Y después de la parrafada que os he soltado sobre lo que significa escribir para mí, os dejo con un relato con los que intento explorar el tema del suspense (pues ya sabéis que tengo en mente un libro en esa línea...), así que tengo que ir probando a ver con qué tipo de narración me encuentro más cómoda. No es muy lago y lo he acompañado por uno de mis dibujos. A ver si me acostumbro a subir relatos con frecuencia.Feliz fin de semana y nos vemos en unos días...
Me desperté desconcertada. No tenía idea de dónde provenía el estallido que acababa de escuchar, pero sí estaba segura de que aquel estridente sonido de cristales rotos se había producido dentro de mi casa.Permanecí unos segundos en la cama, sin atreverme a levantarme, agarrando las sábanas mientras temblaba, al tiempo que trataba de descifrar lo que estaba ocurriendo tras la puerta de mi habitación. Era inútil. El miedo que se estaba apoderando de mi cuerpo era tan intenso, que hacía que mis oídos zumbasen, incapaces de concentrarse en la fuente de mi angustia.
Quise levantarme; rebusqué valor entre los pliegues de mi colcha y me deslicé hacia el frío parqué, que crujió a medida que yo iba dejando que mi peso descansase en él. Un sudor frío comenzó a recorrerme, resbalando incluso por mis piernas, que apenas me respondían; parecían dos prolongaciones de gelatina a punto de deshacerse, dejándome aún más indefensa de lo que ya me sentía. Además, mi boca estaba tan reseca, que me habría resultado imposible gritar pidiendo ayuda.- Piensa... piensa... piensa... - Me repetí a mí misma, obligándome a racionalizar lo que estaba ocurriendo con el único fin de encontrar un modo de sobrevivir.Traté de calcular si sería capaz de llegar a la puerta principal y qué ocurriría si salía pidiendo ayuda al rellano. ¿Lo lograría? ¿Sería interceptada antes de que alguien me escuchase? Quizás podría lograr llegar hasta el móvil que tenía en el salón y encerrarme con él en algún sitio mientras esperaba auxilio. En cualquier caso, tenía que hacer algo. Mis cavilaciones fueron interrumpidas por unos pasos que se aproximaban. Eran lentos, cuidadosos, con una carencia de compasión que atenazó todos los huesos de mi cuerpo, oprimiéndolos contra la pared, como si pensasen que podrían atravesar aquel muro. Cerré los ojos. Era absurdo y lo sabía, pero estaban tan aterrorizada que todo mi ser buscaba, desesperado, un alivio. Al sentir que forcejeaba con la puerta de mi habitación que yo había tratado de atrancar torpemente con una silla, creí que iba a desmayarme. No hizo falta. Él me dio un golpe lo suficientemente fuerte como para hacerme perder el conocimiento. * * * * *Desperté envuelta en un extraño sopor, mareada y dolorida, mientras mi cabeza trataba de encajar las piezas de aquél maligno puzzle. Estaba atada, sentada en una silla en medio de mi sala de estar, pero aquel familiar entorno no me apaciguó en modo alguno. Traté de girar la cabeza para comprobar si estaba sola, pero con cada movimiento todo comenzaba a girar vertiginosamente a mi alrededor. Oí ruidos que parecían provenir de la cocina acompañados de un olor terriblemente desagradable y sentí nauseas. Incliné la cabeza, esperando vomitar y entonces vi la enorme mancha granate sobre mi estómago. Era sangre... ¿Mi propia sangre? Sí, era mía. Por muy aturdida que estuviese, aquel insoportable escozor ardía justo ahí, aunque la camiseta del pijama, ahora pegada por aquel fluido a mi cuerpo, no me permitiese ver la magnitud de la herida. Sentí pánico. No quería morir, pero quien quiera que me había hecho aquello me había atado, torturado y lo que era aún peor, no sabía lo que su mente enferma tenía reservado para mí. Los recuerdos de aquellos últimos meses, tan felices, vinieron a mi mente. Mi boda con Raúl, nuestra luna de miel en las Islas Griegas... ¿Cómo era posible pasar, en cuestión de horas, de la felicidad más absoluta a la desesperación más extrema? No era capaz de asimilar que aquello estuviese sucediendo realmente, mi mente se negaba a otorgarle un ápice de realidad a aquella macabra y espeluznante noche, pero mi cuerpo temblaba castigado por sus heridas, se retorcía presintiendo su agonizante