante amenazas o imposiciones. La provocación y la manipulación pueden dar réditos políticos a quien  ve peligrar su butaca, pero está jugando con nitroglicerina. Es bueno que los turcos aprendan alemán; me parece lógico respetar y aprender la lengua del país que nos acoge como una vía para identificarse con él. Como Merkel, creo que las personas inmigrantes han de tener derechos, pero también deberes. Sin embargo, Merkel no ha exigido a los  alemanes que realicen el mismo esfuerzo en sentido contrario, y aprendan turco, o asistan a estudios islámicos en las escuelas o en las universidades alemanas. No les exige que se acerquen a los turcos sin prejuicios, para conocer su forma de vida, su forma de entender el mundo. Al contrario: nos sentimos ligados a los valores cristianos. Quien no acepte esto, no tiene cabida aquí. La integración mal entendida es esta: intégrate o vete. Intégrate tú en mí. Yo de ti no tengo nada que aprender. Y agradécemelo porque, en definitiva, todos vosotros habéis venido aquí a aprovecharos de nuestra riqueza. Todos .
Según Merkel, a principios de los 60 nuestro país convocaba a los trabajadores extranjeros para venir a trabajar a Alemania y ahora viven en nuestro país (...) Nos hemos engañado a nosotros mismos. Dijimos: “No se van a quedar, en algún momento se irán”. Pero esto no es así. ¿Quién quería aprovecharse de quién? Que vengan, que nos hagan el trabajo sucio, y que se vayan después. Pero no se fueron. Vinieron para quedarse, y de la forma en que su Gobierno enfrente este reto dependerá la estabilidad y la felicidad del pueblo alemán, el que ya estaba allí, resultado y mezcla también, no lo olvidemos, de otras inmigraciones (entre ellas, la española) y el que ha venido después, como hicieron muchos españoles, para trabajar y quedarse.
Sin duda las políticas desplegadas desde los gobiernos son importantes, como por ejemplo las desarrolladas en Catalunya desde la Secretaria per a la Immigració . No olvidemos, sin embargo, que la sociedad civil es también muy poderosa, aunque nuestra inteligencia anestesiada por Gran Hermano nos haya hecho olvidar nuestra fuerza. Somos poderos@s, y lo somos para lo bueno y para lo malo: para la aceptación y la paz, o para la confrontación y el odio. Empecemos pues a empoderarnos de nuevo, y a tomar conciencia de nuestra capacidad para cambiar las cosas, también en el ámbito de lo intercultural. En primer lugar, cortemos con los rumores. Cuestionémonos si son ciertos antes de continuar extendiéndolos, especialmente en estos tiempos en los que las redes sociales pueden extender consignas a velocidad de vértigo. Quien cuestiona el tópico, quien se niega a dejarse manipular por el rumor malintencionado, está sólo a un paso de liberarse del prejuicio y comprender la complejidad que subyace a una realidad diferente. Quien no generaliza está preparado/a para acercarse a otra cultura  desde una posición asertiva, consciente de pertenecer a una determinada cultura, pero consciente también de que es una más entre tantas, no necesariamente la mejor en todos los aspectos, y sin duda no la única poseedora de la Verdad, porque la Verdad así, única y sin fisuras, no es más que un mito, no existe. Alguien así sabe que la comunicación con el otro no va a ser fácil, pero está dispuesto/a a intentarlo con todas sus fuerzas.  
Hay dos formar de vivir: extendiendo el odio o extendiendo la paz. Puedes decidirte a seguir llamando a cualquiera que te lo parezca “moro de mierda”, aunque sólo sea un niño y tu insulto le marque para siempre; aunque haya nacido en Vic, como el hijo de Najat El Hachmi. También puedes decidir plantarte y renunciar a hacerlo. El futuro del entendimiento entre civilizaciones en Europa no está sólo en las manos de las Merkel o los Sarkozy de turno; ese futuro también está en tus manos. Indaga, cuestiónate, y una vez comprendas, pregúntate a qué estás esperando para utilizarlas por la paz.

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