Desde hace ya varias semanas tengo un pliegue atrapado en la punta de los dedos. Busca salir, noche tras noche, sin encontrar aún camino. Y es un asunto doloroso.
Muchas veces he escuchado a profesores y psicólogos hablar de las bondades del arte como actividad que permita el esparcimiento, la distracción de los problemas diarios. Los he visto decir que hacer arte es sano para el espíritu y que llena de una tranquilidad maravillosa. Los he escuchado, hablar de la experiencia propia. Pero también los he visto dudar de lo que dicen.
Y los comprendo. Si bien el arte es una vía de escape, y en el caso propio un canal de comunicación de lo que en el alma ocurre, algunas veces se vuelve también una angustia profunda, una frustración, un dolor profundo de incompetencia, de sentirte a punto.
Estas semanas he vivido la angustia de estar cerca, de estar a punto, de saberme a tan sólo un par de minutos, y al mismo tiempo la profunda lejanía, saber que aún falta un infinito para llegar al fin a la obra esperada, a la imaginada, a la deseada.
Y aún así, a veces la imaginación es caprichosa. Mil veces he estado a punto del mismo dobles, y dos mil veces más se ha presentado como un imposible, como una ruptura a las leyes de la física, como un abuso de las superficies y de los pliegues que en ellas se pueden realizar.
Estas semanas no es la musa quien se esconde, es el eureka de encontrar la técnica que permita al alma decir