La llama del teatro sigue iluminando con intensidad el año cinematográfico. Ahora le toca a un clásico inmortal verse en el centro de la escena, en este caso, de un maravilloso teatro a la italiana con su foso, telar, pasillos, montacargas, bambalinas y, por supuesto, un telón de seda roja como las pasiones que se representan y, sobre todo, se viven en él. El que lo ha probado repite, por algo será.No me acuerdo quién decía que de joven se lee Fiódor Dostoyevski y más tarde se pasa a León Tolstói (considerado por Nabokov como el más importante novelista ruso). En pleno siglo XIX donde todos los escritores se cascaban, como mínimo, 60 páginas de descripciones antes de soltar el primer diálogo, Tolstói, más innovador y arriesgado que todos juntos, no duda en comenzar alguna de sus obras a saco, en plena conversación de dos personajes que el lector desconoce en absoluto (de hecho, una de las estratégicas recurrentes del cine invisible, tan mal utilizada en general).Por ello la opción estética del director de la exquisita, Expiación, más allá de la pasión (2007), Joe Wright, de situar la acción de Anna Karenina en un teatro, en lugar de aumentar el carácter barroco de una sociedad en plena transformación, hace resaltar sus contradicciones y tensiones en un espacio en que todos y todo se mezcla y en que cada uno tendrá que encontrar su lugar. Cada década tiene su Anna Karenina, si bien nadie puede olvidar las dos más importantes: Greta Garbo dirigida por Clarence Brown en 1935, sufriendo como nadie, y Vivien Leigh de la mano de Julien Duvivier en 1948, jurando que nunca volverá a conocer un amor como el del hijo de la condesa Vronsky.La Anna de la segunda década del siglo XXI es más redes sociales, casquivana, imprevisible y hedonista, encarnada en Keira Knightley, actriz que acompaña al director por tercera vez, brillantísima cuando disfruta pero que no llega a la altura de sus predecesoras cuando sufre. En cuanto a su objeto de deseo, el coronel Vronsky, uno de los peores errores de casting de la historia del cine, es tan plasticoso que da repelús, pero añade un toque surrealista a la intriga conocida de antemano por todos. Pese a ello la película no se resiente y el trabajo del dramaturgo Tom Stoppard (Oscar por Shakespeare in Love en 1998) sobre la novela de León Tolstói es admirable. Reducir las múltiples intrigas, simplificar y cortar no es fácil cuando todo posee tal calidad. Anna Karenina ha pasado a la historia como el mejor y más admirable estudio sobre la pasión, sin darnos cuenta de que el genio de Tolstói juega con sus lectores hasta el último minuto.En realidad sobre 800 páginas, solamente una, muestra el encuentro pasional de los dos protagonistas y, además, se presenta como un crimen (“ella se sentía tan culpable y criminal que sólo le faltaba solicitad clemencia… en cuanto a él, se sentía parecido a un asesino delante del cuerpo inerte de su víctima”). Guau, tanta pasión para esto…Más sorpresas de la película: la espléndida Alicia Vikander que crea una Kitty cándida y poderosa, al mismo tiempo; un vestuario de Jacqueline Durran que corta el aliento, mezcla de indumentaria rusa siglo XIX influenciada por la moda francesa de los años 50; y lo mejor (extremadamente polémico), la escena del baile. Cuántos salones de baile habremos visto en el cine, se podía retratar toda su historia a través de ellos. En esta ocasión son otros dos genios, el coreógrafo Sidi Larbi Cherkaoui y el compositor Dario Marianelli, quienes se encargan de materializar una danza, mírame y no te toques, o mejor sí, te rozo, me dejas, te miro, la buscas, me ignoras, te deseo…
En resumen, los espectadores infelices son todos parecidos, los felices ven en la gran pantalla el cine invisible.