La derecha obtuvo mayoría de votos en las últimas elecciones autonómicas andaluzas, bajo el timón de Javier Arenas, pero no consiguió gobernar. No alcanzó, por muy poco, la mayoría absoluta. El Partido Popular fue víctima del sistema electoral y de su propia voluntad ideológica: el bipartidismo y ser el único referente para toda la derecha, desde la ultra hasta el centro-derecha. Así que, tras el reparto de escaños establecido por la Ley D´Hondt (50 escaños) y sin nadie con quien negociar acuerdos, los conservadores no pudieron hacer otra cosa que acomodarse en la oposición y lamentarse de haber vendido la piel del oso antes de cazarlo. La frustración fue dolorosa y humillante, hasta el extremo de que Arenas, eterno candidato a la Presidencia de la Junta de Andalucía, optó por tirar la toalla y retirarse a los cuarteles de invierno del Partido en Madrid. Cuatro oportunidades había tenido para lograr sus propósitos y cuatro derrotas había cosechado en su propia tierra. La última de ellas, incomprensible porque en teoría reunía todas las posibilidades a su favor, fue la más grave: el PSOE estaba acorralado por los escándalos de corrupción, la crisis económica hacía mella en los partidos gobernantes, obligados a tomar medidas impopulares, y el PP arrasaba en el resto del país. El triunfo, por tanto, estaba cantado. Eso es lo que creía Javier Arenas y su equipo. Pero se confiaron y tropezaron con los escaños y la soledad de su discurso.
El PP ha procurado siempre aglutinar, en Andalucía y resto de España, todo el pensamiento conservador y de hecho ha trabajado para representar en exclusiva a la derecha política. Eso es un hecho que por un lado le beneficia, al recibir todo el voto que en un primer momento se repartía entre liberales (UL), demócratas cristianos (PDP) y centristas (UCD), rápidamente fagocitados por una Alianza Popular (AP) que se transformaría en el actual PP, pero que por otro le perjudica al representar los intereses de una clase social, en la que se integran terratenientes, caciques y una alta burguesía, que causa repudio entre los trabajadores y en áreas rurales. Combatir esa imagen sin dejar de monopolizar el voto de derechas es lo que marca la evolución en escaños del Partido Popular, hasta casi rozar la mayoría absoluta en la última legislatura.
El sistema de partidos en Andalucía muestra un claro bipartidismo, lo que en principio le favorece, aunque hasta la fecha sólo haya permitido gobiernos socialistas. Ese sistema presenta dos grandes etapas: Una primera, de 1982 a1990, con claro predominio del PSOE, que conseguía amplias mayorías absolutas, salvo excepciones; y una segunda etapa, de 1994 hasta la actualidad, en que dos grandes partidos concentran la mayoría del voto, sin mayorías absolutas, y también con excepciones. Es en esta segunda etapa cuando el PP empieza a incrementar su representación parlamentaria en paralelo a la pérdida de confianza de los ciudadanos en el PSOE. A partir de las elecciones de 1994, el PP experimenta un salto cualitativo que le hace duplicar prácticamente su número de escaños. No fue fácil convertirse en alternativa de gobierno y para ello tuvo que cambiar de cartel electoral casi en cada legislatura. En las nueve elecciones autonómicas celebradas en Andalucía, el PP ha presentado hasta cinco candidatos distintos: Antonio Hernández Mancha, Gabino Puche, Javier Arenas (en cuatro ocasiones), Teófila Martínez y, ahora, Juan Manuel Moreno. Este último, casi un recién llegado, es el que disputa la presidencia de la Junta de Andalucía a la actual gobernante socialista, Susana Díaz. Pero lo tiene difícil.
Para empezar, el PP encara estas elecciones desde los cimientos de su actual mayoría parlamentaria -55 escaños- que debe, cuanto menos, revalidar. Todo lo que no sea repetir resultados será considerado como derrota, aunque luego se edulcore y matice con todas las justificaciones que se quiera. Si ni siquiera Javier Arenas, conocido hasta en el último rincón de Andalucía, pudo arrebatar el Gobierno a los socialistas empleando cuantas “artes” tenía a au alcance, el actual “rostro” de los Populares poco podrá hacer como no sea el empeño de intentarlo con la “devoción” con que lo hace. Está obligado a responder a la confianza depositada en él por quien lo señala con el dedo.
Juan Manuel Moreno es tan desconocido que ha servido para hacer una encuesta humorística en El Intermedio, un programa televisivo nada afín a los populares, con una persona que se hacía pasar por él en Córdoba. Le hicieron un favor, pues muchos cordobeses ya saben quién es el candidato del PP en estas elecciones. Y es que no le han dado tiempo para darse a conocer. Hace sólo un año que fue impuesto por Mariano Rajoy en la presidencia del partido en Andalucía en contra del criterio de la Secretaria General, Dolores de Cospedal, y de Juan Ignacio Zoido, presidente “interino” del PP andaluz, quienes habían elegido a José Luis Sanz, a la sazón secretario general en Andalucía, alcalde de Tomares (Sevilla), senador en Cortes e imputado por el Supremo en un caso de supuesta malversación y prevaricación cometido en su Ayuntamiento. Juanma Moreno carece de oportunidad para fabricarse una imagen curtida en la dialéctica parlamentaria, donde se miden los verdaderos candidatos, ya que tampoco es diputado autonómico, sino simple “líder” buscado en Madrid para componer un nuevo cartel electoral, a ver si a ésta va la vencida.
Ese “rostro” casi desconocido es el que tiene que convencer a los andaluces de que el partido que gobierna la Nación, el que impuso los recortes salvajes en educación, sanidad, pensiones y dependencia, y el que ha impulsado “reformas” que han laminado la clase media, instalado la precariedad en el trabajo, los salarios y las condiciones laborales, y hundido en el empobrecimiento a la mayoría de la población del país, es el partido que mejor defiende los intereses de los andaluces y el que merece gobernar la región. Cuando esas políticas han asfixiado a los trabajadores, dejado sin recursos los servicios públicos, reducido o eliminado prestaciones sociales y negado financiación suficiente a la propia Junta para acometer su función, es muy difícil que ese partido consiga el respaldo mayoritario de los votantes en Andalucía. Y aunque el Gobierno andaluz no se queda atrás en la responsabilidad de una austeridad a rajatabla, los ciudadanos saben que los criterios vienen impuestos por el Gobierno de España, que elabora los presupuestos del Estado, distribuye la financiación de las autonomías, establece el margen del déficit que se debe cumplir y legisla las políticas a aplicar. Es verdaderamente improbable que, en la autonomía más poblada del país y en la que la tasa de paro es más elevada, pueda el partido responsable de todas esas medidas impopulares, subrayadas con iniciativas de confrontación adoptadas por la Junta de Andalucía, conseguir el suficiente respaldo de votos como para obtener la mayoría absoluta. Es una tarea titánica.
Y es que, no sólo ha de superar el problema del desconocimiento de su candidato y la impronta negativa de su gestión a nivel nacional, el PP debe además, por primera vez en su historia, luchar para que no le arrebaten votos otras formaciones que compiten por su electorado. Nos referimos a Ciudadanos, el nuevo partido emergente, junto a Podemos, que aparece con pujanza en el escenario político. Demasiados obstáculos como para que el Partido Popular, por mucho que baje Rajoy todas las semanas a apoyar a su candidato, pueda auparse en el poder en Andalucía. ¿O es posible?