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La historia de Ann Druyan y Carl Sagan muestra, literalmente, que el amor no conoce fronteras. Si hay una historia romántica que ha roto todos los límites conocidos por el ser humano y algunos que nos quedan por conocer, es la suya. Recientemente los podcast de Radiolab han recuperado una pequeña entrevista que realizaron a la viuda del gran divulgador de la astronomía, creador de la serie «Cosmos» y autor de la novela «Contact» en la que se basó la película de Robert Zemeckis.
En esa entrevista, la también escritora y guionista de «Cosmos» relata cómo pudo ser que su amor se metiera como un polizón en el Disco Dorado que fue enviado en las naves «Voyager» con saludos, imágenes y músicas de la tierra.
A bordo de las dos sondas que ya han salido del sistema solar, el contenido del disco es un mensaje en una botella arrojada al cosmos con el fin de que en algún lugar del universo, en algún tiempo futuro, una especie inteligente pueda descodificar su contenido y saber de nosotros.
Música china
Fue en el primer día de junio de 1977, mientras estaban realizando la compilación de músicas para grabar en el Disco Dorado, cuando Ann Druyan localizó a un compositor de la Columbia University que le recomendó una pieza de hace 2.500 años titulada «Corrientes que fluyen». «Estaba muy contenta por haberla encontrado». Durante los meses anteriores Carl Sagan y ella habían mantenido una intensa amistad sin siquiera una sospecha de dar un paso más allá de su relacíón profesional, pero con una complicidad creciente en el proyecto que llevaban a cabo: codificar el mensaje de la botella cósmica que sería el disco.
Los discos de las naves Voyager – NASA
Debates sobre qué contenidos seleccionar y cuáles descartar habían alimentado una mutua admiración. Por eso, el día en el que por fin «encontramos una pieza china antigua que pudieramos añadir sin que nos hiciera sentir como idiotas», Druyan se quiso compartir con Carl la buena noticia. Él estaba de viaje, para dar una charla en Tucson y ella telefoneó al hotel, del que se había ausentado el científico, y decidió dejarle un recado escueto. «Annie te llamó». Ese mensaje sería la mecha de un amor que hoy avanza a 21.000 y 18.000 millones de kilómetros de la Tierra, a bordo, respectivamente, de la Voyager 1 y la Voyager 2.
Al teléfono
Carl llegó al hotel y recibió el mensaje. Su llamada desató la magia. «Habíamos pasado mucho tiempo juntos, trabajando en el proyecto durante tres años, pero jamás, ninguno de los dos, había dicho nada al otro que no fuera perfectamente profesional, a pesar de haber compartido muchas conversaciones apasionantes».
El teléfono sonó en la mesa de Ann Druyan. «Escuché su maravillosa voz, y me dijo que acababa de llegar al hotel y había recibido el mensaje de “Annie te ha llamado” y que no pudo evitar pensar: ¿Por qué no me dejaste un mensaje como este hace diez años?», continúa la escritora.
Despegue de la Voyager – NASA
«Mi corazón empezó a latir. Y respondí: ¿Por siempre? [la expresión inglesa es for keeps?]. Entonces él volvió a preguntar: ¿Te refieres a casarnos? Y yo dije: ¡Sí…!», recuerda la viuda del autor de Cosmos, emocionada.
«Nunca nos habíamos besado, jamás habíamos tenido una conversación personal antes de ese momento. Ambos colgamos el teléfono y lo único que yo pude hacer fue gritar con todas mis fuerzas, de felicidad, como si hubiera logrado un gran descubrimiento científico, un momento de ¡eureka!” Y entonces el teléfono volvió a sonar…»
No es difícil imaginar la emoción de ese momento escuchando la dulce voz de Ann Druyan recordarlo. «Oh, mierda [se ríe]. Descolgué y era otra vez Carl, que llamaba para decirme: “Solo para estar seguro, ¿esto acaba de ocurrir de verdad, nos vamos a casar…?”»
«La nave despegó el 20 de agosto, y nosotros comunicamos a nuestros amigos y familiares el 22 que estaríamos juntos desde entonces, como estuvimos hasta su muerte en diciembre de 1996», termina el relato la escritora y productora de «Contact».
Meditación sobre la maravilla del amor
Añade Druyan que «mis recuerdos, todo lo relativo al Voyager está empapado de los sentimientos que tenía en ese momento. De hecho habíamos decidido que el Disco Dorado incluiría una grabación de mis latidos y mis ondas cerebrales. Y mi meditación durante la grabación era esa, le había dicho a Carl que si éramos capaces de convertir los impulsos de mi sistema nervioso en sonido, para ponerlos en el surco, de modo que una inteligencia extraterrestre pudiera volver a convertir todos aquellos datos, un día futuro, en pensamientos… Estábamos en un día primaveral en Nueva York, y Carl dijo: “Mil millones de años es mucho tiempo, ¿sabes?, pero ¿quién sabe lo que será posible en mil millones de años?”».
Lo que resulta hermoso es la confesión que Druyan hace a renglón seguido: «Todos aquellos sonidos de mi corazón y las ondas de mis pensamientos se grabaron en el hospital de Nueva York aquel junio. Fue tan solo dos días después de las llamadas en las que Carl y yo nos declaramos mutuamente nuestro amor. Por eso a veces pienso que dentro de mil millones de años alguien escucha esa grabación. Y no puedo evitar recordar que durante la grabación de mis ondas alfa yo estaba absorta en aquella meditación sobre la maravilla que es el amor, y estar enamorada. Eso es lo que despegó en las dos naves Voyager. Y cuando estoy triste me animo pensando que todavía están viajando: a 35.000 millas por hora, abandonando nuestro sistema solar, encaminándose al inmenso espacio abierto interestelar».
A pesar de que las estrellas han sido guardianas de nuestros sueños y nuestros anhelos como especie, ninguna historia de amor ha alcanzado antes una distancia semejante desde que los homo sapiens caminan sobre la Tierra. Ninguna supera a estos dos científicos que han logrado, además poner sus nombres en dos cuerpos astrales: Ann en un asteroide (el 4970) que fue descubierto en 1988 y Carl en el asteroide 2709. Además, el lugar de aterrizaje de la nave no tripulada Mars Pathfinder fue rebautizado como Carl Sagan Memorial Station el 5 de julio de 1997.
No podemos dejar de recordar que la historia de amor, única y casual entre ambos científicos, que no eran creyentes, tuvo siempre un sabor finito para ambos. Carl Sagan lo expresó bien en la dedicatoria que puso en el inicio del libro de la serie «Cosmos»:
«En la vastedad del espacio y en la inmensidad del tiempo mi alegría es compartir un planeta y una época con Annie».
Fuente: ABC Es
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