Me he resistido a escribir sobre «Añicos», la obra de Carlos Be que se representa actualmente en La Pensión de las Pulgas, donde he vuelto a verla (lo hice en su estreno en el Frinje, en Matadero). Quienes seguis este blog sabéis de sobra la razón; es el primer trabajo como director de mi sobrino Pablo, y no quiero que mi implicación personal nuble mis impresiones. Pero creo honestamente que detrás de esta puesta en escena hay mucho esfuerzo y mucho talento. Así que descubro mis cartas desde el principio: no busquéis objetividad en mi juicio, pero sí total honradez. Todo lo que escribo lo pienso.
«Añicos» es un texto demoledor, angustioso, que cuenta una historia situada en un entorno familiar destrozado por un terrible suceso, Ese ambiente opresivo se vislumbra desde los primeros segundos de la función, con Raquel Pérez (la madre) entrando en la sala con el rostro devastado y su andar cansino, arrastrando los pies. Esta actitud contagia el tono de toda la función (un principio para mí demasiado sombrío).
Carlos Be es un autor que se refugia con frecuencia en los rincones más oscuros del alma humana, es un autor punzante, de escritura dolorosa pero clara y palpitante. «Añicos» tiene verdad, tanto en sus diálogos como en sus personajes, cuatro vidas marcadas por un solo hombre y tres de ellos envueltos en una pena abisal.
Le ayuda el trabajo intenso y generoso de los cuatro actores: David González, Carlos López, Sara Moraleda y Raquel Pérez, que contribuyen a convertir el salón de La pensión de las pulgas en un hogar asfixiante donde sus voces son un grito sordo en busca de auxilio.
De la dirección no debo ni puedo hablar. Solo diré que es la primera vez que Pablo Martínez Bravo asume una responsabilidad así, que me siento muy orgulloso de él y que puede encarar el futuro con la frente muy alta.