"A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante" (Oscar Wilde)
-No te preocupes, te vamos a atar los brazos sólo por precaución-.
El gran foco encima de su cabeza, le impedía ver bien a la gente que pasaba alrededor de él mientras permanecía inmóvil en aquella camilla. Comenzó a temblar. Corría una leve brisa y aquel pijama fino de gasa verde, no abrigaba casi nada.
-67 kilos - dijo el hombre, al que le fue imposible ver el rostro de su interlocutora, ya que lo tenía tapado por una enorme mascarilla verde a juego con un gorro de baño que le cubría la cabeza.
En realidad todas las vestimentas eran del mismo color, parecía como si, de repente, el hombre fuera a ser intervenido por media plantilla del Barsa, equipados como cuando juegan fuera de casa.
Cuando le ataron los brazos en cruz, parecían confirmarse sus peores augurios. Tuvo miedo. Tembló. Serían los nervios (pensó) o quizás sería hambre. Recordó que llevaba sin probar bocado desde la noche anterior, antes de recibir la llamada, antes de que cambiara su vida para siempre.
Habría un antes y un después tras este trance y él era consciente de ello, quizás por eso temblaba. Quizás por eso tenía frío. Suspiró fuerte y trató de relajarse.
-José, ¿Ya te estás durmiendo?- pregunto la misma enfermera de antes, la que le había pedido el peso-.
-Muy bien, ahora empieza a contar del diez al uno y respira normal-
Sonó el móvil que tenía encima de la mesilla, al lado de su cama, en la habitación. Abrió los ojos para comprobar de un vistazo la hora que era, antes de encender la luz. La una de la mañana. Cogió el teléfono y comprobó que, en la pantalla, aparecía un número de esos largos como de centralita.
-Hola, ¿hablo con José? -preguntaron desde el otro lado del teléfono.
-Sí, soy yo -contestó el hombre entre asustado y aturdido por el sueño.
-Hola, José, buenas noches. Perdone que le moleste. Llamo de Coordinación de Trasplantes del Hospital Ramón y Cajal. Tiene usted que venir esta noche a la planta tercera, Unidad de Agudos, para un posible trasplante. Eso sí, no venga antes de las cuatro de la mañana...
-Comentarle que usted viene en calidad de reserva. Es decir, hay una persona que tiene prioridad en el trasplante. A usted se le llama, únicamente, por si se da el caso de que la persona titular no sea compatible con el órgano recibido....
-Bien, pues entonces a las cuatro, en la planta tercera, zona de agudos. Venga en ayunas....Buenas noches.
Colgó el teléfono y se tomó unos segundos para él. Se sentó en el borde de la cama, en la habitación que le había visto crecer y que había sido testigo de casi todas las decisiones importantes de su vida. Dirigió la mirada hacia el infinito.Comenzó a temblar. Era una sensación que no había experimentado antes, una mezcla de miedo, alegría y nervios. Las piernas tenían autonomía propia. Se movían a su antojo de la emoción.
"A lo largo de toda mi vida, mi relación con mi familia, ha sido siempre una fuente de fuerza y estabilidad, pero sobre todo durante los últimos años. La familia era donde recurría para recibir apoyo incondicional, en un mundo que carece de él con demasiada frecuencia" (Eben Alexander, "La prueba del cielo")
"A mí me emocionan especialmente los donantes vivos. La madre o el padre que dan un trozo de hígado o un riñón a un hijo: ¡da la vida dos veces. ¡Dios mío!"(Estrella, enfermera asistente de quirófano. Unidad de trasplantes)
Los días transcurrieron y su estancia pasó por varias etapas: primero cuidados intensivos, después pasó a incorporarse y levantarse levemente para subir por último a planta. Fueron tiempos complicados de adaptación a la nueva medicación, de asimilación de su nueva condición y, ¿por qué no decirlo?, de aprender a digerir su nueva vida.
Supo entonces que aquella historia no tenía nombre propio. No tenía un solo nombre. Esa historia se llamaba El relato pertenecía también a Aurora (a la que conoció, el mismo día en el que a él le iban a operar, y que le tranquilizó. A ella le habían trasplantado la noche anterior y, desde su estado, le transmitió fuerza y seguridad). Tenía el nombre, también, de José Manuel, a su mujer y a todos y cada uno de los familiares y amigos de los enfermos, que daban consuelo, calor y amistad de pasillo en los momentos duros y que demandaban lo mismo cuando les venían malas dadas. Shanasi, un búlgaro que se convirtió en un excelente compañero de habitación y que llevaba cinco años esperando (soñando) con volver a tener una vida normal. Esta historia, era la historia de Rosa, a la que la diálisis estaba a punto de derrotar haciéndole: abandonar, desistir, renunciar a la lucha y a toda esperanza.
Hay personas que creen que, cuando alguien recibe el órgano de otra persona (ya fallecida o no), recibe también parte de su alma. Sin duda es el gesto de amor más incondicional que puede haber.
Los ángeles existen. Posan sus alas sobre nosotros, nos protegen, nos vigilan, nos cuidan. Están ahí aunque tú no los puedas ver.... Esos ángeles vivieron, existieron, estuvieron en este mundo y algunos se marcharon dejando para los demás, un regalo impagable. No hay dinero en el mundo que pueda pagar gestos como este.
Por eso, tu gesto -aunque a ti te parezca insignificante-, es vital. Hazte donante. Aunque sólo dones sangre... tu sangre es VIDA.
El protagonista de nuestra historia nació -de nuevo-, un 8 de Noviembre del 2012. Aquella fría noche, mientras él se dirigía a las 3:30 de la madrugada hacia el hospital -sin casi esperanzas de poder ser trasplantado-, en la radio del coche sonaba: Angels, de Robbie Williams .