final. Pensé en mi marido ¿Me encontraría él cuando regresase de Londres? O sería el olor corrompido de mi cuerpo en descomposición el que alertaría a los vecinos... No, no podía dejarme llevar por aquellos pensamientos. Me estaba rindiendo, abandonando a mi suerte en manos de un desequilibrado. Tenía que recuperar la esperanza. Quizás sólo quería robar mis pertenencias y me había atado para maniobrar con facilidad. Cogería lo que quisiese y después se marcharía. Sí, tenía que ser así. Respiré hondo y luché por recuperar mis fuerzas. Quizás pudiese librarme de mis ataduras, hacer ruido, lograr que alguien pudiese oírme o sospechar que algo sucedía en mi casa.¿Qué hora sería? Raúl siempre que se encontraba de viaje me llamaba al despertar, para darme los buenos días. Si no le respondía al teléfono, se alarmaría y mandaría alguien a casa para que comprobase que estaba bien. Pero no, aún era pronto. No podían haber dado ya las siete de la mañana, ni estábamos próximos a esa hora. A través de la breve rendija que dejaban las cortinas se adivinaba la oscuridad más absoluta; densa, negra, vacía... como la muerte que me envolvería en manos de aquel extraño.Un nuevo ruido en el pasillo me sobresaltó, entrecortando mi respiración por el pánico. Se acercaba, iba a hacerme daño, lo sabía. Escuché involuntariamente el chirriar de una cremallera... ¿Abriéndose, cerrándose? ¡Qué importaba!- Lucha, lucha, lucha... - Me dije.No quería morir. Tenía una vida maravillosa por delante, tantos planes, tantos proyectos.Antes de que Raúl se marchase habíamos decidido que yo me quedase embarazada. Lo habíamos hablado entre risas y esperanza, imaginando incluso el nombre que le pondríamos, al colegio al que le llevaríamos, si tendría su espléndida sonrisa o mis rasgados ojos verdes. Él hablaba de trasladarnos a una casa más grande, con jardín, para criar a nuestro futuro hijo, yo insistía en lo mucho que adoraba vivir en el centro. ¡Y eso nos pareció un problema digno de discutirlo a su vuelta! ¡Un problema... ! ¡Qué absurdo y qué locura me parecía ahora mismo que esa nimiedad lograse perturbar por unos segundos nuestra despedida!- Lucha, lucha... tienes que luchar... - Me repetí.Traté de recopilar información para ayudar a mi gastado y malogrado instinto de supervivencia y en un acopio de lucidez, rememoré las costumbres de la comunidad. ¿Qué vecino podría estar despierto a estas horas? ¿Cuándo llegaba el conserje? ¿Quién vivía justo debajo, podría alertarle si comenzaba a dar patadas en el suelo... o eso provocaría que mi secuestrador viniese y terminase lo que había empezado bruscamente, degollando mi cuello sin más contemplaciones?Otra vez aquel sonido desafinado de cremallera. Me estaba volviendo loca. Resonaba en mis oídos como si se hubiese alojado en mi tímpano y fuese mi propio cerebro el que se abría y cerraba sin parar. Tal vez estaba llevándose mis objetos de valor. Sí, era eso. Hacía acopio de mis pertenencias para largarse de mi casa. Era un simple ladrón. Se llevaría todo lo que pudiese y me dejaría allí hasta que alguien me encontrase. No tenía sentido que acabase conmigo. Ni siquiera le había visto la cara, sería incapaz de reconocerle. ¿Para qué iba a complicarse la vida con un asesinato?Era de vital importancia que mantuviese su anonimato, que se diese cuenta de que yo jamás podría identificarle. Sí, eso me salvaría, fingiría que estaba inconsciente.Nuevamente, aquel maldito ruido. Cerré mis ojos y dejé caer mi cabeza a un lado. Hiciese lo que hiciese, le demostraría que yo no estaba ahí, que no suponía ninguna amenaza para su libertad. Entró. Tenía que dominar mi pulso, mi respiración, aquel temblor de mi cuerpo... Daba igual. No abriría los ojos. No le daría un pretexto para matarme. Le sentí a escasos centímetros de mí. Pude olerle y... aquel aroma, me resultaba tan familiar... No, ni siquiera entornaría mis párpados. No dejaría que mi mente me jugase una mala pasada. Dolía, sentía la sangre caliente resbalando por mi brazo desnudo. ¿Qué me estaba haciendo?Una lágrima se desbordó, cayendo sinuosa por mi mejilla, advirtiéndome. Dolía, dolía tanto que la muerte me dejó de parecer tan terrible.
