Llega a España «Un autorretrato en cartas», la correspondencia completa de la gran poeta estadounidense. Se reúne en este volumen una amplia selección de las cartas que Anne Sexton escribió y de las que guardaba copia en papel carbón. Organizadas cronológicamente en seis capítulos enmarcados entre un prólogo y un epílogo, con abundantes ilustraciones fotográficas, cada una de las secciones va introducida por un poema alusivo a la época de las cartas y por un pormenorizado estudio biográfico que contextualiza las circunstancias en las que Anne Sexton escribió su abundante corespondencia.
Anne Sexton (1928-1974) nombró a su hija Linda su albacea literaria el día que ésta cumplió veintiún años. A los pocos meses, la poeta estadounidense se quitó la vida. La muerte cogió a todos por sorpresa, salvo a ella, que llevaba años luchando contra la terrible pulsión del suicidio. Hasta que ya no pudo más, y se rindió. O descansó. Nunca se sabe. El caso es que, pasado el tiempo del luto oficial (el otro nunca se pasa), la editorial Houghton Mifflin se puso en contacto con Linda; querían publicar un libro con las cartas de su madre, cuyas cenizas aún reposaban, latentes, sobre el armario de su padre. Pese al dolor y la ausencia, Linda se lanzó a ello «sin dudarlo» y «Anne Sexton: Un autorretrato en cartas» vio la luz en 1977, aunque la obra ha permanecido inédita en España hasta ahora, que Linteo acaba de publicarla, en una hermosa edición.
Como bien describe Linda en el prefacio, se trata de un «mapa del tesoro» de la vida de la poeta;en cada carta se percibe el espíritu de su ingenio, su talento, su humor… pero también su enorme sufrimiento. Organizada en un prólogo y seis capítulos cronológicos («Joven», «El oficio de las palabras», «Todos sus seres queridos», «Algunas cartas extrañas», «Huye en tu asno», «Transformaciones» y «Arrancando las estrellas»), la obra es una incursión en los recovecos más oscuros del alma de Sexton, tantas veces expuesta a través de sus poemas. En cada misiva, la vida misma, finalmente segada: su infancia (y la de sus hijas), su relación con su madre (y su incapacidad para ejercer como tal ella misma), sus infidelidades, sus arrebatos de odio y amor, de euforia (cuando estaba de buen humor, bailaba de habitación en habitación al son de Ella Fitzgerald) y tristeza, su poesía, su inmadurez… su enfermedad.
No es extraño que tras el proceso de selección, a través de más de 50.000 trozos de papel, Linda sintiera «una soledad y un dolor que escapan a cualquier explicación». Es la muerte, presente en carne viva, en largas misivas, que Sexton redactaba cada día a amigos, familiares, poetas, admiradores y amantes. De todas conservaba, siempre, una copia en papel carbón. Y es que, como escribe a Dennis Farrell en marzo de 1963, «no hay muros en una carta, no hay pretensiones -las palabras pueden salir volando desde tu corazón (a través de los dedos) y nadie necesita vivir a la altura de sus expectativas realmente». El «Hermano» Farrell fue frecuente destinatario de las parrafadas de Sexton, muchas veces construidas como dolorosos soliloquios. Pero también Robert Lowell, George Starbuck, Maxine Kumin, Elizabeth Bishop, Sylvia Plath, Ted Hughes, Louis Simpson o Kurt Vonnegut.
«Mi madre se está muriendo de cáncer. Mi madre dice que yo le provoqué el cáncer (como si la muerte fuera contagiosa -la muerte, en este caso, sería mi intento de suicidio del 9 de noviembre de 1956)», confiesa al poeta William Snodgrass en octubre del 58. En esa misma carta reconoce, pese a todo, que la poesía le ha «salvado la vida», aunque sigue oyendo voces, reconoce no estar «del todo cuerda» y comienza su largo peregrinar por hospitales psiquiátricos. Ya huérfana de padre y madre y siendo una poeta, por fin, de renombre, reconoce estar pasando «una época terrible» y duda que pueda «escribir tanto como hasta ahora». Es consciente de que envejece «rápidamente» y le aterra llegar a verse como «una señora mayor, pálida y arrugada que necesite un bastón para caminar».
El grado de intimidad se multiplica en las cartas que dirige a Anne Wilder (en esta edición aparece como Anne Clarke, para respetar su intimidad), quien empezó siendo su psiquiatra y con la que terminó teniendo una relación platónica y erótica. «Anne, me siento tan sola. Pienso, entre tú y yo, que estoy medio tan bien y medio tan enferma… y no quiero que la parte enferma gane… perder todo el control… pero… pero… sola…», escribe a su «adorada Anne» en 1964. Pocos días después, vuelve a ellas (a Anne, y a la muerte):
«Cuando la muerte te agarra y te trata como un trapo, es un hombre. Pero cuando te suicidas es una mujer. Y de aquí hasta su descubrimiento de que 1. en realidad yo no creo que los muertos estén muertos 2. que definitivamente no pienso que vaya a morir a pesar de que esté muerta 3. que los suicidas van a un lugar especial… se duermen, por ejemplo. 4. ¡¡¡que el suicidio es una forma de masturbación!!!». despide de su hija: «Entrégate a los que amas. Háblale a mis poemas y háblale a tu corazón -yo estoy en ambos: si me necesitas»
Un año después le habla a Lois Ames de Sylvia Plath: «Me escribió algunas veces desde Inglaterra… pero siempre sobre su vida. Sobre su muerte guardó silencio. Maldita sea. Pero bueno, quizá -o quizás no- fuera asunto suyo. Todo el mundo va por ahí condenándola por eso y yo digo: ¡Era derecho suyo!… Pero es verdad que deja a los amigos desolados».
