Revista Música
Una bocanada de temor se cuela entre las calles
De la ciudad de las luces parpadeantes.
Allí vestido con andrajos me lo encuentro, en la humedad
Acolchonada del pasaje.
Amablemente le invito una tasa de manzanillas
En mi arrendada casa.
Mientras el vapor de la tasa trota hasta el techo,
Y las tostadas se recuestan en un plato somnoliento.
Hablamos del mundo, su figura impotente hila una que otra
Incoherente palabra de un planificado pasar.
Inconsistentemente amargos sus ojos hundidos,
Expresan tanto como nada.
No se le pueden leer lo labios
Ni el verdoso de su borrosa silueta.
Cruza la línea de fuego, como un dios
Del submundo, me condena como el perro
Negro que soy, todo eso mientras la charla
Hostil navega por los suburbios difusos de la tarde.
Esboza una sonrisa sutil
Pero apuñalante, fingiendo fragilidad
Sus piernas de cartón ocultan un misterio inarrancable
Como un viejo Blues de mil capas
Que ejecuta los tonos de homicidio
Macilento desgarbado, cada vez te veo menos claro
un escudo de bostezos fétidos
Se declara la guerra sobre el mantel y entremedio
De abyectos insultos se retracta el coraje, y termino
Boca arriba, mirando el techo muerto de miedo.
¿Quién es este viejo, que arranque del camino?
¿Es el pánico de la línea de tiempo ¿?
Es la suma de las omisiones.
Los colmillos amarillentos mastican un pedazo de
Mi costilla, para luego correr con le bastón lagrimeante
En un escape rengo, el muy canalla se lleva mis llaves.
Esa la de cristal, las que sirven para esa puerta escondida.
De seguro volverá cuando quiera.
Esclavizado entonces, en la alternancia de la vigilia
Y el intentar un respiro en las brumas, reposare.
Vuelvo a la calle y sigue hincado donde mismo
Quien sabe a que despeinado transeúnte embauque
Bajo la oscuridad de Plutón, se internara desde el
Punto medio del cerebro, para alojarse allí
Hasta llegar a la punta de la soga.
Un simple juego de ahorcados.