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Tal día
como hoy de 1522, la muy noble ciudad de Toledo se rindió a las tropas del
emperador Carlos V. Era la recta final de la Guerra de las Comunidades.
Había
un malestar entre los castellanos y los aragoneses por el advenimiento al trono
de Carlos I, en realidad un extranjero nacido en Gante que no hablaba
castellano y que se rodeaba de un séquito de gente forastera, una pléyade de
consejeros que solo veían el territorio español como una fuente para aumentar
sus ingresos. El rey era un advenedizo. Muchos castellanos seguían considerando
como su legítima reina a doña Juana, apartada del poder por su propio hijo y
por sus problemas de salud mental. Por otro lado, pretendían una mayor
participación de los castellanos en la vida política a través de las Cortes y
los municipios. Tanto las Germanías en Aragón como las Comunidades en Castilla
venían a ser movimientos reivindicativos de las clases medias o burguesas,
artesanos, comerciantes, hidalgos, con un fuerte respaldo popular… frente al
absolutismo del rey y al poder de la nobleza.
Lo que
empezó siendo un movimiento urbano antiflamenco de clase media derivó en
revuelta popular antiseñorial que se radicalizó en el entorno rural,
lo que asustó a la aristocracia y contribuyó a la participación determinante de
ésta en la resolución final del conflicto.
En la
rebelión no faltaban cardadores, zapateros, tundidores, pellejeros, sastres,
boneteros, pelaires, cordoneros, latoneros, carpinteros, sombrereros, barberos,
caleros, labradores, cabestreros, herreros, ganapanes y tenderos. Gente modesta
que daba a la revuelta un tinte social.
Ya
sabemos cómo acabó todo: derrota de los comuneros, ejecución de sus principales cabecillas,
Padilla, Bravo y Maldonado.
La
partida la ganaron el monarca y la nobleza.
En El
Quijote hay una alusión al conflicto, cuando el caballero dice a Sancho tras
proclamarse éste gobernador de la Ínsula Barataria:
"Te han de quitar el gobierno
tus vasallos o ha de haber entre ellos Comunidades".
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