El 4 de octubre de 1974, Anne Sexton comió con Maxine Kumin y estuvo corrigiendo las galeradas de «El horrible remar hacia Dios». Al volver a casa, se suicidó. Cinco años antes, ya se había despedido de su hija, en una carta redactada en un vuelo hacia San Louis:
«La vida no es fácil. Es terriblemente solitaria. Yo lo sé. Ahora tú también lo sabes (…). Sé tu misma. Entrégate a los que amas. Háblale a mis poemas y háblale a tu corazón -yo estoy en ambos: si me necesitas».
Fuente original: Anne Sexton, en sus palabras, por Inés Martín Rodrigo(imartinrodrigo). ABC.es – 08/12/2015.
[A W.D. Snodgrass]
[Clearwater Road 40]
el día después de Acción de Gracias
[28 de noviembre de 1958]
Querida pasionaria tierna:
Justo estaba mirando por la ventana hacia el camión que nos entregaba dos botellas de whisky y estaba, sí, nevando. Soy joven. Cada año, con la primera nevada, soy más joven. Cuando la veo, de pronto, en el aire, pequeña y blanca y en movimiento; entonces me enamoro de nuevo y soy muy joven y me lo creo todo. Jesús está en su pesebre y Santa Claus en el Cielo. Soy una chica buena y el mozo nos trajo dos botellas porque mi madre es rica y las encargó ella. Se está quedando con nosotros porque mi padre está enfermo. Está en el hospital por un ictus. Mi madre me repite una y otra vez que pronto seré rica porque ellos estarán muertos (en su avaricia le encanta anunciarlo) y yo la escucho y pienso en un poema que podrías escribir tú sobre mi madre… ella es como una estrella… todo DEBE girar a su alrededor.
Y escribo con prisas porque está nevando y porque esta mañana he recibido una carta tuya y porque preferiría escribirte ahora mismo antes que acostarme con el mismísimo Apolo o incluso salir a medir la nieve sobre la entrada. Te escribo porque entiendes mis cartas y no te las tomas DEMASIADO en serio ni demasiado a la ligera. Y porque, con todo, te quiero y eres, por lo demás, mi mejor dios.
¿Lo hice? ¿¡Por qué me olvido de todo?! ¿Te envié una copia completa de mi poema “La doble imagen” el otro día? Se lo envié a alguien que me importaba. ¿Pero fue a ti? ¿¿¿Quién más podría haber que me importara -que me importara que lo leyera??? Creo que sí lo hice. Si te lo envié – léelo. Si no – házmelo saber.
También recibí una bonita carta de Jim McConk en la que aceptaba dos poemas paraEpoch (ya iba siendo hora). En ella decía cosas muy bonitas sobre mi obra y me preguntaba cuándo salía mi libro (no me lo creí pero la frase quedaba muy bien por escrito) y tal y cual. Esa dulce poetisa de Rochester se quedó con dos poemas paraVoices (no sé por qué los envié allí – pero lo hice – uno de ellos era nuevo: “Combinaciones obsesivas de escapismo interno ontológico, engaños y amor”… ¿Por qué desvarío? Ahora ya sé por qué te estoy contestando con tanta celeridad. Tengo una pregunta –
¿Cómo hago para pedir una beca Yaddo? ¿Sería suficiente una recomendación de John Holmes? ¿A quién más podría encontrar? ¿Ayudaría una carta de Normal Miller (él cree que me descubrió)? O Hollis Summers [un novelista del curso de verano de Antioch] (me escribe cartas) – quizá pueda ir. Creo que lo mejor es ver si me cogen – ¿crees que, quizá, sería mejor esperar un año teniendo en cuenta que soy una escritora tan “nueva”?…
John Holmes va a celebrar una pequeña fiesta para John C. Ransom el próximo miércoles por la noche y me ha invitado, así que quizá me encuentre con alguien que decidirá descubrirme. Estaré atenta por si me encuentro con algún famoso que me pueda recomendar…
¿Pero cómo hay que hacerlo, querido vigilante nocturno? El futuro es mío. Estoy intentando manejar mi propio timón. Remo en mi barca con remos hechos de mondadientes… gracias por citar mi carta… Algún día te escribiré docenas. Dudo que pueda usar esa imagen en un poema (pero descuida, hay mucho más de donde sacar). Soy una romántica y no me faltan ganas de seguir buscando todo ese tipo de cosas.
Dime lo que puedas sobre Yaddov –
tuya, Anne
Fuente: La Tribu de Frida.
_________
Algún día en alguna parte también en:
Facebook | Twitter | Google+ | Tumblr | Flipboard | Pinterest | Instagram | YouTube | iVoox | iTunes | RSS | Fragmentos para olvidar
Archivado en: Libros