Regresó de nuevo a su escondrijo en la cocina. Volví a percibir ese tufo que llegaba hasta a mí pituitaria revolviéndome el estómago, provocando dolorosas arcadas inconclusas en él. ¿Aquél majadero estaba cocinando? ¿Qué clase de mente enferma se alimentaba mientras yo agonizaba?
Hice un reconocimiento de mi hombro recién herido y de pronto comprendí; era una verdad demasiado terrible, pero era la verdad; me comía. Poco a poco, tajada a tajada, iba a terminar conmigo llevándome a sus intestinos, masticando mi carne, digiriendo mi piel masacrada.Ya no quería vivir. Un aullido, tan inhumano como aquel hombre que trajinaba en mi cocina, salió de mis pulmones, desgarrando todo a su paso. Grité, grité y grité hasta que él vino dónde yo estaba. Sólo verle me hizo quedarme completamente muda, en silencio para siempre, con mi laringe cortada por el sufrimiento que sentí al ver su rostro.- ¡Cállate! - Me ordenó y mi vista recorrió aquellos labios que tantas veces me habían besado.En silencio grité su nombre, pero ninguna palabra podía articularse en mis labios.- Si te portas bien, te prometo que acabaré enseguida. - Me dijo mientras yo trataba de encontrar en sus ojos a mi marido. Pero no, el monstruo que blandía un cuchillo ante mí no podía ser Raúl. - Sé que todo esto te parece excesivo y créeme, no es mi intención hacerte sufrir más de la cuenta, pero si quiero apartar toda sospecha de mi, tengo que simular que has sido atacada por un perturbado...¿Un perturbado? Si mis labios no hubiesen estado henchidos de desesperación, le habría regalado un sibilina sonrisa. ¿No se daba cuenta de que ya lo era, que no había nada que aparentar?- No podía permitir que te dieses cuenta de que estaba arruinado y que el único motivo por el que me casé contigo fueron los bienes gananciales - continuó explicándose, tratando quizás de justificar de algún modo sus actos mientras yo me debatía con aquel odio que había empezado a invadir mi alma, apartando el miedo de un modo irracional. - Por cierto, querida... ¿Dónde demonios has guardado mi carpeta amarilla? Tenía importantes documentos ahí y no logro encontrarla...Una macabra carcajada se aposentó en mis entrañas, pero no fui capaz de emitirla. No podía creer que me preguntase aquello como si yo no me mantuviese atada a una silla, a punto de morir.- No te preocupes, ya la encontraré... - Mi expresión debía haber sido tan reveladora, que simplemente decidió que había llegado el momento de terminar.No sentí el cuchillo invadiendo repetidas veces mi carne. Imagino que mi cuerpo estaba tan hastiado de dolor, que ya nada podía causarle más. Oí como cerraba la puerta principal y supe que me había dejado allí, tirada en el suelo, libre de aquellas ataduras que al darme por muerta, consideró ya innecesarias, y se había marchado confiado y tranquilo, seguro de que su coartada sería perfecta. Me llamaría, claro, por la mañana, como siempre, para que cualquiera pudiese comprobarlo en su móvil. Luego alertaría a las autoridades de que su joven y recién estrenada esposa, no respondía al teléfono y él estaba profundamente preocupado. Le avisarían de mi muerte, y regresaría a casa desconsolado, posiblemente fingirían un ataque de desesperación cuando le mostrasen mi cadáver. Era un excelente actor, de eso estaba segura.Sentí mis extremidades abotargas, comenzando a perecer lentamente y supe que o lo hacía entonces, o ya jamás podría. Metí mis dedos en una de mis heridas y utilicé mi sangre para dejar un mensaje sobre el parqué. Mientras todo comenzaba a desaparecer a mi alrededor, no puede evitar sonreír satisfecha al leer Raúl, firmemente trazado con mi tinta de muerte.
