Tras haber leído las Vírgenes Suicidas de Eugénides me sentí obligada a llegar a lo más hondo de la angustia vital, a beber en las fuentes del dolor de vivir, de la incapacidad para la felicidad, de la resignación ante la asfixia mental, el ahogo. Y la respuesta fue Sylvia Plath y su Campana de cristal. Una novela en la que acompañamos a Plath en su bajada a los infiernos de la enfermedad mental. La autora, que acabó con su vida a los 30 años metiendo la cabeza en el horno, nos ofrece una cuasi biografía de la mano de su alter ego Esther. Una joven enferma que transita de la insania a la nada por el desfiladero del suicidio. Terrible novela que se lee con inquietud por su contenido y con placer por su forma, ya que es casi poesía, trágica poesía. Una novela en la que en ocasiones nos falta el aire y en otras nos quedamos atrapados en las palabras.
Temía quedar prisionera en esa campana, sin embargo observar este universo tortuoso de la enfermedad mental ha abierto en mi mente una ventana. Ojalá os pase lo mismo.