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PERÚ Padre e hijo Angelo Aziani14/04/2010 – EXPOSICIÓN Andrés Aziani, “fiebre de vida”
Con ocasión del aniversario de la muerte de don Giussani, la comunidad de CL de Abbiategrasso, expuso el pasado mes de febrero una muestra dedicada a Andrea Aziani. Andrés, como más tarde le llamaríamos todos, nació y creció allí, conoció y maduró su fe en la familia y con todos los amigos que le quisimos mucho, porque pudimos conocerle. En la inauguración de esta exposición, su padre, Angelo Aziani, retrató a Andrea y leyó algunos pasajes de sus cartas. Publicamos sus palabras en español, sobre todo para los que fueron los hijos predilectos de Andrea. Carmen Giussani
Para los que no me conocen, yo soy el padre de Andrea. Lo que voy a decir de Andrea no es nada excepcional. Es el modesto testimonio de un padre. Ciertamente, es difícil hablar de tu hijo muerto súbitamente sin conmoverse hasta las lágrimas. Lo intento. Dos palabras sobre Andrea de pequeño, y después sobre Andrea en Lima a través de algunas de las cartas de la abundante correspondencia entre nosotros. De niño Andrea era exactamente como se ve en la foto de la portada del folleto: un niño dulce, amable, respetuoso, obediente, tranquilo, siempre con una sonrisa. La muerte prematura de su madre, sin duda marcó la vida de mis hijos, pero el amor de su abuela materna, llenó el vacío afectivo que había quedado. Andrea y Paolo recibieron el mismo afecto y estima de Giovanna, mi esposa actual. Andrea estaba siempre contento, no se aburría nunca, jugaba a gusto también solo, pero cuando podía estar con su padre y su hermano Paolo estaba radiante. Adoraba a Paolo, tenía por él una especie de veneración. Paolo era exuberante, lo sabía siempre todo, leía, contaba. Andrea todavía no iba a la escuela y en su corazón sufría por no saber leer. Andrea, para imitar a su hermano, aprendió a leer por sí mismo y comenzó la escuela primaria con un año de antelación.
La historia posterior de Andrea imagino que muchos ya la conocéis. Los momentos decisivos de su vida fueron los encuentros con GS y CL. Andrea, después del liceo, se inscribe en la facultad de filosofía de la Universidad Estatal de Milán, pero termina sus estudios en la Universidad de Siena. Yo acompañé a Andrea a Siena a la casa que el Padre Capra, un monje olivetano, le había dejado. Los años de Siena fueron años duros: a pesar del ambiente difícil, hostil, cerrado, como lo contó admirablemente su gran amigo Antonio Socci, se lograron éxitos extraordinarios. De Siena a Buonconvento en Florencia.
En 1990 don Giussani, que entendía la misión como auténtico ecumenismo, le propone ir a Lima, Perú. Andrea está feliz, pero debe afrontar un duro desafío. Lima en 1990 (y lo sigue siendo ahora en parte) era una ciudad hermosísima y peligrosa, con agresiones, robos, asaltos. Andrea fue víctima de ello más de una vez. Está sólo durante unos años y tiene una tarea difícil, me atrevo a decir imposible: sentar las bases para poder acoger a otros colaboradores. Existen enormes dificultades objetivas, empezando por la falta de conocimiento de la lengua. Sin embargo, Andrea no se rinde. Comienza rápidamente un curso intensivo de español y pronto consigue el encargo de enseñar en dos universidades, trabajo que después dejaría a los dos Memores Domini que llegaron posteriormente para acompañarle. Para ayudarlo en estos terribles momentos tenía la oración, la fe, la bendición de don Giussani, el orgullo y, no en último lugar, las cartas de afecto, solidaridad y apoyo de su padre.
