Revista Religión
Hoy 7 de Noviembre, vísperas de la Fiesta del Patrocinio de Nuestra Señora, hace 265 años, expiraba el Venerable Padre fray Isidoro de Sevilla, quien tuvo la celestial inspiración de invocar y representar a la Santísima Virgen María con traje y título de Pastora, el 24 de junio de 1703, y que desde entonces dedicó toda su vida a difundir la nueva advocación mariana por todos los rincones, fundando numerosas hermandades o rebaños. A la Divina Pastora dedicó su vida, sermones, oraciones y ejercicios piadosos, y sus dos obras más conocidas, titulas “la Pastora coronada” y “la mejor Pastora Asumpta”.
El incasable apóstol de la Divina Pastora murió con fama de santidad, fue conocido en vida por sus heroicas virtudes, su gran humildad y sus brillantes sermones, recorrió pueblos y ciudades sembrando la devoción Pastoreña y así el 8 de Septiembre de 1703, presentó al mundo la nueva devoción y días después dejó fundada en Sevilla la hermandad primitiva, establecida en San Gil y posteriormente en Santa Marina, años después en Carmona, en Utrera, en Jerez de la Frontera… y hacía 1720 en Cantillana, donde sus parientes, los Vicentelo de Leca, fueron mecenas en la introducción del culto erigiéndose una congregación rosariana en honor de la Divina Pastora y venerándose desde entonces en el Templo Parroquial la singular imagen que hoy en día es el principal referente devocional de Cantillana.
En Cádiz dedicó la primera capilla del Mundo a la Divina Pastora, fundando una de las hermandades pastoreñas más importantes, como también fundó en Ronda, en Dos Hermanas, en Almadén de la Plata y otros lugares. Su profunda devoción mariana le llevo a desear entregar el alma al Señor, en la fiesta del Patrocinio, y así, profetizando su propia muerte, en la tarde del 7 de noviembre de 1750, mientras los religiosos cantaban las vísperas del Patrocinio, falleció el Padre Isidoro. Alegre y sonriente, sus últimas palabras fueron: “¡Padre Dios!¡Pastora mía!”.
Trece horas después de su muerte, el cadáver se conservaba flexible, a pesar de la copiosa lluvia que caía, el pueblo de Sevilla no dejaba de ir en avalanchas para honrar los restos del venerable padre, y llevarse alguna reliquia. Después de repartirse las flores que adornaban el ataúd fue preciso quitarle el habito y hecho pedacitos se distribuyeron para “sosegar el tumulto” de los fieles, quienes a porfía solicitaban un recuerdo del difunto al cual creían ser un santo. Temerosa la comunidad de que sobreviniese algún disturbio por exceso de la piedad de los visitantes, acordaron inhumar el cadáver precipitadamente y casi en privado. Tanto fue así, que ni siquiera la primitiva Hermandad de Santa Marina pudo asistir al piadoso acto.
Al año siguiente, la primitiva Hermandad de la Divina Pastora de Santa Marina le dedico solemnes honras mortuorias que revistieron la pompa y solemnidad que tan venerable Padre merecia, en la oración fúnebre que duró dos horas, el Padre Miguel de Zalamea dijo:
“Tenía hecho un pacto con la Divina Pastora, que me lo dijo a mi más de dos veces y era este: Que la Divina Pastora le había de conceder el tener la gloria de extender por el mundo su culto y devoción, y que el había de tolerar por la Pastora cuantos trabajos y persecuciones le viniera por establecer su devoción y culto. Este fue el pacto, al que vieron que no falto ni la Pastora, ni nuestro venerable. No faltó la Pastora, porque la experiencia nos dice que ya en todo el Mundo está por Pastora de las Almas adorada y conocida. No faltó nuestro venerable, porque sabemos lo mucho que padeció en la extensión de este importantísimo obsequio a su Querida. Y por esta razón, cuando se levantaba alguna tempestad de persecución y contradición, solia decir: Señora, acuérdate del pacto que hemos hecho. Y como yo consiga el que tenga adoraciones, el que te amen y el que te quieran, vengan y lluevan sobre mí, trabajos y más, que todo el infierno se conjure contra mí. Así fue porque padeció tanto como dejamos dicho y más pudieran decir, y mucho más que decir no puedo”.
El Padre Isidoro murió con fama de santidad, estaba llamado a la gloria de los altares, la dejadez de aquellos encargados de iniciar el proceso y la perdida de sus restos hicieron que fray Isidoro, gloria de la Iglesia de Sevilla y gran apóstol de la Pastora Divina hasta el día de hoy no haya alcanzado el honor de la Canonización.
Fray Antonio de Alcalá escribió a su muerte: “Insignísimo clarín de los marianos, elogios con cuyos ecos exalto la sacratísima devoción de María Santísima nuestra señora, siendo el primero que, en esa mariana ciudad, levantó el pendón para proclamar sus alabanzas por las calles, celebérrimo institutor del ternísimo, dulcísimo y peregrino título de María Santísima, piadosísima Pastora de las Almas, en cuyo culto y en su extensión por todas partes trabajó inmensísimamente, ya en el pulpito, ya en el libro intitulado la mejor Pastora asunta, ya con novenas devotas, ya con ofrecimientos y canciones fervorosas para alabarla por las calles. Erigió hermosas capillas con fervorosas congregaciones, exornándola con edificantes constituciones con aprobación apostólica, instituyendo, innumerables rosarios que continuamente dan loores a la Pastora Divina. Varón verdaderamente todo de María, y todos sus objetos se dirigirán a cultos y obsequios suyos, experimentando innumerables prodigios de conversiones de almas atraídas a la dulce tierna moción de sus marianas voces. Logró en sus días ver extendido título tan peregrino por todas las Españas, y en las Indias, establecidas misiones bajo los soberanos auspicios de su adorada Pastora”.
El mejor estudio sobre los escritos de fray Isidoro se ha llevado a cabo recientemente, gracias al Padre Álvaro Román Villalón, viendo la luz en un voluminoso libro, imprescindible para conocer la devoción de la Divina Pastora.
Hoy vísperas de la Fiesta del Patrocinio de María Santísima, queremos recordar la figura del promotor de la devoción Pastoreña y pedimos a todos nuestros seguidores y asiduos lectores, una oración por su eterno descanso.