Revista Cultura y Ocio

Ángeles caso

Publicado el 29 marzo 2010 por Hache
ÁNGELES CASO
Tengo el vicio de guardar imágenes y artículos de prensa y/u opinión. Revisando hace unos días una carpeta encontré este artículo escrito por Ángeles Caso el 8 de febrero de 1998 y publicado en un suplemento dominical. Ya me dirán si las cosas han cambiado mucho...
...Y una parada más
Mi amiga S. estaba harta de estar en el paro. Harta de presentarse una y otra vez a pruebas, de enviar su currículum, de viajar de un sitio a otro en busca de un puesto de trabajo para el que nunca parecía ser idónea, a pesar de su inteligencia, su formación y su experiencia. Mi amiga S. estaba harta de oír decir a los expertos que los parados deben echarle imaginación y valor a sus problemas. "No se quede usted en casa quejándose de su suerte –le habían repetido mil veces– y plantéese su propio proyecto... El mundo y el trabajo son de los valientes...".
Así que S. hizo acopio de imaginación y de valor. No sé de dónde los sacó, después de tanto tiempo de inactividad. Quizá fuera a buscarlos al baúl de los recuerdos, al trocito de memoria donde alberga sus años de adolescencia, las ilusiones y las ganas de vivir y hacer cosas de aquel entonces. El caso es que logró encontrarlos y ponerlos en marcha. Y, una vez activados, se le ocurrió una magnífica idea: se trataba de montar una pequeña empresa totalmente novedosa, en un sector de ésos que se llaman 'en alza', y que exigía muy poca inversión. Mi amiga incluso utilizó los últimos ahorros de su última liquidación en hacer un estudio de mercado. Las perspectivas eran inmejorables. Todos los que conocíamos sus planes no dejábamos de animarla: "¡Adelante! ¡Hay que jugar fuerte! ¡Es una idea magnífica! ¡Seguro que te va a ir muy bien! ¡Con el tiempo puede hasta que te forres!".
Con todos sus papeles bien redactados, mi amiga se lanzó a dar el paso definitivo: conseguir los cuatro o cinco millones que necesitaba para poner en marcha su negocio. Nada más fácil ¿no es cierto? Todos sabemos, porque nos lo han repetido hasta la saciedad, que hay toda clase de ayudas para jóvenes y nuevos empresarios, que existen diversos bancos e instituciones que apoyan proyectos con ciertas garantías, sobre todo si sirven para crear puestos de trabajo (seis o siete eran sus cálculos). Conseguir el dinero parecía pues lo más fácil en la difícil tarea de imaginar un negocio y ponerlo en marcha. Así que S. agarró sus carpetas y se fue a su banco de toda la vida: "Imposible prestarle ese dinero sin un aval suficiente", le dijeron. Las condiciones del aval, inaceptables para cualquiera en su sano juicio. "¿Y las subvenciones para nuevas empresas...?". "Sí, podría usted conseguirlas, pero sólo una vez que ya tenga el préstamo". El trazo del círculo empezaba a cerrarse. Mi amiga ofreció su pequeña finca rústica como garantía. Pero el banco no quiso aceptarla.
Aún así, S. no se desanimó: cambió de banco. Visitó todos los posibles: nacionales, extranjeros, privados, semipúblicos, industriales... En todos los sitios le plantearon las mismas exigencias. El círculo se cerró definitivamente. Mi amiga recogió sus carpetas, adormeció su imaginación, le dio un bofetón al valor y se volvió a casa y a la oficina del paro a lamentarse de su suerte.
Hace ya mucho tiempo que no se compra nada, aparte de la comida imprescindible para vivir. Cuando pasa por delante de algún gran almacén le dan ataques de risa, aunque el otro día, me contó, al ver las enormes colas que se formaban ante un campo de fútbol para conseguir entradas a no sé cuántos miles de pesetas, sintió una especie de vahído. Cuando mira los informativos de televisión y aparecen los parados franceses manifestándose y visitando a Jospin, se pone a llorar a mares. Algunos amigos piensan que se está volviendo loca.
Creo que en España hay más de tres millones de personas en la situación de S. En toda Europa, un montón de millones más. No hacen más que hablarnos de planes para acabar con el paro, pero las cifras crecen infatigablemente. Entretanto, las tiendas están abarrotadas de cachivaches y ropas y alimentos y libros y discos y coches, y cada día se inauguran más tramos de autopistas y más parques temáticos y más bares y más cines y más agencias de viajes y más edificios de oficinas y más promociones de pisos y más y más...
P.D.: Hace unos días llamé a la redacción de un periódico. La telefonista de toda la vida ha sido sustituida por una centralita-ordenador no sólo intachable sino casi casi perfecta. No sé si la vieja telefonista andará echándole imaginación y valor o simplemente lamentándose.
Esta sociedad da miedo.


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