Mi relación con Andrea fue siempre de profundo afecto y grandísima estima. Había escrito siempre mucho a Andrea, pero durante estos casi 20 años en Lima, le escribí cientos y cientos de cartas. Andrea me escribía poco porque siempre estaba abrumado por miles de compromisos. En su carta de 1991: «Querido papá el tiempo vuela y me falta. No creas que pierdo el tiempo: estoy dando un montón de horas de clase en dos universidades para mantener el puesto para dos Memores Domini que vendrán aquí a vivir y trabajar conmigo. Te ruego papá que continúes escribiéndome aunque no te conteste. Tú lo sabes: la lista de cosas que me debes perdonar es ya incalculable. Leo con voracidad tus cartas y no me avergüenzo de decírtelo: me conmueven... porque me siento orgulloso de tener un padre como tú... como el buen vino, cuanto mas envejece mas valioso... “Me encanta” la pasión, el entusiasmo con el que me hablas de las cosas que haces, que vives. Estoy siempre esperando tus cartas, en cuanto a las mías ya conoces mipereza». Andrea era todo lo contrario que perezoso, era generoso, entusiasta, activo, incansable.
En otra carta me escribía: «Querido papá, quizá no lo creas, pero siempre pienso en escribirte, y entonces pienso en ti, en tus bellas, útiles, y puntuales cartas. Ahora que has aprendido a enviarme recortes de CL y don Giussani hemos llegado al máximo». Continua en la misma carta: «...en tu antepenúltima carta me dices algunas cosas sobre las que no puedo estar de acuerdo. [Yo había escrito que era un padre con muchas lagunas, muchos defectos, que había hecho poco, demasiado poco por él]. Querido papá me preguntas qué has hecho por mí. Respondo “muchísimo, razona, mira a dónde he llegado, he conocido a una de las personas más extraordinarias que el pueblo cristiano ha sido capaz de generar en esta segunda parte del siglo. El genio, como sabemos, es siempre la expresión – sintética y culminante – de una época, de una tradición, de un patrimonio... en este caso, del catolicismo italiano (o, quizá, lombardo). Por supuesto que estoy hablando de un sacerdote milanés nacido en Desio el 15 de octubre 1922, con la voz ronca y la mirada penetrante y al mismo tiempo tierna, con la paternidad e ironía de un párroco sabio de la Brianza. No sólo le he conocido, sino más aún, papá, puedo jactarme de pertenecer a una extraordinaria compañía, el Movimiento de CL y, aún más, de haber encontrado una “forma de vida”, los Memores Domini. Una realidad de laicos en el mundo... ¡increíble!... con todas las obligaciones de los que viven en el mundo (trabajar, mantenerse, limpiar el suelo, cocinar...). Pero con una regla de vida que es exactamente la misma desde hace 2000 años (o mejor desde el siglo tercero, cuarto) que la Iglesia propone a los que desean imitar a Cristo en su forma especifica de posesión de la realidad... que se llama virginidad. ¡Piensa papá qué grande es esto! Yo... justamente yo que no soy nadie... a mí me han sucedido estas cosas...Y si no existieras tú ¿cómo hubiera podido ser? Pero tú existes y yo existo. Estos son los hechos y “Contra factum argumentum non valet”».
Concluyo. Nunca fui a ver a Andrea a Lima mientras vivía. Os contaré en otra ocasión por qué. Fui el año pasado con Paolo. Visitamos el cementerio donde Andrea está enterrado y nos acogieron en la casa donde Andrea había vivido. Aun estaba su habitación como el día de su muerte. Una habitación austera, desnuda, sin un adorno. En la pared un crucifijo, un cuadro de la Virgen, una foto de don Giussani, un pequeño armario, una cama dura, una mesa y muchos, muchos libros y archivos. Un aire, una atmósfera de digna pobreza franciscana. En esos pocos días tuvimos encuentros conmovedores. Estudiantes, maestros, alumnos, monseñor Panizza, obispo del lugar, y tanta gente humilde, gente pobre de los “pueblos nuevos”, sin duda, hijos predilectos de Andrea. Nos abrazaban conmovidos, a veces con lágrimas en los ojos, felices de conocernos y orgullosos de haber tenido un maestro, un padre, un amigo como Andrea.
Creo que Andrea está en el cielo bendecido entre los honrados, los buenos, los generosos, los humildes... al lado de su gran maestro don Giussani. Porque Andrea, ciertamente, ha vivido de manera heroica la enseñanza de Jesús. Yo le rezo cada día, cada hora, para que vele por mi familia, mis seres queridos. Me escucha, me atiende. Hacedlo también vosotros, os ayudará.
(Traducción de Raquel Llano Torres)