Revista Cultura y Ocio
Angeles y Demonios
Dan Brown
Editorial Umbriel
Trad: Eduardo G. Murillo
608 pgs
Argumento
(con algunas revelaciones de trama)
Los Iluminatii regresan desde las sombras de la Historia para destruir a la Iglesia Católica. Sólo el experto en simbología Langdon podrá hacerles frente...
Comentario
Primer libro de la serie que Dan Brown dedica a su héroe Langdon, igual de malo que el que le sigue pero aún más descabellado, si cabe.
Lo que más destaca es la notable heterogeneidad de la novela, en el sentido de que parece estar formada por tres grandes bloques de tonos y estilos distintos. El libro se lee a trompicones, a distintos ritmos.
El primer bloque estaría conformado por las cien primeras páginas aproximadamente y es lento, aburrido, soso, didáctico y una auténtica antología del disparate, la incoherencia, el engaño al lector, la tomadura de pelo y la estulticia americana.
En el segundo bloque también se ven dos partes, una más discursiva y otra de acción (resolución de enigmas) que tiene cierto ingenio, aunque es repetitiva y predecible, como suele ser común en este tipo de libros.
Y por fin el tercer bloque, un larguísimo desenlace que parece un culebrón teológico-eclesiastico con toques apocalípticos de lo más disparatado y rocambolesco que he leído en los últimos tiempos, tan exagerado que hasta resulta simpático. Si fuera de humor ganaría muchos enteros. Desde luego lo del hijo del Papa y la monja concebido por inseminación artificial para no "romper los votos" tiene su gracia (por lo ingenuo). Y el guardia suizo con el traje de colorines pilotando el helicóptero, no digamos. Me imagino la escena y me parto de risa.
Los personajes están muy escuetamente descritos y no destacan por su profundidad, sino más bien por todo lo contrario. Dan Brown, no sé si adrede o no, pinta a su héroe como si fuera un auténtico imbécil, un inculto de tomo y lomo, incapaz de reconocer un juego de palabras como “columna iónica” (por “columna jónica”), que no sabe lo que es el CERN ni los aceleradores de partículas y casi casi ni el Big Bang. Realmente cuesta creer que habiendo tantos profesores universitarios expertos en simbología alguien llame a este elemento para que le ayude a resolver un crimen.
El personaje femenino es de más entidad que en el Código. Al menos piensa y actúa y no parece tan tonta. Eso sí, a todas partes va en camiseta de tirantes y short. Imagino que es el look adecuado para la película.
Las apariciones del “asesino” son lo peor de la novela, lo peor de la literatura de los dos últimos siglos, a decir verdad. Lo pinta para que dé miedo y asco, y solo da risa. Por lo demás, son en un noventa por ciento prescindibles.
Dan Brown no sabe usar las técnicas narrativas más básicas, y cuando se atreve no lo hace bien. Un ejemplo son sus ya famosos “flashbacks”, que parecen pegotes metidos con calzador en medio del texto y que solo sirven para soltar algún rollo didáctico que la mayor parte de las veces no tiene relación con la trama, y está puesto ahí para demostrar lo mucho que se documenta. Claro está que la gracia de un libro de estas características está principalmente en ser un catálogo de anécdotas históricas y pseudo-históricas que le dan una apariencia de erudición y “cultura”, siempre superficial y de masas. Sobre este particular mencionar la frecuencia con que recurre a figuras del imaginario popular para explicar las cosas como Micky Mouse, Star Trek y similares, como pensando que el lector no será capaz de entender algo que vaya más allá de esto. También usa los flashbacks para desgranar algunas facetas de los personajes, generalmente sin interés. Muchas veces se asemejan a “diálogos platónicos” entre un personaje que “sabe” y otro que “recibe la enseñanza”. Y recurre a ellos varias veces, dando sensación de repetición y pobreza.
La creación de intriga, el menos en la primera parte, se basa en el engaño al lector y en forzar los hechos de tal manera que no puedes sino sonreír mientras lo lees. Las excusas para no llamar a la policía son totalmente infantiles, así como aquellas que justifican que la hija no vea al padre muerto, un hecho que permitiría que ella descubriera que le falta un ojo (con el que luego se abre una puerta: reconocimiento retiniano). Lo peor es que el lector se percata de ello mucho antes que los personajes, lo cual produce hilaridad sin cuento. Todo en esta primera parte es torpe, torpe, torpe...
Y el final... Es mucho más parecido a una novela de fantasía o ciencia ficción que a una de intriga. De tan disparatado acaba resultando entrañable, pero sigue siendo malísimo, claro. Como escasos puntos positivos algunos golpes de efecto del final, que te despistan sobre la identidad del “malo” (en el Código lo descubrías al instante).
Me da pena que un tema de partida tan interesante como la relación entre religión y ciencia, Dios y la Nueva Física, el origen del universo, etc (mil veces más interesante que el rollo de María Magdalena del Código) dé tan poco de sí, aunque la trama organizada por el malo, que es capaz de crear un enemigo invisible para dar más realce a su propia organización (La Iglesia) es casi metafórico de ciertos gobiernos de la vida real. Merecería un tratamiento menos frívolo, ya que en algunos casos parece una parodia de si mismo. Ojalá lo fuera.
En resumen, infraliteratura que, como mucho, entretiene un rato, pero que no aporta nada nuevo. Si el lector tiene sentido del humor hasta puede reírse un rato.
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